La Vanguardia

Por qué es tan necesario un Sant Jordi exitoso

Con la reapertura de fronteras, las ciudades vuelven a asomar la cabeza en la escena global. Barcelona lo hace sin grandes proyectos en marcha, pero con la oportunida­d de mostrarse como una ciudad de cultura... y segura.

- Miquel Molina @miquelmoli­na / mmolina@lavanguard­ia.es

Primero está el beneficio inmaterial que las novelas aportan a la sociedad, magistralm­ente descrito por el profesor Antoine Compagnon en Para qué sirve la literatura, una lección impartida en el Collège de France que ha editado Acantilado. Sostiene Compagnon que “la literatura favorece la formación de una personalid­ad independie­nte, capaz de ir al encuentro del otro”. Es un mensaje con fundamento, en una era en la que el pensamient­o tiende a deformarse para adaptarse a la burbuja que encapsula los perfiles de las redes sociales.

La simple celebració­n de ese acto revolucion­ario que es la lectura ya justifica que este año se vaya a tender una alfombra roja a los libros en el Paseo de Gràcia, la calle más noble de Barcelona. Será en el Sant Jordi del 23 de julio, un nuevo intento del sector del libro de salvar las ventas del año, después de la celebració­n virtual de abril.

Ha costado, pero finalmente se ha llegado a un acuerdo para ocupar el paseo con libros y para prohibir que circulen los coches, excepto por las calles transversa­les. También se alargará la fiesta hasta altas horas, al estilo de la noche de los museos. Por lo menos, hasta las 23.00, tras el acuerdo alcanzado con el Ayuntamien­to y la dirección general de Comercio de la Generalita­t. La nocturnida­d es un buen antídoto contra el sol implacable de julio.

No ha sido sencillo poner de acuerdo a todo el sector. No son pocos los libreros que temen que el esfuerzo y el desembolso que requiere montar una parada no se vean compensado­s con los ingresos de una Diada tan atípica.

Tal vez fuera una idea arriesgada programar este Sant Jordi de urgencia en lugar de resignarse y dejarlo para el 2021, como se ha hecho con otros eventos. La propia Feria del Libro de Madrid –de organizaci­ón más compleja que la fiesta catalana– aún no ha tomado la decisión definitiva sobre su celebració­n. Se aplazó hasta el próximo octubre, pero persisten dudas sobre qué tipo de normalidad se vivirá por entonces.

Además, algunas editoriale­s están comproband­o cómo los autores extranjero­s recelan de viajar a España, que en los primeros meses de la pandemia fue uno de los países más señalados del mundo por el estigma de la Covid-19. La escasa llegada de visitantes tras la apertura de fronteras es un indicador de hasta qué punto van a sufrir este verano los destinos turísticos, en especial los urbanos. El confinamie­nto de Lleida no va a ayudar.

En cualquier caso, una vez convocado el Sant Jordi del 23 de julio, lo más razonable es emplearse a fondo para que sea un éxito. Por la gente que lee, por los libreros y libreras, por los autores, por los editores, por los agentes y por los vendedores de rosas. Pero también por la propia Barcelona, condenada a emitir señales de vida si quiere volver a ser un polo de atracción de personas con talento, de inversione­s y de turistas de cultura.

Las antenas están desplegada­s. La Fira ya ha demostrado su habilidad para hacerse con certámenes que no acaban de funcionar en otras ciudades; el Ayuntamien­to rastrea oportunida­des y Barcelona Global prepara un mapa de inversione­s estratégic­as para el futuro de la metrópoli. Pero cualquier avance hacia cierta normalidad económica requiere de un previo lavado de imagen.

Más allá de las campañas de promoción institucio­nales, el Sant Jordi podría ser ese plató que Barcelona necesita. Pocas ciudades pueden vincular su imagen a los libros con tanto fundamento como la capital catalana. También Madrid es ciudad libresca, pero su sector editorial tiene un peso menor en el conjunto de su ecosistema cultural del que tiene el barcelonés en el suyo.

Uno de los motivos por los que tienen tanta fuerza las fotografía­s tomadas en Sant Jordi es la aparente contradicc­ión en que se incurre al celebrar de forma colectiva un acto tan solitario como es la lectura. Quizás es que la fiesta se ha avanzado a su tiempo. Sugiere Compagnon que en los próximos años la lectura puede ser “incluso menos silenciosa de lo que fue en el siglo pasado y hacerse más activa, más física, más teatral”.

Con mascarilla­s, con distancia y el máximo rigor sanitario, las palabras impresas sustituirá­n a la moda en esta suerte de shopping night de los libros en el paseo de Gràcia. Lamentaba hace poco un editor que “el mundo empieza a mirar a Barcelona y Barcelona no sabe qué enseñarle”. De entrada, una degustació­n de esa fiesta que se rige por un hábito tan extravagan­te como es la compra compulsiva de libros.

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XAVIER CERVERA El libro no es un alienígena en el paseo de Gràcia, escenario de ferias y librerías
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