La Iglesia reabre las puertas
Durante prácticamente tres meses las iglesias han permanecido cerradas. No se han celebrado misas abiertas a los fieles, no ha habido procesiones –se han suspendido tanto las de Semana Santa como de Corpus– ni catequesis y en general no se han podido administrar los sacramentos (confesión, comunión, bautismo, confirmación...). Incluso los entierros han sido casi a puerta cerrada. Para esa España en la que un 20% de sus habitantes se declara católico practicante y otro 42% católico no practicante (en Catalunya, las cifras serían del 10% y el 32% respectivamente) se supone que debía ser un verdadero trauma.
Y sin embargo las encuestas sobre los temas que más preocupan sitúan el paro y la crisis en primer lugar, por delante incluso de la salud, mientras que la imposibilidad del culto no aparece ni por asomo como un problema.
Y, casi como una consecuencia lógica, los barómetros de popularidad colocan en lo más alto a los sanitarios y a otros servidores del bien público, mientras que la Iglesia comparte el suspenso junto con la clase política y la monarquía.
Pero lo cierto es que la Iglesia no ha estado cerrada durante estos meses. Y especialmente ha sido intensa su aportación solidaria. La propia Conferencia Episcopal Española creó la web Iglesia-solidaria, donde se recogían las distintas iniciativas surgidas de las diócesis (y hay que decir que es muy incompleta porque son muchas más). En las páginas de este diario y durante este confinamiento hemos informado de la labor ingente de Cáritas, que ha triplicado su actividad. Pero también de otras acciones de ámbito más restringido, desde la cesión del Seminario de Urgell como unidad sociosanitaria hasta la conversión de la parroquia de Santa Anna de Barcelona en hospital de campaña, la fabricación de mascarillas por las monjas de la Fraternidad de Santa Clara de Vilobí d’onyar, la atención de sacerdotes a los presos, el papel de las misioneras de la Caridad, etcétera. Unas acciones que se han englobado dentro de una amplia respuesta comunitaria para atender las necesidades de los más vulnerables. Y esos mismos barómetros de popularidad lo reflejan con una valoración muy alta para las oenegés.
Más allá de esas acciones solidarias se han dado también numerosas iniciativas pastorales que, a través de las nuevas tecnologías, han creado otros rituales, han abierto dinámicas y han fortalecido un cierto retorno a la espiritualidad. Son sin duda los elementos positivos de esta crisis para una Iglesia que ha tenido en el papa Francisco un verdadero líder del planeta. La imagen del Papa el Viernes Santo en la plaza de San Pedro vacía y con un silencio sobrecogedor fue todo un símbolo de esa Iglesia que quiere ser hospital de campaña.
En el libro colectivo publicado por la editorial Claret titulado Esperança després de la Covid-19, Peio Sànchez, párroco de Santa Anna, viene a decir que la pandemia ha sido también un espejo que nos ha retratado otra realidad: la de una Iglesia envejecida, muy encerrada en si misma y en su culto, que aún vive apoyada en el sustrato de la tradición. Demasiadas parroquias han estado cerradas por completo o han tardado en reaccionar.
Miquel Calsina, director de Qüestions de Vida Cristiana, destacaba en un artículo en Elmondedemà que tras la pandemia reaparecen dos Iglesias, una que se amolda a la estrategia de la acomodación (“cierran filas alrededor de una comunidad, de una parroquia, de un movimiento, de un grupo que se convierte en espacio de acogida, de identidad y de rearme moral y sacramental para sus miembros, potenciando las expresiones y signos más visibles”) y otra, la de quienes ven en el proceso de secularización una “oportunidad para que la Iglesia pueda contribuir, desde la especificidad del mensaje evangélico, a la solución de los problemas que afectan al conjunto de las sociedades”. Y Calsina concluye que esta segunda opción “es la que con enormes dificultades –más internas que externas– ha intentado hacer el papa Francisco desde el inicio de su pontificado abordando temas que van desde la cuestión migratoria al papel de las mujeres en la sociedad, pasando por la crisis ecológica global”. Es el momento, dice, de reabrir las puertas de la Iglesia “asumiendo incluso el riesgo de perder por el camino alguno de los ‘principios no negociables’ de los que hablaba Benedicto XVI”.
Son dos opciones que conviven dentro de la Iglesia y solo el tiempo dirá cual es el camino escogido.
Los templos se han cerrado y ha pasado casi inadvertido, pero se han consolidado nuevas experiencias pastorales, comunitarias y de solidaridad