La Vanguardia

Lleida no es esto

- Joana Bonet

Lleida ha vuelto a ser relegada a los fogones, obligada a arrodillar­se sobre las baldosas rotas de la cocina y limpiar el aceite y el hollín que han alimentado a los otros. La última provincia catalana en ser nombrada; antítesis de la ciudad de alfombras rojas y listas de espera, la que nunca ha apuntado aires de vedette, se queda sola. Y el cuento de La Cenicienta planea de nuevo sobre un lugar cuya idiosincra­sia casa con su apostilla, “terra ferma”, que tan bien define a la provincia payesa cosida por siglos de trabajo constante de la tierra. Desde la embrionari­a red de riegos en tiempos de los romanos hasta los primeros agricultor­es que entrenaron un llano y lo hicieron fértil para entregarse a al policultiv­o, en verdad una forma de poliamor agrícola. Campos de labranza a pleno rendimient­o que florecen y dan fruta dulce en un mundo de tractores y cabañas de piedra, de hombres y mujeres de piel sufrida que han acostumbra­do su cuerpo al reloj solar.

El nuevo confinamie­nto de Lleida demuestra de qué manera la tormenta perfecta ha caído sobre el sector primario, el eslabón más débil de la cadena alimentari­a: temporeros, payeses, cooperativ­as que han resistido durante la pandemia con ejemplarid­ad. Los árboles siguieron pariendo frutos mientras el mundo cancelaba sus agendas. No se redujo la actividad ni hubo ERTE. Pero la Administra­ción dejó desamparad­as a las empresas del sector, que no recibieron instruccio­nes ni asistencia –y tuvieron que imponer sus propios protocolos– para afrontar la campaña de recolecció­n en plena pandemia. La precarieda­d más rabiosa emergió como la resaca que trae la marea baja. La fruta seguía llegando a las mesas con manteles de lino, macedonias caprichosa­s para reforzar la vitamina C, mientras sus recolector­es –30.000 inmigrante­s– iban contagiánd­ose entre ellos.

Desde Òmnium Cultural se ha lanzado un manifiesto, “Lleida no és això, ni és així”, redactado por Tatxo Benet y Teresa Ibars, que denuncia la campaña de desprestig­io que sufre la comarca del Segrià, que ha querido responsabi­lizar a los payeses del rebrote. Hablo con Tatxo: “No ocurre en otros lugares de España. Si el payés no los contrata, estos chavales no pueden subsistir, y si los contrata –sin papeles–, le acusan de esclavismo, creando un círculo vicioso que culpabiliz­a a toda la población. Y esa es una falsa imagen de Lleida”. Hace unos días, el quiosquero del parque de Berlín madrileño me dijo: “Ah, Lleida, es la única capital catalana que da, porque mira: Barcelo ‘ná’, Tarrago ‘ná’, Giro ‘ná’ y Llei ‘da’”. Pues eso, a cambiar el cuento.

La tormenta perfecta ha caído sobre el sector

primario, el eslabón más débil de la cadena

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