Meditaciones catalanistas
Ensayo Se reedita el ensayo del filósofo Eugenio Trías que, en los primeros años ochenta, exploraba los límites del catalanismo y proponía una alternativa al pujolismo
Trías proponía redefinir el lema clásico del pujolismo, “fer país”, y sustituirlo por uno más maduro, “fer ciutat”
JORDI AMAT
Cuatro días antes de las autonómicas de 1984, Ferran Mascarell escribió aquí una reflexión sobre cuatro ensayos recién publicados. Uno era La Cataluña ciudad de Eugenio Trías (1942-2013), ahora reeditado con un prólogo clarificador de su hermano Miguel. Podían ser el indicio de un cambio. “Mientras la cultura catalana parecía mecerse gustosa en la proliferación de reinos autárquicos, parece, decía, que puede haber llegado aquel preciso instante en el que las piezas del rompecabezas de lo nuevo están casi todas en el alcance de la mano”. Los autores eran compañeros suyos de viaje. Con Trías y con Josep Ramoneda había militado en el revolucionario Bandera Roja. Con Pep Subirós, también de la izquierda radical, había codirigido la revista Saber y luego lo sustituiría como asesor cultural del alcalde Maragall. Son los ideólogos que pondrían en marcha el CCCB.
El autor del cuarto libro era Jaume Lorés, socialista y casado con una hermana de Maragall. Durante la transición el intelectual Lorés había comandado la oficina barcelonesa de la coalición L’entesa dels Catalans. En 1977 L’entesa arrasó en las elecciones al Senado. Benet, Candel, Cirici. Pero en 1979 la coalición no se reeditó, y a esas izquierdas catalanistas, con las autonómicas de 1980, Pujol les clavó un puñetazo electoral del que no se recuperaron del todo: una cosa era ser la élite y la otra tener la hegemonía. Y quizá eran lo primero, pero no tenían lo segundo ni se habían dotado de las herramientas para descifrar qué les había ganado.
Quien mejor se lo contó fue Lorés en el extraordinario Aproximació al pujolisme
publicado a finales de 1980 en la revista Lletra de Canvi, una de sus plataformas de elaboración ideológica. Allí estaban las principales claves para descodificar la cultura política del pujolismo. Quizá por eso, y también porque atravesaba una situación profesional complicada, Pujol hizo los posibles para que la Generalitat contratara a Lorés. A finales de 1982 estuvo unos meses en Cultura y después, bajo el amparo del conseller de Treball Rigol, dirigió un laboratorio de pensamiento –el Patronat d’investigació Social (PIS)– donde intelectuales del pujolismo y el antipujolismo se encontraron a puerta cerrada. En uno de estos seminarios en el PIS, Eugenio Trías –ya era uno de los filósofos españoles más importantes de su generación– expuso los contenidos de La Cataluña ciudad. Acababa de publicar el canónico Lo bello y lo siniestro y su estudio sobre Joan Maragall, un libro que había madurado conversando con Josep Calsamiglia i Jordi Maragall.
Aquel Trías, que cambió de ideología pero no de proyecto filosófico, estaba explorando los límites del catalanismo desde dentro y lo hacía con un propósito implícito: proponer una idea de nación, conflictiva y no recogida, que fuera alternativa auténtica al pujolismo. “Quizá, hoy más que nunca, conviene redefinir este lema de la resistencia, fer país,poreltemade la madurez alcanzada, correspondiente al estado adulto, y que yo formularía de la manera siguiente: fer ciutat”. Por eso el libro apareció, junto con los otros, antes de las autonómicas. Leído en este contexto y careándolo con el presente, es interesantísimo que el profesor Edgar Illas, que ha pensado muy a fondo el maragallismo para deconstruirlo, haya sido el mejor intérprete del libro de Trías para acabar defendiendo que lo que le convenía a Catalunya es fer Estat.
¿Hasta qué punto aún nos es útil este libro? Parte del Joan Maragall civil y lo contrasta con Ors, Unamuno y Ortega. Argumenta que Unamuno y Maragall entendieron que la Barcelona no idealizada era la del conflicto vivificador y que era en la gestión de las tensiones de la modernidad donde se alimentaba el motor de la Catalunya ciudad y el catalanismo: una sociedad civil solo existente en la capital catalana. Era esta sociedad, con su código, la que Ortega no sabía ni quería entender, al tiempo que el catalanismo descubría su límite ante un Estado retardado. ¿Aquí seguimos? ¿Cuál es la lección, preocupante, del libro? Que a medida que se modernizó el Estado del 78, Madrid sí se convertía en la capital moderna que hasta entonces no había sido y el catalanismo, sin su principal hecho diferencial, quedaba atrapado en una dinámica de suma cero que Trías, con la lucidez de Gaziel, definía en su libro. |