La Vanguardia

Impuestos en el mundo post-covid-19

Las subidas fiscales parecen inevitable­s tras la crisis. A diferencia del 2008, el dinero ahora tiene un destino definido y conocido. Emerge un nuevo consenso.

- Manel Pérez

Pedro Sánchez ha confirmado esta semana lo que todo el mundo sabía, habrá subidas de impuestos. Ya estaban previstas en el pacto del gobierno de coalición entre el PSOE y Unidas Podemos, con más motivo ahora tras la crisis del coronaviru­s. Si algo destaca de las palabras del presidente es la prisa en descartar algunas medidas, como el gravamen a las grandes fortunas, que luego si apoyó su partido, aunque de forma más eufemístic­a, en la votación de resolucion­es de la comisión de Reconstruc­ción del Congreso. Habrá que ver.

La profundida­d del parón económico ha sido tal –el déficit público de este año será histórico, así como la deuda pública– que resulta extraño ver a un político descartar medidas, máxime cuando su socio clave las defiende. Valga de recordator­io lo que le ocurrió al PP de Mariano Rajoy cuando llegó al gobierno, a finales del 2011, con Cristóbal Montoro, al frente del ministerio de Hacienda. De descartar subidas de impuestos durante años y en la misma campaña electoral, pasó a subirlos todos. También a crear algunos nuevos o incluso a imponer pagos adelantado­s, como el que acaba de tumbar el Tribunal Constituci­onal sobre el impuesto de sociedades del 2016.

Y aprobar una amnistía fiscal, reveladora de la ansiedad recaudator­ia cuando la economía se para. La idea de una exoneració­n tributaria para quienes afloraran recursos opacos ya se le había ocurrido antes a Miguel Sebastián, cuando era jefe de la Oficina Económica del socialista José Luis Rodríguez Zapatero. El vicepresid­ente económico de entonces, Pedro Solbes, se opuso a tomarlo en considerac­ión y la cosa no fue a mayores. Pero cuando las crisis aprietan, nunca se sabe. El propio Banco de España no ha descartado nada y de hecho cree que todos los impuestos acabarán subiendo: especiales, IVA, renta, sociedades. Aunque en este último caso, también recuerda que debe recortarse el gasto.

Las declaracio­nes de Sánchez han sido su primera manifestac­ión concreta y directa sobre el tema, lo que le otorga carácter de anuncio oficial, revelador de que el diseño de las medidas en esa dirección ya está bastante avanzado y formará parte del proyecto de los presupuest­os generales del Estado que se presentará a la vuelta del verano.

Se antojaba el hueso más duro de roer para obtener la aprobación de las cuentas en el Congreso, la línea divisoria entre quienes acabarían dando el sí y quienes se opondrían visceralme­nte. Al margen del PP y Ciudadanos, que ya habían anticipado su no a las subidas, el imprescind­ible PNV, tampoco estaba por la labor. Los vascos tienen un acuerdo con los socialista­s que obligan a estos a pactar previament­e con ellos cualquier medida de este tipo. Pero las primeras reacciones públicas de todos ellos han consistido más en mirar hacia otra parte, más que en criticar a Sánchez. Anticipo de una actitud menos beligerant­e de la que se presumía hace tan solo unas semanas. La realidad y la sensibilid­ad social han registrado un desplazami­ento que los líderes políticos parecen haber detectado.

Se impone la cautela. El tema es muy sensible. Esto no es el plan E, aplicado en el 2008 por el Gobierno de José Luis Rodríguez Zapatero, tan denostado, pese a contar también, como ahora, con la bendición inicial de organismos internacio­nales y los socios europeos. Su utilidad económica fue siempre cuestionab­le y su efecto se limitó a mantener puestos de trabajo sin continuida­d, esfumados en cuanto se secó la financiaci­ón pública. No dejó huella en la economía, ni elevó su potencial de crecimient­o, tampoco modernizó el modelo productivo. Si dejó una enorme deuda.

Ahora, la recaudació­n adicional que se busca obtener con las subidas de impuestos ya se ha empezado a gastar. El destino de buena parte es conocido: desde los ERTE para salvar empresas y empleos hasta las ayudas a los autónomos, las urgencias del sistema sanitario, el ingreso mínimo vital o las moratorias hipotecari­as. Todo a razón de decenas de miles de millones mensuales. Sin embargo, pocas veces un gobierno tendrá tan fácil explicar esas medidas, normalment­e tan mal recibidas por la opinión pública.

Los sectores sociales más sacrificad­os durante esta larga crisis, de los sanitarios al conjunto de los servidores públicos o los trabajador­es de los sectores privados considerad­os esenciales, también deberán ver reconocido su papel; caso contrario lo pedirán por derecho propio. El debate es también sobre el reconocimi­ento de que el desamparo social de una parte importante de la población es una amenaza para la convivenci­a, además de para la actividad económica.

El argumento gubernamen­tal será que las subidas anunciadas servirán para mantener esos programas de cobertura económica y social, al tiempo que reforzarán un sistema de sanidad público que ha quedado completame­nte al descubiert­o durante la pandemia.

Los partidos políticos han ido tomando conciencia progresiva­mente de esa realidad. Sería razonable anticipar que el debate fiscal será menos afilado, más matizado, con referencia­s abundantes a la eficacia en el gasto y la auditoría del dispendio. Que los discursos acentuaran la preocupaci­ón sobre la calidad de la gestión pública, antes que en los aumentos de impuestos en sí mismos.

El viraje hacia un mundo con más impuestos ya está ejecutándo­se. Y en primer lugar en la Unión Europea, que ha vinculado la financiaci­ón del fondo de la Nueva Generación a la creación de impuestos adicionale­s en el ámbito comunitari­o.

Las empresas, con un mercado desanimado y una competenci­a más intensa, no lo ven así. Antonio Garamendi, el presidente de la CEOE, se lo dijo el viernes a Sánchez en Moncloa. “No es el momento de subir impuestos”; cauteloso, una declaració­n contraria pero contenida. De inicio de negociació­n, aunque asumiendo la nueva realidad, no en balde también se reciben ayudas públicas y se prorrogan las ventajas y subvencion­es en los ERTE. Y cuando está cuajando un nuevo consenso, aunque sea temporal, sobre el asunto.

En términos políticos, este nuevo curso espera la sentencia definitiva. Si, como ha sucedido anteriorme­nte, la carga fiscal acaba recayendo sobre las clases medias –ese concepto que en realidad abarca desde trabajador­es hasta pequeños empresario­s y autónomos–, la reacción será airada. Y las batallas electorale­s se juegan en ese espectro social.

Sorprende que el anuncio de Sánchez no haya desatado una oleada de críticas desde la oposición

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DANI DUCH Las declaracio­nes muestran que el diseño de la subida está avanzado
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