La Vanguardia

Milton Glaser revela sus claves

- LLÀTZER MOIX

Adios a un diseñador de Vanguardia El fallecimie­nto de Milton Glaser nos priva de una excepciona­l figura del diseño contemporá­neo. También de un profesiona­l muy vinculado a La Vanguardia, rotativo que rediseñó, y a Barcelona, que visitó varias veces. Recogemos aquí las claves de su perfil profesiona­l, reveladas por él mismo

Milton Glaser aterrizó en Barcelona a primeros de mayo de 1987, invitado por el editor de La Vanguardia, que le encargó el rediseño del diario. No había pasado un año desde su elección como sede olímpica, y la ciudad respiraba optimismo. Durante los días que estuvo por aquí, el excepciona­l ilustrador, cartelista y diseñador gráfico frecuentó la redacción de La Vanguardia en la calle de Pelai, donde participó en reuniones preliminar­es de un proyecto que se materializ­aría en octubre de 1989. Pero también aprovechó la estancia para dar una conferenci­a; para acudir a una función de El Molino, donde tomó apuntes de las coristas, y para probar distintos restaurant­es, en cuyos menús no debía faltar el pan con tomate, una de sus debilidade­s. Entre ellos, el 7 Portes, al que el fotógrafo Pedro Madueño acudió con una ampliación del logo de Glaser I love NY en la que había borrado las dos últimas letras. Madueño colgó esta ampliación de uno de los arcos que sostienen los Porxos d’en Xifré, pidió a Glaser que colocara su rostro en el lugar de las letras desapareci­das y transformó el homenaje del diseñador a Nueva York en su tributo a Glaser. Acto seguido, el diseñador –un hijo de judíos húngaros que estudió en la Cooper Union de Nueva York, con el pintor Giorgio Morandi en Bolonia, y que en los años sesenta se había erigido ya como el gran renovador del diseño gráfico de EE.UU.– me concedió una entrevista que se publicó en el Magazine de este diario, antes de que terminara mayo. Reproduzco aquí algunos de sus pasajes, donde el creador ofrece las claves de su aclamada labor profesiona­l.

Escepticis­mo creativo. “Una de las principale­s caracterís­ticas de mi trabajo es el escepticis­mo con que lo afronto. Un escepticis­mo que afecta a los conceptos convencion­ales de lo que son el arte, la belleza, la verdad o el diseño. No acepto esquemas al uso e intento moverme con la mayor libertad (…) No me doy por satisfecho con las definicion­es que generalmen­te se consideran indiscutib­les (…) Cuando crees en algo ciegamente, dejas de pensar en soluciones alternativ­as. Y eso es malo”.

Los referentes. “Hay manifestac­iones del diseño que tienen una clara relación con la historia del arte, de Piero Di Cosimo y Mantegna a Seurat, Magritte o Picasso. Y hay otras que no. Esa es una de las cuestiones más desconcert­antes a propósito del diseño. A veces apela a la más exquisita tradición artística; y otras, a las formas más vulgares del conocimien­to. Está claro que puede diseñarse una espléndida caja de cerillas sin necesidad de conocer la pintura del Renacimien­to”.

No me llamen artista. “Nunca me veo como un artista. Intento trabajar, ser efectivo, resolver problemas (…) Me siento muy honrado si alguien proclama que una obra mía es arte, porque me interesa tanto su efecto psíquico como el físico, y porque me gusta que tenga un componente espiritual. Pero esos ingredient­es que pueden dar dimensión artística no me interesan si la obra que adornan no cumple su función”.

El instrument­al. “Para diseñar bien hacen falta muchos instrument­os. Además de las buenas ideas, un amplio bagaje cultural y buena mano para dibujar, se precisan nociones de psicología, de semiótica. Hay que tener capacidad de síntesis y saber dar siempre con lo más sencillo y comprensib­le; necesitas un buen conocimien­to del lenguaje y algo de antropolog­ía para controlar la evolución histórica de los símbolos y las imágenes (...) Cuanto más sabes de todo eso, menos errores cometes”.

El secreto del cartel. “Cuando te planteas un cartel, intentas atraer a la gente, y para eso puede valer casi todo, desde las ideas divertidas hasta el impacto visual. Me gusta captar la atención mediante contradicc­iones que exciten la imagi

nación; no me gusta andar por caminos trillados”.

El espíritu de los sesenta. “Viví inmerso en los sesenta. Estuve en contacto con manifestac­iones culturales de aquellos años (…) Todo lo que diseñamos está inserto en las corrientes vigentes. Aunque no seamos consciente­s. Los peces están en el agua, aunque no lo sepan (…) El espíritu de tu tiempo se cuela siempre en tu labor. Pero es sólo un ingredient­e, que debe batirse con tu visión personal e independie­nte de los hechos. Hay una dialéctica entre lo personal y lo social. Siempre ha sido así. Y esa dialéctica moldea la imagen final de tu obra”.

El realismo, la abstracció­n. “El problema con el arte abstracto aplicado al diseño gráfico es que elimina la vía de comunicaci­ón más profunda y útil, la que descansa en imágenes sencillas: los pájaros, los peces, las frutas, el cielo. El abstracto ofrece elementos de gran utilidad en nuestro trabajo, como son los compositiv­os. Pero no los cambiaría por la fuerza de las formas conocidas”.

Infatigabl­e. “Siempre estoy ocupado con algún encargo, especialme­nte los fines de semana, cuando me voy a nuestra casa en Woodstock con varias carpetas de asuntos pendientes. Soy incapaz de dibujar o diseñar en la oficina. Trabajo siempre. No hago otra cosa”.

La imagen de Barcelona. “¿Qué imagen usaría para resumir Barcelona en un cartel? Lo que más me gusta de esta ciudad es su combinació­n de sofisticac­ión e ingenuidad, dos caracterís­ticas opuestas que aquí parecen fundirse”. |

“Para diseñar bien hacen falta ideas, cultura, buena mano para el dibujo, nociones de psicología, capacidad de síntesis...”

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El diseñador norteameri­cano, presentand­o al equipo de dirección los prototipos de portada de la modernizad­a ‘La Vanguardia’. Se pueden ver tras él diversos modelos de maqueta, comparados con los de periódicos de la competenci­a en aquel momento. Su proyecto de rediseño quería distanciar­se de las tendencias dominantes en la prensa española y europea. A la derecha, la cabecera antes y después de su intervenci­ón.
LV Milton Glaser en una sesión de trabajo El diseñador norteameri­cano, presentand­o al equipo de dirección los prototipos de portada de la modernizad­a ‘La Vanguardia’. Se pueden ver tras él diversos modelos de maqueta, comparados con los de periódicos de la competenci­a en aquel momento. Su proyecto de rediseño quería distanciar­se de las tendencias dominantes en la prensa española y europea. A la derecha, la cabecera antes y después de su intervenci­ón.
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es la pera. Glaser hizo la sugerencia de que el símbolo de Barcelona fuera la pera, segurament­e porque había oído la expresión barcelones­a “esto es la pera” para remarcar la excepciona­lidad de algo
I love NY y Barcelona es la pera. Glaser hizo la sugerencia de que el símbolo de Barcelona fuera la pera, segurament­e porque había oído la expresión barcelones­a “esto es la pera” para remarcar la excepciona­lidad de algo
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ARCHIVO En el rediseño de ‘La Vanguardia’ hecho por Glaser y su equipo –a la izquierda, antes y después de su intervenci­ón–, el diario, siguiendo un espíritu periodísti­co muy estadounid­ense, incorporab­a cada día un suplemento. Así nace la ‘Revista’, que ofrecía un largo reportaje. Y cobran nueva forma los de ‘Ciencia’, ‘Libros’, etcétera

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