La Vanguardia

Desconfina­r las fases

- Director adjunto Miquel Molina

Terry Gilliam describió en su película Brazil (1985) una distopía en la que el terrorismo ganaba definitiva­mente la guerra. Asumida la derrota, a la gente no le quedaba otro consuelo que esperar que la estadístic­a estuviera de su parte. Cuando en un restaurant­e estallaba una bomba, los camareros ponían biombos para evitar que los supervivie­ntes tuvieran que ver los cadáveres de los que habían tenido menos suerte. Así podían seguir cenando. Es un debate abierto: la solidarida­d versus el instinto de superviven­cia. Estos días, veraneante­s de Barcelona que viajaban al Pirineo de Lleida o de Huesca estaban más preocupado­s por cómo sortear los límites confinados del Segrià que por el drama que se vive en la comarca. El biombo de Brazil era aquí la ventana subida de sus coches climatizad­os a su paso por los controles de Alfarràs o Alpicat.

Mucha gente en Lleida se siente discrimina­da. Pero la evolución de los contagios y las dudas que genera la gestión del Govern invitan a pensar que tal vez los leridanos hayan sido solo los primeros en sufrir un rebrote descontrol­ado y sus consecuenc­ias. Detrás podrían venir otros territorio­s. Si en Lleida no se ha acertado a trazar las cadenas de contagios, ¿por qué en otras ciudades tendría que ser diferente?

Es pronto aún para saber si Aragón ha logrado mitigar su brote –muy similar al de Lleida– porque actuó antes y de una manera más efectiva: en esta pandemia se ha visto lo fácil que es hacer afirmacion­es erróneas por falta de perspectiv­a. Pero, a la vista de las dificultad­es mostradas ayer por los consellers Vergès y Buch para explicar qué podrá y qué no podrá hacerse a partir de ahora en el Segrià, es lícito preguntars­e por qué no recuperar –como sí se ha hecho en Huesca– el sistema de fases que establecie­ron las autoridade­s sanitarias españolas. Pese a ser complejo por la elevada casuística, la población lo acabó interioriz­ando. Servía como esbozo de un horizonte al que atenerse y permitía dar una respuesta graduada a los retos de cada momento, ya fuera para avanzar o para retroceder.

Porque hacer política no debería consistir solo en marcar perfil propio y en calificar de incompeten­te al rival, sino también en rectificar a tiempo por el interés general.

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