El principio de realidad de Urkullu
Hace cuatro años, Carles Puigdemont fue uno de los invitados en la toma de posesión de Iñigo Urkullu como lehendakari. Se sentó junto a Soraya Sáenz de Santamaría en la Casa de Juntas de Gernika y sonrió. Acababa de anunciar su “referéndum o referéndum” y comprometido a Oriol Junqueras en la organización. La imagen es de reedición imposible después de la enésima victoria electoral del PNV, y no solo porque el expresident tenga su base de operaciones en Waterloo y la exvicepresidenta sea ahora socia de un despacho legal. Sino porque Urkullu es el apóstol de lo que él denomina “principio de realidad”, incompatible con la trayectoria de Puigdemont.
La ruptura entre ambos es política, pero sobre todo emocional. La mediación entre la Generalitat y el gobierno de Mariano Rajoy para evitar la declaración de independencia en el Parlament embarrancó y el juicio del 1-O hurgó en las heridas abiertas. Según el expresident, Urkullu ocultó en su declaración ante el Tribunal Supremo parte de la negociación. “Le faltó parte de la memoria o del relato”, “no fue así”, le reprochó. En Ajuria Enea tienen alergia a la polémica así que se limitaron a recordar que el lehendakari cuenta con una “memoria envidiable” y subrayar que había enviado más de trescientas páginas –que sigue sin ser pública– documentando sus gestiones al Archivo Histórico del País Vasco, la Fundación Sabino Arana y el archivo del monasterio de Poblet.
Urkullu no solo ha evitado daños colaterales en Euskadi por el conflicto catalán, sino que ha logrado el mejor resultado del PNV en los últimos 40 años y ha reforzado la posición de su partido en Madrid. Sus votos son la rótula de todas las mayorías en el Congreso y el PSOE hasta le entregó un comprobante firmado concediéndole el derecho de veto a cualquier reforma fiscal para garantizarse la investidura de Pedro Sánchez. Ni siquiera el flirteo del PSOE con Inés Arrimadas inquieta ya en Sabin Etxea, a diferencia de ERC, la otra pata de la mayoría de la investidura. Tampoco lo hacen ya las incursiones de Bildu en la gobernabilidad del Estado, siguiendo la estela de los republicanos, tras el fiasco del pacto sobre la derogación inmediata de la reforma laboral y el varapalo autonómico que recibió ayer Pablo Iglesias.
La oferta política del nacionalismo vasco no corre riesgos –camino por el que se despeñó Juan José Ibarretxe , CDC y ahora el PDECAT–, responde a certezas. Cuenta con un apoyo transversal y ha arrastrado a la izquierda abertzale al pragmatismo ubicando la reivindicación soberanista en los límites de una reforma estatutaria.
Urkullu sostiene que el PNV no renuncia a la independencia en el futuro, pero siempre desde ese “principio de realismo” al que dio la bienvenida a la izquierda abertzale ya en el 2014. El mantra se repite una y otra vez. Incluso lo utilizó para recibir el compromiso de Pedralbes entre Pedro Sánchez y Quim Torra: “Principio de realismo. Distensión, diálogo efectivo, propuesta política y seguridad jurídica”. Y para desechar la candidatura europea de la mano de Puigdemont, lo que no impidió que Izaskun Bilbao mantuviera su acta de eurodiputada. Puigdemont ganó a Junqueras en Catalunya y Jxcat, tres eurodiputados, pero la resiliencia del PNV no está en duda.
La desafección entre Urkullu y Puigdemont dejó a Jxcat sin su referente vasco clásico. El viernes, en el mitin del final de campaña coincidieron en Bilbao Marta Pascal, de estreno con su Partit Nacionalista de Catalunya, y David Bonvehí, con pinta de vivir los estertores del PDECAT. Pero quien hace números de futuro es Puigdemont y su equipo. Jxcat no puede reivindicar la victoria de Urkullu, pero tampoco puede hacerlo la ERC más pragmática de Junqueras.
La relación de ERC con el PNV se limita al Congreso, mientras que las estructuras de los partidos se mantienen a prudencial distancia. Fue Arnaldo Otegi quien encontró en los republicanos la guía para normalizar la actividad política de Bildu y en ERC aseguran que copian hasta argumentarios. Isaac Peraire y Elisenda Alamany cerraron la campaña con Maddalen Iriarte, que relanzó a la izquierda abertzale pero aún sin margen de maniobra. De nuevo la resiliencia del PNV. Y ante la atonía electoral vasca, el rédito indirecto para ERC llegó de la mano de Ana Pontón y el BNG. Fueron socios en Ahora Repúblicas.
Por si acaso, Puigdemont no esperó para marcar el camino de ataque a los socios en el Gobierno central. “El socialismo no levanta el vuelo y Podemos se hunde”. Otro principio de realidad... que el expresident ya explota en Catalunya.
La ruptura entre Iñigo Urkullu y Carles Puigdemont es política y emocional desde octubre del 2017. La mediación del lehendakari acabó en fracaso pero ha disparado la influencia del PNV en Madrid y contiene a Bildu