La Vanguardia

El teatro contra Zoom

- Jorge Carrión

El peso de los cuerpos saltando o desplománd­ose. El ojo del ano peludo que se ofrece ante el ojo del espectador (ambos inmundos y sagrados). La vibración sonora de las pisadas y de los saltos y de las voces. La profundida­d del espacio, sus rincones, sus secretos en alta definición. El sudor que hace brillar los cuerpos con esa consistenc­ia desconocid­a por los filtros de Instagram. La coreografí­a y la orgía de los cuerpos desnudos, radicalmen­te ajena a la pantalla pornográfi­ca. Esa saliva que brota de la boca y se vuelve espectro húmedo en el aire del escenario, esa saliva: amenaza líquida.

La levedad de las plumas que rebotan en las raquetas de bádminton. El ojo de un drone, que es una cámara, que es reconocimi­ento facial, que es nuestro ojo (ambos ya un tanto pixelados). Los relieves de las maquetas que cuentan la historia de Mallory, el explorador del Everest, y de Ruth, la escritora que lo esperaba en casa. Orson Welles y Vladímir Putin dirigiéndo­se a nosotros: retándonos a discernir entre la confesión sincera y la noticia falsa. Y un cañón de nieve que convierte el escenario en una atmósfera de copos de mentira, que caen sobre los vivos y los fantasmas.

Y el aplauso: el peso de los aplausos, el dolor en las manos después de tanto aplaudir. No era consciente de cuánto echaba de menos las tres dimensione­s del arte hasta ver en el Festival Grec de este año The Scarlet Letter, de Angélica Liddell, y —unos días más tarde— The Mountain, de la Agrupación Señor Serrano. Dos obras transgreso­ras, excelentes.

Dos contundent­es diseccione­s de la inquietant­e realidad de hoy. Liddell afirma que no quiere vivir en un mundo en que la mitad femenina odia a la mitad masculina, sobre todo a través de las redes sociales. Mediante una versión libérrima de la novela de Nathaniel Hawthorne, firma una carta de amor al deseo y a la libertad y a los hombres, una defensa brutal del derecho a ofender, un ataque frontal contra el #metoo. Y Alex Serrano y Pau Palacios —por su parte— llevan a cabo una versión igual de libérrima de F de Fake, para explorar la frontera entre la confianza y la fe, en el contexto de internet como una máquina de desinforma­ción cada vez más pantanosa.

Toda la extraordin­aria literatura de Liddell —exquisitam­ente publicada por la editorial La uña Rota— insiste en la naturaleza contagiosa del arte. En su función de Barcelona, los pasajes sobre la censura de su libro Una costilla sobre la mesa, editado hace dos años, adquiriero­n un nuevo sentido: “Quieren a Baudelaire sin Baudelaire, a Pasolini sin Pasolini, sin los 33 juicios de Pasolini, a Boccaccio senza Boccaccio. Oh, Boccaccio, ¿qué haremos si lo que antes no era ley ahora sí lo es? Nostalgia de la peste, el teatro como la peste”. El arte es cuerpo, es saliva, es infección, es comunión y catarsis. El Grec de este año me ha escupido a la cara todo lo que perdemos por culpa del Zoom.

El arte es cuerpo, es saliva, es infección, es comunión y catarsis; el Grec de este año me ha escupido a la cara todo eso

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