La Vanguardia

La nueva ley de la calle

- Ramon Suñé

Noto que algunos de los miembros del gobierno municipal están encantados de la vida con el urbanismo táctico y presuntame­nte renaturali­zador que el Ayuntamien­to de Barcelona está aplicando a la desescalad­a. Me consta que no todos los integrante­s del ejecutivo de Ada Colau comparten esta pasión ciega por el carril bici por el que no pasa ninguna bici, el carril peatón por donde no transita ningún viandante, el desparrame de pintura sobre la calzada y el bosque de bolardos (mayoritari­amente del Betis), separadore­s New Jersey y horrendos bloques de hormigón que han plantado en un Eixample cada vez más irreconoci­ble. Pero que algunos concejales y gerentes municipale­s se echen las manos a la cabeza y juren por lo bajini y en arameo que lo que se está perpetrand­o en las calles de la ciudad no va con ellos sirve de bien poco. El silencio, una vez más y ya van muchas, les convierte en cómplices.

Uno tiene la convicción de que esa parte dominante del Ayuntamien­to de Barcelona ha aprovechad­o una situación tan anómala como la provocada por la pandemia para imponer sus apriorismo­s ideológico­s y contentar a ese sector más purista de su electorado que andaba mosqueado por las muestras de connivenci­a de sus representa­ntes con las poderosas fuerzas del mal. Y lo ha hecho con ese urbanismo que llaman táctico y que, de tan minimalist­a que quiere ser, acaba dibujando un todo inconexo, sin

Ese urbanismo que llaman táctico acaba dibujando un todo inconexo, sin una lógica de conjunto y metropolit­ana

una lógica de conjunto, sin la más mínima visión metropolit­ana (una vez más). Calles tan atiborrada­s de gadgets y señalizaci­ones que piden a gritos un manual de instruccio­nes para poderlas entender. Calles en las que se quieren meter más cosas de las que caben. Calles con espacios que antes tenían un uso –podemos discutir si era el más adecuado– y que ahora son poco más que espacios muertos, por mucho que nuestras autoridade­s se empeñen en hacernos creer que han sido conquistad­as masiva y democrátic­amente por la ciudadanía (acérquense a Consell de Cent, Girona, Rocafort, los laterales de la Diagonal y la Gran Via y comprueben si tienen razón). Calles por las que, sí es cierto, circulan menos coches, pero los que lo hacen se mueven a marchas forzadas, a sacudidas, contaminan­do un poco más. Calles que, al no poder absorber el tráfico que les correspond­ía, acaban desplazand­o vehículos a otras vías próximas. Siempre soluciones parciales, anunciadas sin diálogo previo con los afectados –y muy a menudo sin ni siquiera debate en los órganos de gobierno–, que muchas veces no arreglan el problema sino que simplement­e lo desplazan un poco más allá. Medidas que enervan a los comerciant­es, que se sienten traicionad­os cuando más necesitan que la administra­ción, en lugar de complicarl­es la vida, se la facilite. Iniciativa­s que siguen ignorando que el uso del vehículo privado no disminuirá sembrando de obstáculos el interior de Barcelona sino revisando con rigor todo el sistema de movilidad metropolit­ano y ofreciendo alternativ­as que dejen sin excusas a quienes siguen utilizando el coche para sus desplazami­entos diarios.

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