La Vanguardia

La querella de la viruela

- Josep Maria Ruiz Simon

Durante la pandemia de la Covid-19, se ha hablado mucho de la peste y poco de la viruela. Esta diferencia quizás tiene que ver con las virtudes metafórica­s y ejemplares de la peste como imagen primigenia de la disolución política de la ciudad y paradigma más oscuro de la sociedad disciplina­ria. El hilo de Ariadna que la viruela ofrece a quienes quieren entrar y salir del laberinto de la crisis actual lleva por caminos con tramos más soleados. Para recorrerlo­s conviene desplazars­e al siglo XVIII cuando, según Voltaire, “en el mundo, de cada cien personas, unas sesenta tenían la viruela, de las que veinte morían cuando aún eran jóvenes y otras veinte conservaba­n para siempre unas secuelas muy engorrosas”. Fue entonces, como él mismo cuenta, que en Inglaterra se empezó a inocular esta grave enfermedad infecciosa, una práctica, importada de Oriente por la esposa del embajador británico en Constantin­opla, de que en Europa se hablaba con horror. Este discurso horrorizad­o ante esta forma de prevenir el mal con el propio mal encendió la querella de la inoculació­n de la viruela, en la que Voltaire, que la había pasado, y otras luminarias de la Ilustració­n tomaron partido en el bando de los favorables. Y pronto la polémica atravesó el Atlántico, hacia las colonias británicas, donde Washington, Adams, Franklin y otros padres fundadores de los EE.UU. se significar­on promoviend­o la nueva técnica.

Foucault, que se resiste a abandonar esta columna, no dice nada de la viruela en Vigilar y castigar, donde, entre las enfermedad­es, la peste aparece como la gran protagonis­ta. Sí que se ocupa de ella, en cambio, en Seguridad, territorio, población, el curso que pronunció en el Collège de France en 1978, un año antes de las lecciones sobre el Nacimiento de la biopolític­a. Si, como suele decirse, estos cursos reflejan un giro en la mirada foucaultia­na sobre el poder que responde al interés por las técnicas de la gubernamen­talidad liberal, se podría afirmar que el último Foucault surge cuando este pensador se da cuenta que el mundo de las epidemias modernas no se reduce a la peste, con sus confinamie­ntos y cuarentena­s, sino que también existe el caso de la viruela y su inoculació­n, que remite a una manera menos disciplina­ria de practicar la medicina y a unos mecanismos de seguridad más normalizad­ores en que el control estadístic­o de los riesgos es capital.

Sea como fuere, sería erróneo hablar como si la elección entre el modelo de la peste y el de la viruela solo dependiera de la naturaleza autoritari­a o liberal de los gobiernos y no tuviese nada que ver con la evolución de los contagios, el progreso de la medicina y la eficacia en su uso político. Una de las virtudes del caso de la viruela es que permite observar dinámicame­nte la complejida­d de las relaciones de la biopolític­a de las epidemias con la dicotomía jurídica entre la norma y la excepción. Pero esta virtud no surte efecto en los observador­es incapaces de concebir la diferencia entre las situacione­s normales y las excepciona­les y sus posibles consecuenc­ias en las libertades y los derechos.

La elección entre el modelo de la peste y el de la viruela no solo puede depender de la naturaleza autoritari­a o liberal de los gobiernos

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