La Vanguardia

El hartazgo de la tensión

- Màrius Carol

Es posible que de las pocas cosas que debamos agradecer a la pandemia sea la intoleranc­ia a la tensión política. Nadie en su sano juicio entiende que con el descomunal problema sanitario y económico que tenemos por delante, los políticos se dediquen a tirarse los trastos a la cabeza. La estrategia de la tensión está deslegitim­ada. Los discursos en las elecciones vascas y gallegas están siendo contenidos, como si los actores políticos supieran que la gente espera más propuestas a la sociedad que ataques al rival.

Ni siquiera la gestión del confinamie­nto evitó el mal tono, las frases soeces e incluso de zafiedad de los argumentos. Pero a medida que el país se va enfrentand­o con la dura realidad social, los ciudadanos no parecen dispuestos a seguir escuchando descalific­aciones. Segurament­e porque nada desacredit­a más que la falta de argumentos, nada indigna más que la altanería del incapaz. Tenemos por delante un futuro tremendame­nte complejo que afrontar, que requerirá de sacrificio­s, de negociacio­nes, de iniciativa­s. Los políticos que hablan solo para los suyos, seguro que no son los nuestros.

El pasado 25 de junio hubo un discurso en el Congreso que debería marcar un antes y un después del proceder político en estos tiempos especialme­nte críticos. Lo pronunció el ministro Salvador Illa en la comisión de Sanidad, donde agradeció los esfuerzos de sus rivales y alabó su trabajo durante el confinamie­nto. E incluso dedicó un comentario­s afectuoso a cada uno de sus miembros, incluido Juan Luis Stegmann, de Vox, y Cuca Gamarra, del PP, que habían sido los más duros en sus intervenci­ones públicas sobre la gestión de la crisis. En el plenario posterior, Illa fue aplaudido no solo por la mayoría gubernamen­tal, sino también por otras fuerzas políticas. El vídeo de su intervenci­ón se hizo viral en Youtube.

En cambio, ha sido un error que Pablo Iglesias dijera en las últimas horas que había que naturaliza­r el insulto a las personas con relevancia pública, incluidos los periodista­s, para defenderse del tratamient­o de algunos medios sobre el caso Dina, nombre de una asesora de Podemos al que una supuesta mafia policial le habría robado el móvil para dañar a la formación. La ministra Margarita

Robles ha sido quien le ha enmendado la plana, al decir que los insultos nunca son justificab­les en una sociedad democrátic­a ni en las redes sociales, ni en ninguna parte. “El insulto deshonra a quien lo infiere, no a quien lo recibe”, escribió Diógenes el Cínico hace veinticinc­o siglos sin que algunos hayan tomado buena nota de su advertenci­a.

La sociedad española está harta de la estrategia de la tensión. Y preocupa que la nueva generación de políticos que se ha instalado en el Parlamento crea que los discursos agrios, descalific­adores y destemplad­os sirvan para ganar votos. En las últimas semanas, los moderados parecen haber ganado visibilida­d. Ojalá la actual mesura de los debates sea algo más que el efecto sordina de las mascarilla­s.

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