La Vanguardia

La tensa relación Ue-turquía

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Desde que, en ya lejano 1963, Turquía solicitó su ingreso en la entonces Comunidad Económica Europea, actual Unión Europea, las relaciones entre ambas partes han sido un rosario de problemas y desencuent­ros. Unas relaciones marcadas a veces por el puro pragmatism­o –véase el vergonzoso acuerdo de marzo del 2016 por el que Turquía aceptaba hacerse cargo de 3,5 millones de refugiados a cambio de 6.000 millones de euros– y otras, por serias discrepanc­ias, como ocurre en este momento.

El último ejemplo de esta difícil entente ha sido la decisión del presidente Erdogan de volver a convertir en mezquita la basílica de Santa Sofía en Estambul, antigua catedral cristiana ortodoxa y hasta ahora museo. Una medida –que ayer la UE condenó pidiendo a Turquía que reconsider­e la decisión– con un alto contenido político islamista y nacionalis­ta, una clara provocació­n turca a Grecia y un nuevo portazo a Europa. Las tensiones bilaterale­s han ido también en aumento por el apoyo militar turco al Gobierno de unidad nacional de Libia, violando el embargo de armas decretado por la ONU. En Siria, Turquía combate a los kurdos, aliados de la coalición contra el Estado Islámico a la que pertenecen varios miembros de la UE. Y por último está el contencios­o con Grecia y Chipre sobre las aguas territoria­les, en el marco de las prospeccio­nes de gas que Turquía efectúa en el Mediterrán­eo oriental.

La UE es consciente de las dificultad­es de la relación con un vecino que tiene la llave que puede abrir la puerta a una nueva oleada de migrantes y refugiados a Europa –el pasado mes de febrero ya efectuó un amago en la frontera con Grecia–, y que Ankara utiliza políticame­nte para presionar a Bruselas. Estados como Francia, Grecia y Chipre han formado un frente para frenar las aspiracion­es turcas en las aguas mediterrán­eas, ante el temor de que esa zona se convierta en un nuevo foco de insegurida­d para Europa. Josep Borrell, el alto representa­nte europeo, cree que la mejor medida contra las discrepanc­ias es el diálogo y la negociació­n, aunque admite que la relación con Turquía –país aliado en la OTAN– es en este momento el mayor problema de la política exterior comunitari­a.

Control de la migración, terrorismo e inestabili­dad política afectan a los intereses de Europa, cuya seguridad Turquía podría amenazar. La UE ha criticado la actuación turca en el norte de Siria y pretende trabajar con Ankara para impulsar un proceso político en Libia, pero no admite el memorando con ese país que delimitó sus zonas económicas exclusivas.

Ayer, el Consejo de Ministros de Asuntos Exteriores de la UE debatió la compleja relación con Turquía sin tomar medidas concretas. Se limitó a expresar su descontent­o y preocupaci­ón por la situación, que volverá a estudiar el mes próximo en Berlín para buscar fórmulas para desescalar la tensión. Solo entonces se estudiaría­n posibles sanciones. Otra muestra de cómo el chantaje turco utilizando la emigración deja las manos atadas a Bruselas.

La amenaza turca de abrir la puerta a los migrantes frena la respuesta europea a las provocacio­nes de Erdogan

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