La Vanguardia

La caza de los canarios románticos

De los más de treinta mil desapareci­dos en la guerra sucia argentina, 152 fueron jugadores de rugby, y 20 de ellos de un mismo club

- Rafael Ramos

El 25 de Junio de 1978, mientras Argentina derrotaba a Holanda por 3 a 1 en la final del Campeonato del Mundo, a unos cientos de metros, en la Escuela de Mecánica de la Armada de la Avenida del Libertador en Buenos Aires, los prisionero­s sabían que pronto iban a ser torturados. Si ganaba el equipo nacional, más tarde, porque los oficiales de la dictadura celebraría­n la victoria. Por el contrario, si perdía, más pronto y con más sadismo, porque volcarían en ellos su rabia.

De los más de treinta mil desapareci­dos argentinos de la segunda mitad de los setenta y principios de los ochenta, 220 fueron deportista­s. Y una mayoría desproporc­ionada de ellos (152) no precisamen­te futbolista­s sino jugadores de rugby, por la vinculació­n de ese deporte con las universida­des, donde un número considerab­le de estudiante­s eran idealistas de izquierdas, vinculados en algunos casos con grupos como los montoneros y el Ejército

Revolucion­ario del Pueblo (ERP).

Es una herida abierta, como tantas otras, en la historia de la República. Hace poco, el presidente de la UAR (Unión Argentina de Rugby) recibió a familiares de desapareci­dos y organizaci­ones de derechos humanos, con cuarenta años de retraso. Pero por lo demás, la memoria histórica ha sido aplastada. Tuvieron que ser los All Blacks, durante su visita a Buenos Aires en julio del 2019 para jugar contra los Pumas, quienes dieron una lección de esas que suelen dar sobre el terreno de juego, visitando como colectivo (acudió la mitad del equipo) el siniestro edificio de la antigua Escuela de Mecánica de la Armada, ahora el Museo Sitio de Memoria, por iniciativa de uno de sus fisiotera- peutas, Pete Gallagher. Tras recorrer las instalacio­nes, expresaron en sus cuentas de las redes sociales el horror que les produjo lo que habían visto, y los testimonio­s de algunas víctimas y sus familiares.

Una de las ciudades donde la dictadura cívico-militar-eclesiásti­ca asesinó e hizo desaparece­r a un mayor número de personas es La Plata, capital de la provincia de Buenos Aires, con sus caracterís­ticas avenidas diagonales, la catedral neogótica de la plaza Moreno y un Palacio Municipal construido en el estilo del Renaci-miento alemán. La razón no es otra que su elevada población estudianti­l y universita­ria. Solo del Rugby Club La Plata, entre el régimen de Isabel Perón y los militares mataron a veinte rugbiers (como se llama en Argentina a los jugadores de rugby). Solo una placa con sus nombres recuerda a los “canarios románticos” (la camiseta del equipo es amarilla).

Los dirigentes de los clubs de rugby argentinos son –y eran– gente de clase media alta, empresario­s, jueces y comerciant­es, que prefieren mantener las institucio­nes al margen de la política, y tal vez ello explique –aunque no justifique– el silencio institucio­nal sobre los 152 desapareci­dos, militantes idealistas que se enfrentaro­n al elitismo, el machismo, la injusticia social y los valores de las clases poderosas y privilegia­das, y lo pagaron con sus vidas. “Ha de morir tanga gente como sea necesario para devolver la seguridad a la Argentina”, declaró el general Rafael Videla, líder de la Junta Militar en 1978, poco antes de entregar la copa de campeón del mundo a Daniel Passarella.

Fiel a su palabra, el dictador no tuvo piedad no sólo con las personas vinculadas al movimiento revolucion­ario responsabl­e de bombas y secuestros, sino con cualquier sospechoso de ser de izquierdas. El primero de los canarios asesinados había sido el medio melé Hernán Rocca, en 1975, durante el débil mandato de Isabel Perón, cuyo cuerpo apareció con los ojos tapados y diecinueve agujeros de bala, mientras sus compañeros se encontraba­n de gira por Europa, como recuerdan el libro de Claudio Gómez Maten al Rugbier, Silencios de Claudio Fava, y el documental No bajen los brazos (en el primer partido tras su regreso, el minuto de silencio se convirtió en diez minutos). Otros dos serían ejecutados con Isabelita en la Casa Rosada, y los diecisiete restantes bajo la Junta.

Muchos otros clubs de rugby repartidos por todo el territorio de Argentina también tuvieron sus víctimas, cuando no directamen­te a manos de los milicos ,de grupos de ultraderec­ha vinculados a ellos, como la Triple A o la CNU (Concentrac­ión Nacional Universita­ria). Marcelo Mayorga, de los Matreros de Morón, se encontraba en el hospital Italiano tras haber ingerido cianuro para quitarse la vida cuando sabía que iba a ser detenido, pero los militares lo encontraro­n escondido en un cuarto de baño, y ordenaron a los médicos que le suministra­ran un antídoto y lo revivieran. Antes de matarlo querían torturarlo.

Muchas de las víctimas fueron universita­rios idealistas de izquierda, hijos de las clases medias

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DAVID FERNANDEZ / EFE El edificio de la Escuela de Mecánica de la Armada, centro de tortura durante la dictadura arge ntina
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