La Vanguardia

Aguanta como sea

Pedro Nimo recuerda a su compañero de carreras Alejandro Gómez, que lucha por vivir

- Alejandro Gómez Sergio Heredia

–El bicho avanza –dice Pedro Nimo (40). Y baja la cabeza, resignado.

El bicho avanza y, en su avance, castiga a Alejandro Gómez (53), el amigo de Pedro Nimo. Alejandro Gómez pelea, y no ceja en su empeño, como si esto fuera una carrera de cross. O un maratón.

Tantas veces se han visto ambos juntos, los dos amigos, disputándo­se un título. O una serie, en algún entrenamie­nto en el parque de Castrelos, en Vigo.

Pero este es el bicho.

Y el bicho es traidor.

(...)

Cada vez que puede, Pedro Nimo se pone al volante y recorre los 70 kilómetros que se abren entre su Santiago y el Vigo de Alejandro Gómez. Se va a ver al amigo, que en su casa pelea y ahí sigue, mirándole los ojos al dragón.

A mediados de junio, Alejandro Gómez había advertido que algo no iba bien. Sentía mareos y vértigos. Se fue al hospital.

–Fue demoledor. Entró caminando y salió seis días más tarde en silla de ruedas –me cuenta Pedro Nimo.

Salió en silla de ruedas. Y sentenciad­o. Según los médicos, le quedaba poca vida. Poca, o nada.

El bicho: un tumor cerebral inoperable. En el mundillo del atletismo se armó un revuelo. En los años 80 y 90, Alejandro Gómez había sido una figura capital del fondo en nuestro país.

Una vez, en los Mundiales de cross de 1989, había ido a plantarle cara a los africanos. ¿Cuántas veces hemos visto eso, a un blanco infiltránd­ose entre los africanos? Habrá que recurrir a la hemeroteca. En Stavanger, Alejandro Gómez se acopló en el gran grupo y allí siguió hasta acabar sexto. Otra vez, en 1997, batió el récord de España de maratón. Corrió en 2h07m54s.

Pedro Nimo contemplab­a todo aquello, de crío, y se quedaba boquiabier­to.

Cualquier potrillo gallego quería ser un purasangre, alguien como Alejandro Gómez.

Y hoy, ambos están empatados. Entre los dos suman doce títulos del Campeonato Gallego de cross: seis para cada uno.

–En mi época júnior, cuando me fui a vivir a Vigo, Alejandro me ayudaba –dice Pedro Nimo–.

Él tenía trece años más que yo y estaba consagrado como atleta.

Pero habíamos coincidido en el equipo gallego, y aquella era mi época inicial y su final como corredor. Era rara la semana en la que no corríamos juntos cuatro o cinco veces. Me recuerdo a su lado, siguiendo la carretera que va a Bayona, junto al río. Desde allí veíamos la ría de Vigo. Y al fondo, las Cíes. Alejandro y Carlos Adán, ambos ayudándome. ¿Se lo imagina? Para un júnior, que te tiren tus ídolos...

–¿Y conversaba­n mucho? –Bueno, es que Alejandro siempre fue más bien un tío de pocas palabras...

Pedro Nimo penetra en el espíritu de Alejandro Gómez. Me habla de un tipo introverti­do, algo gruñón.

–Es un mazaroco.

–¿...?

–Un testarudo, un poco seco. Pero noble. Y amigo de sus amigos. Al fin y al cabo, piense en sus circunstan­cias...

Alejandro Gómez viene de Zamáns, Galicia adentro, aldea de monte, de bosques y embalses. Sus padres nunca habían desarrolla­do la cultura deportiva.

–Alejandro tuvo que pelear en casa. Que su hijo viviera del deporte, a los padres no les encajaba de ninguna manera.

–Pero lo hizo –le comento.

–Julio Rodríguez descubrió a aquel chaval. Se quedó deslumbrad­o. Tuvo que visitar a los padres para convencerl­es: el chaval podía llegar. Y vaya si llegó. Alejandro se pasó toda la carrera junto a Julio.

–Y fue un corredor anárquico, muy a la africana...

–Bueno, Julio tenía su sistema, un poco a lo ‘camina o revienta’. Y Alejandro era una esponja que lo aguantaba todo. Un día podía hacer veinte series de 1.000 m y, al siguiente, un trote acabando los últimos 10 km en 28 minutos. Era como esos platos en los que, eches lo que eches, te sale una comida riquísima.

–¿Nunca se fue a Madrid, con los grandes entrenador­es?

–Tuvo alguna concentrac­ión en Sierra Nevada junto a Martín Fiz, Abel Antón y sus grandes amigos, Diego García y José Manuel García. Pero debía quedarse en casa y ayudar a los padres. –¿Y hoy?

–Hoy vive en el día a día.

El día a día es el bicho.

Sesiones de radio y quimio. Ejercicios de movilidad y coordinaci­ón. Alejandro Gómez ha perdido parte de la vista. Tiene bajones de ánimo.

–Pero lucha. Mantiene la esperanza –dice Pedro Nimo–. Cada día llamo a su mujer, Paula, para ver cómo está la cosa. Si Alejandro no está de humor, no pido que se ponga. Yo estoy con él para recordar las cosas bonitas que ambos compartimo­s, no para andar molestándo­le. Pero ¿sabe una cosa...?

–Dígame.

–Alejandro está fascinado por el revuelo que se ha formado a su alrededor. A veces me dice: ‘No sabía que me conociese tanta gente, ni me valorasen, ni me quisiesen’.

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FELIPE VILLAZÁN Pedro Nimo, primero; en el grupo, también de rojo, Alejandro Gómez, el 2005
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