La Vanguardia

El rebaño

- Ignacio Orovio

Una historia de montaña, con alegría, amor, drama y denuncia. Una no ficción pura, original, multimedia. No está en ninguna televisión. Hay cinco protagonis­tas principale­s: el pastor Toti, sus perras Uolis, Mufis, Urrians, Siispas y Sinitzi, todas collies, y su enorme rebaño de ovejas. Aparecen un rosario inacabable de secundario­s: Frai, que es otro habitante de las montañas; la pastora suplente, Núria; el Nen del Xinco, también pastor; Kitsune, el zorro; #Basajaun, el duende de las montañas que también recorre la Trilogía del Baztán de Dolores Redondo; el tractor John, John Deere; el pueblo kurdo; la diosa #Mari.

El escenario de la trama es la Alta Garrotxa. Prados a 1.400 metros.

También hay varios malos: lobos, buitres, el Daaapartam­ent de Agricultur­a y su titular, Teresa Jordà, Bruselas, ministerio­s, aquellas nubes crueles que Sant Pere envía por detrás de la cordillera cuando Toti acaba de segar la hierba...

Estamos en la República Collie, alias de Rocabruna, en el #Pirene. La historia está repleta de hashtags yde orgullo: #sompastors, #fardant (bajo la foto de sus ovejas), #historiesr­uralotes, #llampega, #Ruralismeo­barbàrie...

Podría ser la nueva historia de Irene Solà, pero es en primera persona. Toti la narra, en textos breves, fotografía­s, vídeos, varios capítulos cada día. Cortos, tensos. Engancha. Cita a Martí i Pol, Espriu, Laia Llobera, Jaume Cabré, la música de Dover.

Ha pasado el confinamie­nto en su libertad alpina, luchando como siempre contra los elementos, naturales o burocrátic­os, y vendiendo su carne por internet. Sus fans lo hemos seguido con aquella envidia urbanita que detesta.

Hay tensión casi todas las tardes, muchas noches: la tempestad que amenaza la cosecha; algunos partos que se complican; algún cordero que nace con una enfermedad congénita que lo mata; una que se trincha una pata; o la tormenta que persigue al rebaño camino del corral. Como en Canto jo i la muntanya balla, la obra maestra de Irene Solà, la lluvia es un personaje más. Y las nubes, las perras, el rayo. Es difícil contar en castellano la historia de Toti, en un catalán rico, repleto de arcaísmos, neologismo­s y localismos de la República Collie, preciosos.

También hay denuncia. Lejos de la moqueta, se encona a menudo con la administra­ción: “El Daapartame­nt de Agricultur­a ha fomentado la figura del recaudador profesiona­l de ayudas agrarias, a menudo las hectáreas de montaña tienen como única finalidad la especulaci­ón vía subvencion­es, con la consiguien­te gestión nefasta para el territorio. Nuevos criterios! #Tanquemeld­arp”.

El 24 de junio, a Toti casi le alcanza un rayo. Un árbol ardía en medio de la tormenta.

Decía: “Nos la hemos visto cara a cara con la muerte. Un rayo nos ha revolcado a mí y collies. Todo iba de agua… y el agua ha hecho de conductora de la centella. La montaña es bonita, pero cruel e imprevisib­le. Cuando venga la muerte que sea así. Como Jan, el pastor de casa #Cançódelco­rb”. Y añadía: “Una deslumbra cegadora, seguida de un estruendo seco y una hostia en las piernas que me ha tumbado. Sinitzi ha llorado y aullado a muerte (la he visto esconderse y he pensado que la había matado el rayo). Ya tenemos historia para los velatorios del invernón. Que el poder de la flor del sol nos guarde”.

Desde la comodidad urbana, sus 12.900 seguidores contuvimos el aliento. Lo primero que hicimos a la mañana siguiente, en nuestros corrales, fue entrar en Twitter y comprobar que, una vez más, todo iba bien.

El pastor pasó el virus en su libertad alpina; sus fans lo hemos seguido con aquella envidia urbanita que detesta

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