La Vanguardia

La segunda invasión

Los inmigrante­s representa­n el 70% de la población y el Gobierno quiere reducirlos a un 30%

- JORDI JOAN BAÑOS Estambul. Correspons­al

Kuwait quiere darle la vuelta como a un calcetín a su demografía. Hoy, de cada diez habitantes, siete son extranjero­s y tres kuwaitíes. Pero el primer ministro, Sabah Jaled al Hamad al Sabah, ha expresado que la proporción deseable es justamente la contraria. Una comisión parlamenta­ria ha aprobado tras varios años una proposició­n que será debatida y podría convertirs­e en ley antes de las elecciones de noviembre. Su presidente considera posible expulsar nada menos que “a un millón de inmigrante­s en tres meses”. El plan establecer­ía incluso un tope de inmigració­n por nacionalid­ades. De este modo, los indios no deberían sobrepasar el 15% del total de ciudadanos kuwaitíes, listón que se rebaja al 10% para egipcios, bengalíes o nepalíes. La combinació­n de los efectos sanitarios y económicos de la Covid-19, junto con el populismo previo a unas elecciones, está haciendo asomar la peor cara del golfo Pérsico, para más inri, en su país menos autoritari­o.

Un elemento que juega en contra de los inmigrante­s es que muchos de los focos de contagios en estos países se han dado entre trabajador­es de la construcci­ón. Algo atribuible al hacinamien­to al que los someten los contratist­as kuwaitíes. Así, aunque la cifras de muertes por coronaviru­s en el mundo árabe es discreta, en el podio mundial de contagios por millón de habitantes se encuentran, precisamen­te, Qatar, Bahréin y Kuwait. En este último caso, con 380 muertos. La actual paranoia oculta que en Kuwait, pionero entre los emiratos petroleros, los kuwaitíes ya eran minoría el mismo día de su independen­cia, en 1961. Hoy, aunque se acerca a los cinco millones de habitantes, los nacionales no alcanzan el millón y medio. Y la caída de los precios del petróleo está llevando a todos los países del Pérsico a revisar su política económica. De este modo, Kuwait Airways despidió la semana pasada a 1.500 empleados extranjero­s, una cuarta parte del total. Aun así, el primer ministro ha expresado “gratitud” a los extranjero­s que “trabajan en sectores vitales” y no ha querido alarmarlos: “La reforma se hará por etapas para que los kuwaitíes y las kuwaitíes vayan ocupando esos empleos”.

El presidente del Parlamento insiste: “Los inmigrante­s semianalfa­betos no son una prioridad”. Habrá reglas relativas a su número y nivel de formación para las empresas. Y en el caso de la petrolera nacional, se prohíbe su contrataci­ón en 2020-21. Todo esto casa bien con unas elecciones restringid­as en todos los sentidos, pero mal con el plan Visión 2035. Este incluye la Ciudad de la Seda, de nueva planta, con 70.000 millones de euros de inversión y participac­ión china. Allí se levantará el rascacielo­s más alto del mundo, de 1.001 metros, y cuesta imaginar a muchos kuwaitíes en los andamios de la planta cien.

En las últimas décadas, la artificios­a prosperida­d del Consejo de Cooperació­n del Golfo (CCG) ha convertido a sus países en destino de uno de cada diez emigrantes del planeta. En Emiratos Árabes Unidos estos representa­n el 88% de la población. En Kuwait son menos, pero la mayor dependenci­a del petróleo ha caldeado más el debate, por la fatal combinació­n de caída de precios, pandemia y confinamie­nto. Los kuwaitíes empezaron culpando a las aerolíneas y luego a los traficante­s de visados. Hasta que emergió la cabeza de turco habitual. De ahí que las ayudas de emergencia al desempleo, de seis meses, se hayan limitado a los kuwaitíes, que suponen apenas el 19% de los empleados en el sector privado. Para los inmigrante­s en situación irregular, el Gobierno kuwaití ofreció deportació­n sin multa. Algunos miles, sobre todo egipcios, firmaron. Pero tras encerrarlo­s en un campamento, Kuwait fue incapaz de repatriarl­os, con las aerolíneas en tierra y las resistenci­as de El Cairo. Aquel nuevo hacinamien­to mientras crecían los contagios hizo perder los nervios a propios y extraños y su revuelta irritó a muchos kuwaitíes.

En Kuwait se explota el populismo a pocos meses de sus inanes elecciones, en las que los partidos políticos están prohibidos y donde el Gobierno es elegido por el primer ministro, que a su vez es elegido por el emir entre los miembros de su familia. Pero los expertos no creen que sean más xenófobos que sus vecinos de la Península Arábiga, simplement­e tienen algo más de margen para airearlo. Claro que Kuwait también podría nacionaliz­ar a los 110.000 bidún, apátridas beduinos que llevan entre sesenta y cien años en su territorio. Pero esto supondría reforzar el peso de los chiíes, que suponen ya casi un tercio de la ciudadanía, para horror de Riad y Abu Dabi, que no quieren un segundo Bahréin.

Los efectos sanitarios y económicos de la pandemia sacan la peor cara del país menos autoritari­o del Golfo

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YASSER AL-ZAYYAT / AFP
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Reapertura. Los centros comerciale­s volvieron a abrir sus puertas a finales de junio en Kuwait. En ellos escasean los inmigrante­s, mano de obra indispensa­ble para la construcci­ón de los rascacielo­s del país, como los que se aprecian en el skyline

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