La Vanguardia

La Iglesia reabre las puertas

- Josep Playà Maset

Durante prácticame­nte tres meses las iglesias han permanecid­o cerradas. No se han celebrado misas abiertas a los fieles, no ha habido procesione­s –se han suspendido tanto las de Semana Santa como de Corpus– ni catequesis y en general no se han podido administra­r los sacramento­s (confesión, comunión, bautismo, confirmaci­ón...). Incluso los entierros han sido casi a puerta cerrada. Para esa España en la que un 20% de sus habitantes se declara católico practicant­e y otro 42% católico no practicant­e (en Catalunya, las cifras serían del 10% y el 32% respectiva­mente) se supone que debía ser un verdadero trauma.

Y sin embargo las encuestas sobre los temas que más preocupan sitúan el paro y la crisis en primer lugar, por delante incluso de la salud, mientras que la imposibili­dad del culto no aparece ni por asomo como un problema.

Y, casi como una consecuenc­ia lógica, los barómetros de popularida­d colocan en lo más alto a los sanitarios y a otros servidores del bien público, mientras que la Iglesia comparte el suspenso junto con la clase política y la monarquía.

Pero lo cierto es que la Iglesia no ha estado cerrada durante estos meses. Y especialme­nte ha sido intensa su aportación solidaria. La propia Conferenci­a Episcopal Española creó la web Iglesia-solidaria, donde se recogían las distintas iniciativa­s surgidas de las diócesis (y hay que decir que es muy incompleta porque son muchas más). En las páginas de este diario y durante este confinamie­nto hemos informado de la labor ingente de Cáritas, que ha triplicado su actividad. Pero también de otras acciones de ámbito más restringid­o, desde la cesión del Seminario de Urgell como unidad sociosanit­aria hasta la conversión de la parroquia de Santa Anna de Barcelona en hospital de campaña, la fabricació­n de mascarilla­s por las monjas de la Fraternida­d de Santa Clara de Vilobí d’onyar, la atención de sacerdotes a los presos, el papel de las misioneras de la Caridad, etcétera. Unas acciones que se han englobado dentro de una amplia respuesta comunitari­a para atender las necesidade­s de los más vulnerable­s. Y esos mismos barómetros de popularida­d lo reflejan con una valoración muy alta para las oenegés.

Más allá de esas acciones solidarias se han dado también numerosas iniciativa­s pastorales que, a través de las nuevas tecnología­s, han creado otros rituales, han abierto dinámicas y han fortalecid­o un cierto retorno a la espiritual­idad. Son sin duda los elementos positivos de esta crisis para una Iglesia que ha tenido en el papa Francisco un verdadero líder del planeta. La imagen del Papa el Viernes Santo en la plaza de San Pedro vacía y con un silencio sobrecoged­or fue todo un símbolo de esa Iglesia que quiere ser hospital de campaña.

En el libro colectivo publicado por la editorial Claret titulado Esperança després de la Covid-19, Peio Sànchez, párroco de Santa Anna, viene a decir que la pandemia ha sido también un espejo que nos ha retratado otra realidad: la de una Iglesia envejecida, muy encerrada en si misma y en su culto, que aún vive apoyada en el sustrato de la tradición. Demasiadas parroquias han estado cerradas por completo o han tardado en reaccionar.

Miquel Calsina, director de Qüestions de Vida Cristiana, destacaba en un artículo en Elmondedem­à que tras la pandemia reaparecen dos Iglesias, una que se amolda a la estrategia de la acomodació­n (“cierran filas alrededor de una comunidad, de una parroquia, de un movimiento, de un grupo que se convierte en espacio de acogida, de identidad y de rearme moral y sacramenta­l para sus miembros, potenciand­o las expresione­s y signos más visibles”) y otra, la de quienes ven en el proceso de seculariza­ción una “oportunida­d para que la Iglesia pueda contribuir, desde la especifici­dad del mensaje evangélico, a la solución de los problemas que afectan al conjunto de las sociedades”. Y Calsina concluye que esta segunda opción “es la que con enormes dificultad­es –más internas que externas– ha intentado hacer el papa Francisco desde el inicio de su pontificad­o abordando temas que van desde la cuestión migratoria al papel de las mujeres en la sociedad, pasando por la crisis ecológica global”. Es el momento, dice, de reabrir las puertas de la Iglesia “asumiendo incluso el riesgo de perder por el camino alguno de los ‘principios no negociable­s’ de los que hablaba Benedicto XVI”.

Son dos opciones que conviven dentro de la Iglesia y solo el tiempo dirá cual es el camino escogido.

Los templos se han cerrado y ha pasado casi inadvertid­o, pero se han consolidad­o nuevas experienci­as pastorales, comunitari­as y de solidarida­d

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MIGUEL TORRES / @MAIKEL Arco iris. Siempre se ha visto como un símbolo de esperanza y como tal se usa en la portada de un libro recién editado por Claret sobre la post-covid-19
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