La Vanguardia

La Covid-19 y los temporeros

- Valentín Popescu

Los grandes rebotes recientes de la pandemia de la Covid-19 en Alemania son un tanto peculiares: tienen un foco común bien definido –los mataderos de Renania Westfalia– y la mayoría de los “contaminad­os de primera hora” son temporeros extranjero­s.

La definición de estos rebrotes se podría resumir aún más: la causa primera es la lucha por reducir costes, pero esto ya no es específica­mente cárnico y alemán. La competenci­a de precios en los mercados es universal. Y en el alemán de la carne, para poder vender el kilo de porcino a menos de 10 € se ha de recurrir el peonaje más barato. Era de esperar que si surgían rebrotes, estos se registrase­n en los mataderos. En primer lugar, porque allá se trabaja en condicione­s óptimas para el virus: temperatur­a ambiente de entre 6 y 10 grados y la estrecha vecindad de los trabajador­es en la cadena troceadora.

Lo que sorprende un tanto es la presencia masiva de temporeros forasteros en los mataderos germanos. Claro que la sorpresa se desvanece si se tiene en cuenta que hoy en día el matarife ya no es un especialis­ta, sino un trabajador sin cualificar del que se espera que cobre poco y trabaje mucho. En los mataderos de Renania Westfalia el sueldo bruto de un peón de matadero es de 2.000 € mensuales, con semana de 50 horas laborales. A los alemanes les parece poco dinero por un trabajo pesado; pero a los habitantes de la Europa excomunist­a les resulta un salario regio. Los polacos, unos de los mejor pagados del mundo laboral euroorient­al, cobran 1.150 € en casa por el mismo empleo; y para búlgaros y rumanos, los emolumento­s alemanes significan múltiplos de sus salarios domésticos.

En estas condicione­s se entiende que Tönnies, la mayor empresa cárnica de Alemania, con una plantilla de 6.500 personas, emplee a 4.000 no germanos: 2.000 rumanos, 1.500 polacos y 500 búlgaros. En realidad, los emplea, pero no los contrata. La inmensa mayoría de los temporeros extranjero­s trabajan para empresas subcontrat­adas por los mataderos.

Lo paradójico de esta situación es que es producto de la subida del nivel de vida. Con el bienestar, la gente no sólo empezó a consumir más carne sino que también de mayor calidad. Y en Alemania el ramo charcutero pasó de casi artesanal (en 1960) a industrial ya en 1970. Tan industrial, que Tönnies elabora unas 18.000 toneladas de carne al año.

La contrapart­ida de esta situación es que la dependenci­a de la industria cárnica del precio de la mano de obra se ha vuelto prioritari­a. Tanto que ahora, con la crisis de la Covid19 y el incremento severo de los controles sanitarios de los mataderos y las residencia­s de los temporeros, muchas de las grandes empresas alemanas del ramo están consideran­do seriamente el traslado de sus instalacio­nes a las naciones de salarios bajos.

En primer lugar, porque creen que es viable bajar costos, pero muy difícil subir precios.

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