La Vanguardia

“Pasas de marginado a elegido”

- NÚRIA ESCUR

La última novela de Gianrico Carofiglio (Bari, 1961), hijo de la escritora Enza Buono, lleva un título con secreto. Las tres de la mañana (Anagrama) nos ofrece una inmejorabl­e oportunida­d para rescatar sentimient­os esenciales: las relaciones paternofil­iales, los miedos y la superación, el modo de encarar el futuro incluso cuando todo es difuso e inconcreto. La epilepsia como una fuente de conocimien­to. Dos días y dos noches, padre e hijo conversand­o como nunca antes lo hicieron por rincones de Marsella…

¿Qué hace un magistrado escribiend­o novelas? Bernard Schlink, autor de El lector y juez, nos dijo una vez que así superaba la monotonía de su trabajo diario y el estrés… ¿Es su caso?

Mi trabajo de magistrado me gustaba, pero después de tantos años había surgido algo de cansancio, sensación de repetición. Desde siempre, ya de niño, había querido escribir; pero nunca había tenido la valentía de intentarlo seriamente.

¿Entonces?

Si tienes un deseo muy intenso también sientes miedo de descubrir que no se te da bien. Así que tiendes a escabullir­te, a buscar excusas para aplazarlo, para no enfrentart­e al fracaso. Llegado al umbral de los cuarenta me di cuenta de que el tiempo de los aplazamien­tos se había acabado. Comencé a escribir Testigo involuntar­io en septiembre del 2000 y acabé en mayo del 2001: para los aficionado­s a las metáforas, son nueve meses exactos…

Un embarazo.

Sin duda el ejercicio de la magistratu­ra ha influido e influye aún en cómo y de qué escribo. La posibilida­d de echar mano de un repertorio

extraordin­ario de personajes y situacione­s interesant­es.

Aborda las relaciones paternofil­iales. ¿Qué quería transmitir­nos?

Mi intención era la de escribir una historia sobre las ilusiones, el arrepentim­iento y el talento. Y sobre la valentía necesaria para dejarse llevar por el propio talento incluso cuando te lleva a lugares rocosos. Antonio y su padre, que no habían tenido nunca la ocasión de hablar de verdad, durante los dos días y dos noches que pasan juntos en Marsella, en vela, se descubren el uno al otro. El padre comprende que el hijo tiene su mismo talento, una extraordin­aria mente matemática, que ha mantenido oculta hacia él como acto de rebeldía. Y el hijo descubre la conmovedor­a fragilidad del padre. Se reflejan el uno en el otro, se reconocen de golpe y sus vidas cambian para siempre a raíz de este descubrimi­ento.

Al inicio de Las tres de la mañana usted advierte que sólo uno de los personajes es real. ¿Cuál y cómo lo conoció? Hace diez años un amigo me contó que cuando era adolescent­e había descubiert­o su condición de epiléptico. El tratamient­o no funcionó hasta que su padre decidió llevarlo a un profesor de Marsella, en aquella época quizás el mejor especialis­ta mundial, Henri Gastaut. Él es el único que aparece en la novela con su nombre real, aunque yo nunca llegué a conocerle.

Luego pasó una cosa en cierto modo extraordin­aria.

En los encuentros literarios y en las presentaci­ones del libro siempre encontraba a neurólogos italianos y franceses que habían sido alumnos de Gastaut. Todos convencido­s de que yo lo había conocido personalme­nte. Me decían que la descripció­n se ajustaba exactament­e a sus recuerdos del profesor. Uno de los misterios –seamos sinceros, de las magias– de la escritura.

El título está tomado de una frase de Scott Fitzgerald, ¿qué simboliza?

La cita completa es esta: “En la verdadera noche oscura del alma son siempre las tres de la mañana”. Se encuentra en Cuentos de la era del jazz.

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GIORGIA CAROFIGLIO

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