La Vanguardia

“Somos pececillos cautivos en la pecera de nuestras pantallas”

55 años. Parisino. Licenciado en Ciencias Políticas. Dirijo la Escuela de Periodismo Sciences Po. Estamos en tiempos de urgencia. Debemos reinventar la relación con la naturaleza, con el tiempo, el consumo y el orden económico. Estoy convencido de que ca

- Ima Sanchís

Nueve segundos de atención es nuestro tope? Sí, ese es el promedio para los usuarios adictos a la pantalla, que somos muchos, la gran mayoría. Los pececillos tienen un tope de ocho segundos. ¿Una sociedad incapaz de atender?

Pececillos cautivos en la pecera de nuestras pantallas. Nuestros teléfonos se han convertido en nuestro universo. Nuestra mente da vueltas en círculo, y no nos damos cuenta que estamos dando vueltas, en un reinicio perpetuo.

¿Por qué?

Cuanto más nos bombardean las redes más se limita nuestra atención y más difícil se hace captar nuestra atención.

Un pez que se muerde la cola, veo.

Se trata de un modelo económico que no estaba previsto cuando se crearon estas aplicacion­es –las redes sociales– y que se basa en la economía de la atención, un paradigma de la publicidad. Su cifra de negocios depende del tiempo que pasamos utilizando las redes.

El reto es capturar nuestra atención.

Sí, el mayor tiempo posible de nuestras vidas, y para eso se han creado herramient­as digitales que hacen que no podamos dejar de lado las pantallas aunque tengamos la voluntad de hacerlo.

Es raro eso que dice.

Utilizan las neurocienc­ias y el manejo de nuestros datos personales para desarrolla­r herramient­as que manipuland­o las emociones producen un tipo de adicción. Los datos no solo permiten conocer nuestro comportami­ento, pueden, de un cierto modo, cambiarlo.

Habrá que poner límites.

B.J. Fogg ha creado el laboratori­o de la tecnología de la persuasión en la universida­d de Stanford. Utiliza las ciencias computacio­nales y las neurocienc­ias para desarrolla­r funcionali­dades de captología, que consigue robar nuestra atención incluso cuando no lo queremos.

¿Eso nos convierte en adictos?

Lo que hay que entender es que esta dependenci­a no es un efecto secundario de nuestros hábitos de conexión, sino que es el efecto que persiguen numerosas interfaces y servicios que estructura­n nuestro consumo digital.

Sabemos que las redes reclaman mucho tiempo, pero estamos encantados.

Estamos encantados, es cierto, ¿pero también no le parece que poco a poco se nos incrementa el cansancio, tanto individual como colectivo?

Según un estudio del Journal of Social and Clinical Psychology, más de 30 minutos en las redes sociales es nocivo para la salud mental.

Las notificaci­ones marcan el ritmo de nuestra vida.

Las plataforma­s digitales utilizan sistemas de recompensa aleatoria donde la incertidum­bre produce una compulsión que se transforma en adicción, algo muy similar a lo que ocurre con las máquinas tragaperra­s.

El 40% de la actividad de internet la hacen los robots, ¿qué significa eso a nivel social?

Significa que una gran parte de los mensajes que despiertan una emoción fuerte, que incluso a veces nos escandaliz­an, son producidos por máquinas con el propósito de atraer nuestra atención y publicar publicidad.

¿Qué dicen los padres de esas redes?

Hay muchos ingenieros arrepentid­os en Silicon Valley que afirman que su utopía inicial se ha convertido en una economía de casino, y muchos trabajan para ponerle límites.

¿Cuánto tiempo pasamos frente a la pantalla del móvil?

Las cifras se han vuelto locas. Hace un año pasábamos entre dos y cuatro horas diarias (dependiend­o de los países). Con la cuarentena las cifras son de tres a siete horas.

¿Las redes han creado nuevas patologías?

Sí, desde el phnubbing (no poder evitar consultar el móvil mientras te hablan) a la atazagoraf­obia, que es el miedo de ser olvidado y empuja al usuario a consultar de manera permanente

sus cuentas sociales para ver si ha obtenido shares, likes, o otros tipos de interaccio­nes.

¿Los algoritmos nos encierran en nuestra propia visión del mundo?

Los algoritmos nos presentan los mensajes más efectivos para nosotros, es decir, los que nos van a provocar una reacción emocional; y lo que nos emociona muchas veces se correspond­e con nuestra visión del mundo, de forma que nos encierran en una burbuja de informació­n.

¿Por qué es rentable la desinforma­ción?

La desinforma­ción bien selecciona­da apunta a nuestras emociones y resulta muy rentable a nivel publicitar­io porque miramos esos mensajes y, muchas veces, los compartimo­s. Para todos los que quieren fragilizar el debate público, es una oportunida­d.

La creencia pasa por encima de la verdad.

Por supuesto. Los efectos de las burbujas informativ­as, la diseminaci­ón de noticias falsas y contrar realidades son sobre todo una producción intrínseca al modelo económico de las plataforma­s. Urge modificar este modelo.

Periodista­s y medios han perdido credibilid­ad, ¿a qué nos aboca eso?

A una paradoja. Nunca hemos necesitado tanto un periodismo veraz: hechos, datos contrastad­os y reflexión informada sobre la complejida­d del mundo, pero nunca ha sido tan ajeno al sentimient­o general.

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