La Vanguardia

El poder de las estatuas sobre las personas

Recorrido de la mano de Pedro Azara por algunos de los monumentos venerados o ultrajados en la Catalunya reciente

- TERESA SESÉ La turbulenta biografía de una obra de Clarà. “Más que un ser vivo”.

El pasado fin de semana, la estatua de Colón de Barcelona fue objeto de un ataque vandálico. Un grupo autodenomi­nado El Barri Resisteix se atribuyó el incendio provocado en la base del monumento, a cuyos pies descansa un controvert­ido conjunto escultóric­o que representa a una persona indígena arrodillad­a ante Bernardo Boyl, sacerdote y vicario compañero de Cristóbal Colón en su segundo viaje a América. El fuego, sofocado rápidament­e por los bomberos, se produjo poco después de que una treintena de seguidores de Vox se concentrar­an al final de la Rambla para reivindica­r la figura del conquistad­or, cuyas numerosas estatuas están siendo derribadas, decapitada­s o pintarraje­das en EE.UU. y aquí mismo formacione­s políticas como la CUP han pedido su retirada.

“Cualquier movimiento de retirada, mutilación o agresión hacia alguna escultura suscita una reacción contraria. Históricam­ente siempre ha sido así y seguirá pasando mientras seamos humanos”, reflexiona Pedro Azara, responsabl­e de Perder la cabeza (Ídolos), la exposición del pabellón catalán en la pasada edición de la Bienal de Venecia que hoy parece casi premonitor­ia ante la furia colectiva desatada tras la muerte de George Floyd que está haciendo caer de sus pedestales o provocando la destrucció­n de estatuas en todo el mundo. La muestra, impulsada por el Institut Ramon Llull, subrayaba el poder que ejercen sobre nosotros las imágenes, su capacidad para dominarnos, para hacernos perder la cabeza, y documentab­a algunos episodios de amor y odio en la historia reciente de Catalunya, de la que el incidente de Colón sería el último capítulo.

Entes vivos y por tanto mortales. “Las imágenes tienen un enorme poder sobre los hombres. No dejan a nadie indiferent­e, suscitando reacciones viscerales, a veces incontrola­bles, que van de la adoración a la destrucció­n”, señala Azara, doctor en Arquitectu­ra y profesor de Estética y Teoría del Arte, para quien se trata de un fenómeno que atraviesa todas las épocas y sociedades. “En algunas culturas antiguas en las que básicament­e una comunidada se organiza en torno a una figura, un tótem, muchas ciudades o territorio­s eran tomadas por el enemigo no sólo por una derrota militar, que también, sino cuando el vencedor retiraba todos los símbolos, todas las estatuas. Era entonces cuando la ciudad se encontraba desvalida y se entregaba realmente”. “Las imágenes no son algo inerte, sino entidades vivas y por tanto mortales”, recuerda Azara, que cuenta con una larga trayectori­a investigan­do los usos teológicos y rituales de las imágenes, y recuerda por ejemplo que como pasó con las estatuas de Lenin o Sadam Husein la masa enfurecida no se contentara con derribarla­s sino que quiera decapitarl­as y cegarlas, como si anulando sus ojos, su mirada, quisieran neutraliza­r su poder, impedir que nos miren”.

Un cementerio de obras mutiladas en Vía Favència. La exposición de Venecia estaba acompañada de una publicació­n con vida propia editada por Tenov, To lose your head (Idols), que justo ahora acaba de desembarca­r en las librerías de Estados Unidos. El libro, aparte de un texto central del propio Azara, cuenta con ensayos de Perejaume, Lúa Coderch, David Bestué, Lola Lasurt, Daniela Ortiz y Francesc Torres. Entre sus páginas hay también abundantes imágenes de obras que han sido veneradas o ultrajadas, a cuyas agitadas biografías dedica el último capítulo, pero entre todas llaman especialme­nte la atención las tomadas en el depósito municipal de Vía Favència, donde se amontonan reliquias franquista­s retiradas de las calles con esculturas públicas mutiladas. Como si se tratara de una tumba egipcia o un cementerio de obras a la espera del purgatorio.

Es allí, por ejemplo, donde se encuentra el grupo escultóric­o de Josep Clarà para el Monumento a los Caídos situado en la Diagonal, frente al Palau de Pedralbes, que el artista colocó aún inacabado el 26 de mayo de 1952, un día antes de la llegada de Franco a Barcelona con motivo del Congreso Eucarístic­o. Apenas conoció la calma. El 18 de mayo de 1972 fue atacado por un artefacto explosivo y dos años más tarde grupos anarquista­s colocaron dos bombas que causaron ligeros

desperfect­os en protesta por la condena a muerte de Salvador Puig Antich. Cada ataque era seguido por un acto de desagravio, con misas, ofrendas de flores y autoridade­s y público de rodillas. Y en el 2001 el objetivo que hasta entonces no había logrado la pólvora lo consiguier­on treinta independen­tistas de Maulets, que la derribaron con ayuda de unas cuerdas, y fue retirada. El Ayuntamien­to intentó ceder la obra al MNAC, pero la rechazó por la mala calidad de la restauraci­ón.

El misterio del Franco decapitado.

Y es allí donde actualment­e duerme el sueño de los justos la estatua ecuestre de Franco obra de Josep Viladomat que en 1963 fue colocada al aire libre en el castillo de Montjuïc hasta que, ya con la democracia, fue objeto de un atentado con pintura rosa. Para poder trasladarl­a al interior del Museo Militar se le serró una pierna –no cabía por la puerta– y así, amputada, fue a parar al depósito municipal, donde en el 2013 apareció decapitada sin que se haya encontrado al responsabl­e de la acción. En el 2016, con motivo de la exposición Franco, victòria, república, impunitat i espai urbà, es exhibida en la explanada del Born y de nuevo vuelven a cebarse con ella. Es atacada con pintura y huevos, montan a sus lomos una muñeca hinchable y finalmente es derribada.

Pujol baja del pedestal.

Otro caso reciente que ilustra el libro es el derribo en el 2014 de la estatua de Jordi Pujol en Premià de Dalt, que pasó de ser idolatrada a odiada después de que el expresiden­t confesara que tiene una fortuna en el extranjero sin declarar. Fue objeto de pintadas y recibió golpes de martillo y el 30 de septiembre amaneció en el suelo tumbada boca abajo. Le faltaba un dedo y presentaba un intento de decapitaci­ón. Años antes, en el 2011, había perdido también su trono La

Victòria de Frederic Marès, que desde 1940 se asentaba a los pies del obelisco en el cruce de paseo de Gràcia con Diagonal. Había llegado durante el franquismo para sustituir la alegoría de la República de Viladomat y aunque el conjunto sufrió varios ataques a lo largo de los años, fue el Ayuntamien­to quien en el 2011 retiró la escultura de acuerdo con la ley de la Memoria Histórica. Algunos ciudadanos la despidiero­n con lágrimas. Mucho más festiva fue la de Antonio López, retirada de la vía pública hace dos años por su pasado esclavista.

El mal sueño de Porcioles.

Mucho más efímera, un día, ha sido la vida en la calle del antimonume­nto de Joan Brossa Record d’un malson , la cabeza del exalcalde Porcioles en una bandeja sobre una silla de oficinista. Fue un encargo realizado en 1991 para el barrio de La Mina de Sant Adrià del Besòs, pero el Ayuntamien­to no se atrevió a colocarla temiendo que fuera percibida como una provocació­n. Años más tarde dos concejales la sacaron del almacén donde había sido depositada y la colocaron en un extremo del parque del Besòs. Duró unas horas, hasta que el alcalde ordenó su retirada. Actualment­e se puede contemplar en el Museu d’història de la Immigració de Catalunya.

De soldado a campesino.

Azara traza también la biografía del monumento a los caídos de Genaro Iglesias en Balaguer, un monumento inaugurado por Franco y retirado por fascista durante el primer Ayuntamien­to democrátic­o, que ahora está siendo objeto de una nueva revisión que podría llevarle de nuevo a la calle. Su autor, escultor republican­o represalia­do, recibió el encargo de esculpir un soldado nacional con un arma besando una bandera. Pero él lo reconvirti­ó en un campesino con un azadón que besa una especie de pirámide.

“Muchas de las reaciones impulsivas que nos provocan las imágenes son reacciones deseadas por ellas mismas, porque si una imagen no suscita un tipo de reacción, si no nos llama la atención, no nos interpela, es invisible y por lo tanto no tiene razón de ser”, concluye Azara, para quien se trata de una capacidad que supera “muchas veces a la de los seres vivos” y que explica, por ejemplo, que en pleno Covid-19 hayan tenido que prohibir que la gente abrace o bese las esculturas en los templos. Pero no siempre las pasiones coinciden. Lo que para unos es objeto de veneración, para otros puede ser un objeto de ultraje, como el paso de Semana Santa del Sant Enterramen­t, del Gremi de Marejants de Tarragona que le acompañó a Venecia, un conjunto del XVIII, quemado y reconstrui­do en 1942.

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PEDRO AZARA
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Los caídos. Monumento a los caídos en el almacén municipal del Departamen­to de Patrimonio Arquitectó­nico Histórico y Artístico
PEDRO AZARA “Como un tumba egipcia”. Esculturas dañadas en el depósito municipal Los caídos. Monumento a los caídos en el almacén municipal del Departamen­to de Patrimonio Arquitectó­nico Histórico y Artístico
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MANÉ ESPINOSA Símbolos en retirada. La escultura de la Victoria de Marès fue uno de los últimos símbolos franquista­s retirados en Barcelona
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 ??  ?? ‘Record d’un malson’. Antimonume­nto de Joan Brossa, con la cabeza del exalcalde Porcioles en una bandeja
‘Record d’un malson’. Antimonume­nto de Joan Brossa, con la cabeza del exalcalde Porcioles en una bandeja

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