“Los autores compiten como caníbales por salir en las redes”
El loco, loco mundo del boom de los escritores latinoamericanos y sus disparatadas circunstancias. La ambición literaria de un poeta venezolano senil –convencido de que el Nobel de Literatura está a punto de serle concedido– se cruzará con las ganas de abandonar el país de su hijo Emiliano, quien acepta en nombre de su progenitor la invitación a un programa de tele-basura alemana. Pero las tres pastillas anaranjadas que le suministra a diario no serán suficientes para calmar al gran macho escritor, que también deberá hacer frente un día a las consecuencias, ay, de su desaforada bragueta.
Esos son los mimbres iniciales de Crema Paraíso (Alianza), la divertida novela de Camilo Pino (Caracas, 1970) que acaba de salir a la venta, y por la que transitan en cameos algunos mitos, como Cortázar, Vargas Llosa, Neruda, Bryce Echenique o Benedetti, en las cuchipandas de Cuba, parque temático de la literatura latinoamericana durante décadas.
El poeta Dubuc de la ficción es autor del gran poemario Instituto postal telegráfico, se pasa los días
entre el colchón y la hamaca, y las noches fumando y bebiendo en los bares caraqueños. “Es un hombre poseído por la literatura, de forma demoníaca, con un lado dionisíaco muy fuerte”.
La sátira del mundo literario incluye personajes imaginarios como Omar Pichuelos, o escenas impagables, como la visita de Allen Ginsberg a la gloria nacional Ednodio Quintero, a quien el beat intenta violar en una cabaña rural.
La magdalena proustiana de Emiliano es el granizado de limón. “Hay algo de paraíso perdido, nostalgia de un país rico que pasó a no tener alimentos ni medicinas”.
El Candy Crush al que juega compulsivamente Emiliano es el equivalente a la ginebra en las novelas de Fitzgerald. “Es mucho más adictivo que el alcohol, y un espacio, sintético, de colores y pixelado, que necesita para justificar su simpleza, su materialismo, su banalidad. Para él, es tan épico como para el padre los grandes poemas”. Ese gap narrativo entre ambos hace que el padre le haga de Cyrano y le escriba cartas de amor.
El gran escritor recibe, como Woody Allen, acusaciones de pederastia. “El paso del tiempo le da la vuelta a a moral, un concepto relativo. Lo que era bueno en los años 80 escandaliza en el 2020. Él vivía en un mundo y le cambian totalmente las reglas. Antes, la paternidad era dar una palmada en la espalda al hijo, que se educaba en la calle. Hoy, yo cambio pañales y no duermo si el niño dice algo feo”.
La parte final del libro une poesía y tele-basura. “Internet ha cambiado nuestro contacto con la literatura: autores y editoriales compiten como caníbales por la atención en las redes sociales”. Destaca, sin embargo, como rasgo positivo, “la aparición de trovadores de Youtube, poetas orales, cerca del rap, que tienen sus programas de televisión. Por ahí va a pasar algo, estemos atentos”.
En Miami desde 1999, Pino admite que “el humor se fue apropiando de la novela”. Crema Paraíso es, en fin, como si Tom Sharpe viajara a La Habana. “En la tradición hispana, el humor se percibe como secundario, con notables excepciones como César Aira, Nicanor Parra o Eduardo Mendoza”.