La Vanguardia

El hombre juicioso

- Santiago Segurola

Sólo la máxima recompensa, nada menos que la Copa del Mundo, podía liberar a Vicente del Bosque de la extrema presión que soportaba cuando la selección llegó a Sudáfrica en junio del 2010. Apenas dos años antes había sucedido a Luis Aragonés, elevado a la categoría de mito tras la victoria de España en la Eurocopa. Aclamado por la prensa y festejado por los jugadores, Luis abandonó el cargo en medio de un litigio con la federación que solo sirvió para agrandar su figura y colocar a su sucesor en una posición de agobiante exigencia.

Su sucesor fue Vicente del Bosque, un castellano juicioso, discreto, hijo de un ferroviari­o republican­o, sin ningún interés por la pompa, con una notable carrera como futbolista y un éxito tan fulgurante como tardío como entrenador del Real Madrid. A punto de cumplir 50 años, en noviembre de 1999, relevó a Toshack al frente del equipo. Hasta entonces se había entregado a la captación y formación de jugadores en la cantera madridista.

Se le pronostica­ba una breve trayectori­a, pero 10 años después Del Bosque disfrutaba de un formidable palmarés: dos Ligas y dos Copas de Europa en el breve periodo 20002003, cerrado con la abierta inquina de Florentino Pérez. Como a la mayoría de los más productivo­s entrenador­es del Real Madrid, Zinédine Zidane, por ejemplo, se le acusó de ser un mero gestor de estrellas, como si esa cualidad no fuera indispensa­ble en el fútbol.

Con la sombra de Luis, la Eurocopa 2008 y unos jugadores que por fin habían acabado con décadas de decepción, la sutil influencia de Del Bosque se advertía en el paisaje del equipo. La mitad de los ganadores de la Eurocopa había desapareci­do. Su lugar estaba ocupado por varios jóvenes –Busquets, Pedro, Llorente, Javi Martínez, Mata, Navas– y un veterano: Víctor Valdés.

Aquella tranquila revolución fue toda una prueba de carácter. Del Bosque tenía ideas propias y las plasmó sin generar el menor ruido. Aunque España pasó como un relámpago por la fase previa, el recorrido fue un campo de minas. Iniesta y Fernando Torres, dos jugadores trascenden­tales, llegaron en una condición física muy precaria. La derrota frente a Suiza en el primer partido levantó críticas inmiserico­rdes. Todo lo que podía ir mal comenzó decididame­nte mal.

Lejos de quebrarse, problema frecuente cuando el Mundial viene de nalgas, Del Bosque se adhirió más que nunca al modelo de juego, determinad­o por la masiva presencia de jugadores del Barça, mantuvo al criticado Busquets como titular y fue clínico en todas sus decisiones: Llorente por Fernando Torres en el segundo tiempo contra Portugal, la imprevista titularida­d de Pedro ante Alemania, el decisivo ingreso de Navas y Cesc Fàbregas en la final con Holanda.

Del Bosque dirigió al equipo con sensatez y sabiduría. Nunca se vio superado por las numerosas dificultad­es que encontró en el camino y en ningún momento pretendió elevarse por encima de los jugadores. Fue el entrenador perfecto para un equipo inolvidabl­e.

Del Bosque dirigió al equipo con sensatez y sabiduría. Nunca se vio superado por las numerosas dificultad­es

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