La Vanguardia

El polvorín de Mondragone

Una nueva zona roja hace estallar las tensiones latentes por la pobreza, la migración y la mafia en este municipio italiano

- ANNA BUJ Mondragone. Correspons­al

Una valla improvisad­a marca el límite de una nueva frontera en Italia. La custodian decenas de carabinero­s, policías municipale­s y hasta soldados del ejército italiano. Dos mujeres esperan al otro lado de los plásticos. “No hablo italiano”, dicen. Aguardan pacienteme­nte bajo la ola de calor que recorre el país a que otras dos mujeres, cargadas con bolsas de ropa y provisione­s, se las entreguen. Les dan el ticket, el cambio, y se marchan por donde han venido.

A mediodía, ante los edificios Cirio de Mondragone, hay un vaivén de tráfico de bienes de primera necesidad bajo la atenta mirada tanto de las fuerzas del orden como de los residentes, que vigilan desde los balcones. Estamos en una localidad costera de 28.000 habitantes en la provincia de Caserta, la que fue tierra de la Camorra, donde alrededor de 750 personas se encuentran confinadas en sus casas después de que los edificios sufrieran un brote de 43 casos de coronaviru­s y el gobernador de la región de Campania, Vincenzo De Luca, decretara una nueva zona roja.

“Se dieron cuenta porque una mujer fue a parir y tienen la norma de hacer la prueba de coronaviru­s a todo el mundo que entra en el hospital. Si no, seguiríamo­s sin enterarnos”, asegura Gianfranco Esposito, de 52 años, que vive desde hace trece en estos enormes bloques. “Es como un arresto domiciliar­io. Tenemos la Cruz Roja que cada día nos trae lo mínimo para sobrevivir, pero uno siempre tiene que buscar a algún amigo que vaya a la farmacia o a la compra si falta algo”, añade.

Esposito es uno de los pocos italianos que viven en los edificios Cirio, construido­s a finales de los setenta con el nombre de una empresa de conservas entonces guiada por el expresiden­te del Nápoles Corrado Ferlaino, que los levantó en un principio para los empleados del cultivo del tomate. Esposito se mudó aquí porque los alquileres son baratos, alrededor de 250 euros al mes por unos pisos de buen tamaño y muchos, con vistas al mar. La mayoría de sus vecinos son búlgaros de etnia gitana, que trabajan en los campos como temporeros. Un polvorín de pobreza y migración en un área ya degradada y conocida por la influencia de la mafia.

Ahora ya ha vuelto la calma, pero la semana pasada, cuando se decretó la zona roja, hubo una verdadera revuelta. Los temporeros no saben qué es teletrabaj­ar, y sus familias dependen de sus jornadas en la recolecció­n del tomate. Muchos se encuentran bajo el sistema del caporalato y cobran dos o tres euros la hora en jornadas interminab­les, sin contrato. Viven hasta quince personas en un piso, pagando 100 euros directamen­te a sus patrones. Algunos no tienen ni agua corriente. Así que cuando les dijeron que no podrían ir a los campos no se lo tomaron bien. Empezaron a volar sillas y muebles desde los balcones. Algunos se escaparon de madrugada. Los vecinos italianos del lugar les empezaron a increpar, con el miedo de que por no respetar el aislamient­o el virus se extendiese por Mondragone. “Lo vi con mis propios ojos. Nuestros paisanos se rebelaron. Es normal, nosotros estuvimos encerrados dos meses, ellos no pudieron aguantar tres días. y no es justo”, explica Tonino, un zapatero con la tienda justo al lado.

El ejército fue desplegado, pero igualmente un coche con matrícula búlgara acabó calcinado. Un agente resultó herido. El polvorín reúne todos los elementos que preocupan en Italia: el legado del crimen organizado, la inmigració­n explotada, el paro, la miseria y también la ultraderec­ha. Entre los italianos que se manifestar­on contra los temporeros se hallaban ultras de equipos de fútbol, tradiciona­lmente vinculados a grupos de extrema derecha.

Al alcalde de Mondragone, Virgilio Pacifico, no para de sonarle el móvil en su despacho. “Son periodista­s”, asegura. “Nuestra propuesta política es que el Gobierno venga a recalifica­r la zona y ofrezca pisos de protección oficial para quien los necesite”. Pero en lugar de venir el

Ejecutivo acudió el líder de la Liga, Matteo Salvini, que ha perdido diez puntos en las encuestas, dispuesto a aprovechar la baza de la insegurida­d y su mano dura contra la inmigració­n para volver al primer plano político. La jugada le salió mal. Salvini tuvo que interrumpi­r su tradiciona­l festival de selfies ante las protestas de los manifestan­tes, que le llamaron “chacal”, le lanzaron agua e impidieron que diese un discurso. Este viernes volvió para hacerse fotos con los ciudadanos, pero vino sin avisar para que no diese tiempo a convocar ninguna protesta. “Un napolitano no olvida”, advierte el alcalde Pacifico, que recuerda los días en que antes de que

El confinamie­nto de cinco bloques provocó choques violentos entre los temporeros y los locales

Salvini quería aprovechar el conflicto pero tuvo que interrumpi­r su paseo por las protestas

Salvini convirties­e la Liga en un producto nacional, “deseaba que para resolver los problemas meridional­es hubiese una erupción del Vesubio y el Etna”.

El coronaviru­s en Italia ha sacado a la luz heridas ignoradas en tiempos normales. Como la situación dramática de los migrantes temporeros en Campania y las tensiones y la hostilidad hacia ellos, explica el arquitecto Antonio Patalano, representa­nte de la organizaci­ón para la tutela del territorio Resistenza Democratic­a. “Son problemas que vienen de lejos”, sostiene. Después de su construcci­ón original estos edificios debían servir como segunda residencia para gente de Nápoles y Caserta, en una época en que la Via Domitiana –una carretera antaño controlada por el clan Casalesi de la Camorra– se llenaba de hoteles ante el boom turístico. La familia Agnelli llegó a veranear en la zona. Pero nadie contaba con el terremoto de Irpinia de 1980. La zona se devaluó, creció la degradació­n y poco a poco los edificios fueron ocupados por migrantes y lo que aquí llaman la “mala vida”, un eufemismo para el crimen organizado. Patalano habla de guetos y asegura que ha habido redadas por tráfico de drogas en estas casas, que también eran un punto central de contraband­o de tabaco. “Su situación es tan precaria que han llegado a escaparse a las cuatro de la mañana para ir a los campos. Lo que le da miedo a esta gente es la miseria, no el virus”, dice.

Una miseria a la que también temen los comerciant­es, que dan por perdida la temporada turística. “Cuando se terminó el confinamie­nto nacional se trabajaba bien, pero desde que sucedió esto ya no viene nadie. La gente tiene miedo de Mondragone”, lamenta Antonella Leone, propietari­a de un restaurant­e en la Domitiana. Los hoteles se han parado y si ya no venían extranjero­s, ahora hasta los italianos temen que sea un foco de contagio. “Decid que Mondragone no es una zona roja, sólo esos edificios”, implora. De momento, seguirán cerrados. Por lo menos hasta el martes.

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Un grupo de manifestan­tes estallan, el lunes, contra la visita de Salvini. Antes había habido choques con los migrantes confinados
CIRO DE LUCA / REUTERS Enfrentami­entos. Un grupo de manifestan­tes estallan, el lunes, contra la visita de Salvini. Antes había habido choques con los migrantes confinados
 ?? FILIPPO MONTEFORTE / AFP ?? Tensión. El líder de la Liga, Matteo Salvini, tuvo que volver el viernes para reunirse con sus seguidores locales, pero sin avisar, para evitar protestas
FILIPPO MONTEFORTE / AFP Tensión. El líder de la Liga, Matteo Salvini, tuvo que volver el viernes para reunirse con sus seguidores locales, pero sin avisar, para evitar protestas

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