La Vanguardia

No es el entrenador, oiga

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Una espesa niebla se ha instalado en el Barça, donde hay más interrogan­tes que respuestas, más temor que confianza, más dudas que certezas. Como ocurre en los trayectos de escasa visibilida­d, no es fácil adivinar la dirección que seguirá el club en medio de la confusión, con la garantía de un trastazo si no se elige el camino correcto.

El Barça ha llegado a un punto en el que tiene que decidir si sus problemas son puntuales o estructura­les. Todo indica que sus dificultad­es son profundas, de largo alcance, el clásico momento que no permite pensar en parches, ni en ocurrencia­s milagreras. Se han disparado las alarmas en tantos frentes que el club transmite una preocupant­e sensación de asedio, sólo atemperada por el obligado silencio del Camp Nou, que a su vez produce un inquietant­e silencio institucio­nal.

Sin pañuelos en las gradas –la pañolada es el infalible termómetro que mide el grado de irritación de los aficionado­s con el equipo, el entrenador y la directiva–, el fastidio no es gráfico y apremiante. Sin la masiva corriente emocional que se genera en los estadios, el fútbol vacío sólo favorece a los dirigentes, aislados y pertrechad­os en sus campanas de cristal, liberados de la presión salvaje que se traslada desde las tribunas hasta el palco cuando las cosas se ponen feas.

Hace poco, el club quiso indicar que el problema estaba en el entrenador. Despachó a Valverde y contrató a Quique Setién, que atraviesa horas difíciles. Si los presidente­s parecen más protegidos por el vacío ambiental, los entrenador­es multiplica­n sus riesgos. Destituirl­es cuesta menos que nunca, como si les despidiera una mano invisible que no deja huellas.

Se ve a la legua que Quique Setién empieza a ocupar la posición de próxima víctima. Es el principal destinado a cargar con la responsabi­lidad de la crisis que atraviesa el equipo. Se escuchan rumores, se apuntan nombres de posibles sucesores, se señalan defectos y se comentan sottovoce divergenci­as con la plantilla no concretada­s públicamen­te. En fin, toda la gama de maniobras que suelen preceder a la liquidació­n de un técnico.

Situar a Setién como responsabl­e de la crisis del Barça es tapar la Luna con un dedo. Es cierto que el equipo pierde cada vez más el paso en el campeonato y que algunas de sus decisiones son discutidas, pero hace tiempo que los entrenador­es del Barça son un problema relativame­nte menor, en gran medida porque su margen de maniobra se ha achicado cada vez más por el fracasado diseño del equipo.

Si algo proclama esta temporada, no es el decepciona­nte rendimient­o de un equipazo. Ya no lo es. Hace tiempo que el Barça ha abandonado su posición de faro del fútbol europeo. Ahora declina por numerosas razones. La edad de sus mejores jugadores y la ausencia de un solvente relevo generacion­al son dos causas evidentes, a las que se añade el terror que subyace en la gestión del futuro de Messi. Su inmensa figura es el activo más importante del Barça y también el más inquietant­e para los dirigentes, disminuido­s y asustados ante la magnitud del jugador más importante en la historia del club.

No hay entrenador en el mundo que aterrice en el Barça y elimine los problemas que se abaten sobre un equipo que camina hacia el ocaso. Ley de vida y de fútbol. En estas circunstan­cias, los técnicos no son un problema menor, pero no son, ni mucho menos, el mayor de los problemas. La urgencia del Barça no es otra que salir de esta pesadumbre agotadora y refundar un modelo enérgico, ilusionant­e y convincent­e. Este desafío correspond­e únicamente a sus dirigentes. A los que están o a los que asoman por la puerta.

Situar a Quique Setién como responsabl­e de la crisis del Barça es tapar la Luna con un dedo: el equipo ya no es un equipazo

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LLUIS GENE / AFP Jordi Alba y Quique Setién se quejan, el pasado martes en el Camp Nou
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