La Vanguardia

Aparque su abuelo aquí

- Carlos Zanón

Empieza el verano y echamos de menos al abuelo que la Covid-19 y nuestros políticos nos mataron. Desde hace años, cada primer día de nuestras vacaciones lo ingresábam­os sin falta en un hospital. ¿En dónde iba a estar mejor cuidado que allí…? No voy a negar que eran molestas las llamadas del centro médico durante las siguientes semanas para que fuéramos a buscarle e impertinen­tes las miradas del personal cuando a finales de julio o agosto lo desaparcáb­amos. Es increíble: ¿acaso creen que hubiera estado mejor solo en casa…?

A veces, aprovecháb­amos el mismo viaje para abandonar a nuestra mascota en una gasolinera. ¿En qué otro lugar iba a ser más fácil que encontrara nuevos dueños que entre surtidores y asfalto…? Hay quien deja abuelos y mascotas a la vez, o solo abuelos, pero me temo que eso es no entender la lógica del mercado. Un abuelo y una mascota se hacen compañía, sí, de acuerdo, pero es difícil encontrar una familia que quiera acoger perro y anciano. Por otro lado, si dejas a un abuelo olvidado en una gasolinera, este –los hay muy emprendedo­res– puede decidir volver por sus propios medios, y carriles bici Colau te pone los que quieras, pero carriles de abuelos abandonado­s, ni uno. El sistema, por su parte, es cruel y un abuelo muerto no puede cobrar la pensión. Por todo ello, recomendam­os aparcar el abuelo en una clínica o solo en casa con la nevera llena y un vecino cerca, diligente y con llaves.

También nos hemos acordado del abuelo cada primer sábado de mes. En octubre lo ingresamos en una residencia para que no estuviera solo y porque, por necesidade­s familiares que no vienen a cuento, necesitába­mos su piso. Todos trabajamos o estudiamos y él era viejo, por lo que no podía vivir con ninguno de sus hijos. La residencia de ancianos Ne me quitte pas es modesta porque él no necesitaba mucho. Una antigua casa del Eixample, de techos altos y pasillo estrecho. Compartía habitación con un señor de Palencia que a todas horas pedía sopa y que viniera la policía. Solía ser muy deprimente ir a verle, así que en algunas ocasiones faltábamos, pero entonces llamábamos al abuelo y acumulábam­os aniversari­os por trimestre. Con qué alegría ejercitaba su ya mítico movimiento de muñeca al sacar de la cartera aquellos billetes de 50 euros. Cuánto vamos a echar de menos esa mirada tan tierna cuando lo aparcábamo­s en el Clínic o en Vall d’hebron o en su sillita delante del televisor en Ne me quitte pas. Maldito virus, malditos chinos, malditos Vergés y Simón. Solo espero que la indemnizac­ión esté a la altura del vacío que sentimos en nuestra cartera.

Todos trabajamos o estudiamos y él era viejo, por lo que no podía vivir con ninguno de sus hijos

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