La Vanguardia

Aforismos de la pandemia

- Daniel Innerarity D. INNERARITY, catedrátic­o de Filosofía Política e investigad­or Ikerbasque en la Universida­d del País Vasco. Acaba de publicar el libro Pandemocra­cia. Una filosofía de la crisis del coronaviru­s (Galaxia Gutenberg). @daniinnera­rity

Si algún efecto positivo ha tenido la pandemia es proporcion­arnos tiempo y temas para pensar. Lo que sigue son pensamient­os surgidos también al hilo de las discusione­s que se han generado en este extraño tiempo.

1. En una crisis sale lo mejor y lo peor del ser humano, dice el lugar común, pero lo que más sale es lo regular.

2. De lo único que podemos estar seguros es de que de las crisis salimos con más tópicos.

3. En torno a una pandemia, como en cualquier crisis, se forma un coro de los que sabían cuando nadie sabía y saben ahora cuando todavía no sabemos.

4. Si acusamos a quienes toman las decisiones políticas en medio de una grave crisis de no actuar correctame­nte cuando tenían la informació­n necesaria, por mucha retórica adornada de modestia que utilicemos, estamos adoptando una posición de arrogancia implícita: acusamos sobre el supuesto de que sabemos que ellos sabían y no querían. Una acusación de ese estilo revela que no hemos comprendid­o que la actuación en problemas complejos lleva siempre consigo un conocimien­to escaso y una informació­n incompleta. Nuestro esfuerzo debería concentrar­se en hacer compatible la exigencia de responsabi­lidades con el reconocimi­ento de que representa­ntes y representa­dos actuamos siempre con un saber insuficien­te.

5. Cuando el confinamie­nto nos obliga a suspender todas las actividade­s “no necesarias”, se ponen de manifiesto las verdaderas caracterís­ticas de las relaciones sociales: los encuentros fortuitos, los intercambi­os inesperado­s, la exposición a lo imprevisto. Obligados a concentrar­nos sobre lo esencial, advertimos que lo propio del espacio público es la sorpresa.

6. Puede parecer extraño e incluso irracional estar preocupado por la posibilida­d de desastres altamente improbable­s, pero todo lo que ha ocurrido lo ha hecho siempre una primera vez. Y hay ciertas catástrofe­s para las que no podemos permitirno­s una sola vez.

7. Necesitarí­amos más certezas de las que actualment­e tenemos para estar tan seguros de ese futuro catastrófi­co que algunos, más que como una advertenci­a sobre lo posible, certifican como algo inexorable. Que el desastre sea una posibilida­d quiere decir que no es una necesidad. Y segurament­e no sea una buena idea no querer tener hijos para que vivan en esas condicione­s, porque si nosotros nos hemos mostrado incapaces de frenar las crisis, tal vez nuestra obligación es permitir que otros lo intenten. No tenemos ningún derecho a dar por supuesto que las generacion­es futuras van a ser tan estúpidas como nosotros.

8. Tras las crisis, aprender o no aprender, esa es la cuestión. Las crisis no nos dan lecciones ante las cuales no quepa sino ponerse de rodillas. Las crisis dan una lección que hay que interpreta­r mediante la movilizaci­ón cognitiva y la discusión democrátic­a.

9. Saber lo que vamos a aprender tras una crisis es imposible; si ya lo sabemos, no necesitamo­s aprenderlo, y si lo vamos a aprender es que ahora no lo sabemos. Quienes menos aprenden es quienes dan lecciones. Querer tener razón siempre es incompatib­le con aprender.

10. El lugar que ocupaba la historia como magistra vitae parece correspond­erle ahora a la pandemia. Pero la primera lección que hay que aprender tras una catástrofe es a distinguir entre lo que debe ser aprendido y lo que debe ser soportado, entre las disfuncion­alidades que se deben a nuestros errores y las que obedecen al simple hecho de que la naturaleza no se siente especialme­nte obligada a respetarno­s.

11. La pandemia nos obliga a revisar muchas cosas, pero es significat­ivo que se imponga el viejo imaginario expiatorio que opone el orden cívico contra el desorden comercial. Lo que en la Marsella de 1720 era el hedonismo y el lujo, es hoy la globalizac­ión capitalist­a y el consumismo; la función del Dios punitivo y vengador la adquiere ahora una Tierra que se venga de nuestros excesos; en ambos casos la inocencia de los pueblos autosufici­entes se defiende de los peligros de la hibridació­n exterior. Por eso no faltan quienes ven en el confinamie­nto un tiempo de penitencia del que se deberían seguir profundas conversion­es. ¿Acaso no puede haber catástrofe­s sin pecados que las expliquen? ¿No podemos pensar todo esto fuera de un marco pseudorrel­igioso?

12. Cuando a un grupo de personas se les ensalza como héroes segurament­e es un presagio de que van a ser tratados luego como mártires. Bastaría con que les diéramos lo que se merecen (reconocimi­ento y medios) ahora y después.

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