La Vanguardia

Menos que un club, más que amigos

- Carlos Zanón

La sombra del Barça está cosida a la de Catalunya de una manera deliciosa para un psicoanali­sta. Nadie hizo nunca mucho caso a aquellos clubs catalanes y sus aficionado­s que defendían que Catalunya era mucho más que un club. En el inconscien­te colectivo ser del Barça era presentars­e a las oposicione­s de catalanida­d con trienios acumulados. Del mismo modo que hoy por hoy parece que la única manera de ser catalán es ser independen­tista, en su día ser del Barça o que no te gustara el fútbol resultaban las dos únicas opciones patriótica­s permitidas. Y en ello, andamos. Torra y Bartomeu, Bartomeu y Torra son dos presidente­s que no dejan de ser dos sustitutos de uno que no está y en un sentido hamletiano se saben impostores, y ante eso la opción es impostar también la acción y no hacer absolutame­nte nada. Con lo que la sensación es que con alguien que, al llegar, encendiera las luces y, al salir, las apagara, bastaría al club y al país para estar exactament­e como estamos.

Las décadas gloriosas culés desembocar­on en un proyecto y un líder nato: Guardiola. Jugábamos como nadie, éramos el espejo en el que se asomaba el mundo futbolísti­co, con los mejores jugadores del planeta de nuestra propia cantera… El juego era limpio y vistoso, sí, pero también moderno y efectivo y lo ganábamos todo. Además, el entrenador parecía tener un plan que desarrolla­ba con talento y trabajo y que sabía comunicarl­o, sentirte aludido. Con ese plus de superiorid­ad y falsa modestia franciscan­a tan nuestros. Y con los éxitos se desveló el secreto. ¿En qué consistía…? Pues en ser nosotros simple y desacomple­jadamente. Los catalanes (aquí ya se sobreenten­día que sólo había una manera culé de serlo) éramos un pueblo que si madrugábam­os y nos poníamos a ello, podíamos conseguir lo que nos propusiéra­mos. El Barça contagió al país y así nos creímos que podíamos ganar la independen­cia como se gana una Champions. Siendo los mejores (ya lo somos, siempre lo somos), jugando limpio (no violencia, ni un papel en el suelo), trabajando unidos (som un poble) y celebrándo­lo (performanc­es, cánticos y camisetas mil) en Canaletes. La idea de que bastaba con desearlo y jugar limpio y al ataque: puro yes we can. Pero nada sucedió como se esperaba: la UE no es la FIFA, Catalunya es más que el Barça y nadie contó con los árbitros.

La depresión del país, la confrontac­ión, el bloqueo, las estrategia­s electorale­s, la selección negativa de jugadores, políticos, entrenador­es, líderes y presidente­s ha hecho que el destino de Catalunya haya tirado hacia abajo del Barça y viceversa. Cuando haces un club de unos pocos y además has olvidado que la propaganda puede servir para vender coches y licuadoras pero no para ganar torneos e independen­cias suelen pasar cosas así. Uno ya no sabe para qué madruga ni si será posible no ya ser independie­ntes –ho tornarem a fer– sino volver a ganar algo –l’any que ve, sí– que merezca la pena ir a Canaletes.

Torra y Bartomeu son dos presidente­s sustitutos de uno que no está y se saben impostores

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