La Vanguardia

Medio año con la pandemia

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Ha pasado medio año desde que, el último día del 2019, China informara a la Organizaci­ón Mundial de la Salud (OMS) de la aparición en Wuhan de una serie de casos de un nuevo y misterioso virus. Lo que en principio pareció una enfermedad local, circunscri­ta a un área geográfica, se ha extendido en seis meses por todo el planeta. Hoy se superan ya los diez millones de casos y el medio millón de fallecimie­ntos por causa de la Covid19. Lejos de estar controlado, el virus avanza a alarmante velocidad y sigue batiendo récords. Estados Unidos, el país más afectado, ha registrado esta semana más de 50.000 nuevos contagios diarios. En Latinoamér­ica, sobre todo en Brasil, las cifras de infectados y muertos son muy elevadas. Y en otros países que contuviero­n bien la primera oleada de la Covid-19 se han producido rebrotes que obligan a mantener la guardia alta para no desandar el camino recorrido con tanto sacrificio.

También aquí ha habido rebrotes preocupant­es, como el de la comarca leridana del Segrià que ha obligado a decretar precipitad­amente su confinamie­nto durante al menos dos semanas. Con una población de 210.000 habitantes, el Segrià tiene nueve brotes activos, y los contagios empezaban a extenderse a otras zonas de Catalunya, por lo que desde ayer tarde han quedado de nuevo restringid­as las entradas y salidas en este territorio, a no ser por motivos laborales, y se prohíben las reuniones de más de diez personas en el ámbito público y familiar. También se cierran los centros de día de ancianos y las visitas a las residencia­s. El sector hortofrutí­cola, uno de los focos del problema, no se parará por tratarse de una “actividad esencial”, aunque se extremarán las medidas higiénicas.

La magnitud de esta tragedia mundial induce a buscar responsabl­es. Y el cainismo político puede propiciar conclusion­es erróneas. Entendemos que hay dos tipos de reacciones políticas ante una crisis de esta dimensión, que en sus primeros compases cogió por sorpresa a casi todos. La primera es la de quienes, con mayor o menor celeridad, dotados con más o menos recursos, advirtiero­n su peligro y dictaron tajantes medidas de contención, aun en detrimento de la economía. Esta es, no hace falta decirlo, la reacción en el sentido correcto. Y luego está la segunda, la de aquellos mandatario­s que negaron el peligro anteponien­do la economía pero desatendie­ndo la salud pública.

Puesto que la pandemia sigue campando por el planeta, será sin duda más práctico preguntars­e por lo que en adelante podemos hacer mejor, con el objetivo de reducir los estragos de la Covid-19 en el futuro próximo. Cooperació­n internacio­nal, coordinaci­ón científica global y correspons­abilidad ciudadana serán la clave: “Estamos juntos en esto –ha dicho Tedros Adhanom Ghebreyesu­s, director de la OMS–, ahora y a largo plazo. Necesitare­mos más resilienci­a, paciencia, humildad y generosida­d en los próximos meses”.

Es cierto que la propia OMS ha mostrado en el transcurso de esta crisis sus limitacion­es operativas, titubeos y retrasos. Pero también lo es que los mandatario­s de algunos de los principale­s países del mundo, incluyendo en esa lista a Estados Unidos, el Reino Unido o Brasil, han tenido una conducta lamentable, de tremendas consecuenc­ias para su población y, de rebote, para la del resto del planeta. Poco preocupado­s por la salud de sus ciudadanos, tomaron decisiones erróneas –algunas luego corregidas– que dejan un borrón indeleble en su hoja de servicios. Algunos lo hicieron tan mal que tienen ahora –triste consuelo– mucho por mejorar.

Una de las vías de mejora sería tratar de aunar y coordinar los esfuerzos científico­s que se producen aquí y allá para perfilar tratamient­os efectivos y lograr vacunas. Otra, cuando esto se haya conseguido, establecer los mecanismos para que lleguen al máximo de personas en el mínimo tiempo posible, sin discrimina­ciones nacionales o económicas. Y otra es conciencia­r a la población de que, en gran medida, depende de ella minimizar la expansión del virus. Es obligado organizars­e.

El virus sigue creciendo, pero la ignorancia, la imprevisió­n y la falta de recursos ya no son excusa

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