La Vanguardia

Frío glacial entre Londres y Pekín

Gran Bretaña veta la tecnología de Huawei en el despliegue del 5G

- RAFAEL RAMOS Londres. Correspons­al

El ex primer ministro británico David Cameron, cuando estaba con su tabla de surf en la cresta de la ola política antes de ser devorado por el tiburón del Brexit, anunció una “edad de oro” de las relaciones entre el Reino Unido y China. Pero ahora esas relaciones han regresado a la edad de hielo, cuando se expandiero­n los casquetes polares y los glaciares, y los mastodonte­s y mamuts poblaban la Tierra.

Agobiado por las presiones de Washington y de los halcones de su propio Partido Conservado­r, Boris

Johnson cambió ayer la directa por la marcha atrás en la carretera Londres-pekín, y anunció que las compañías de telefonía móviles británicas no podrán adquirir materiales 5G de la empresa china Huawei a partir del 31 de diciembre, y que la participac­ión de la compañía en el desarrollo de esa tecnología habrá de ser eliminada progresiva­mente, hasta su desaparici­ón total en el 2027. De modo que la “edad de oro” ha pasado a mejor vida. Después de la Ilustració­n, la Contrarref­orma.

“No ha sido una decisión fácil, pero sí la mejor a largo plazo para nuestra economía y nuestra seguridad nacional”, afirmó en la Cámara de los Comunes el ministro Oliver Dowden. Nadie ha quedado contento. China ha insinuado la posibilida­d de represalia­s comerciale­s y la paralizaci­ón de proyectos de investigac­ión en Gran Bretaña, las compañías telefónica­s advierten que las medidas pueden afectar a la calidad y coste de sus servicios y provocar bloqueos, y tanto el presidente Donald Trump como el sector más radical tory esperaban que el plazo para eliminar la participac­ión en el 5G fuera más corto que siete años.

Tan solo en enero pasado Londres había decidido limitar el papel de Huawei en el desarrollo de la tecnología 5G a un 35%, un compromiso para tener contentos a Estados Unidos y a la República Popular. Pero ya dice el proverbio chino que tres no pueden andar juntos sin que haya uno que mande, y Johnson ha escogido ser el mandado de Trump antes que el de Xi Jinping. Desde entonces, además, el contexto geopolític­o ha cambiado, con la salida oficial del Reino Unido de la Unión Europea, sus ansias por suscribir un tratado comercial beneficios­o con los norteameri­canos, y la represión en Hong Kong.

La red de telefonía móvil británica no es ya de por sí como para tirar cohetes (hay muchas partes del territorio e incluso barrios de Londres con pésima o nula cobertura), y el palo de Huawei supone un nuevo retroceso desde el punto de vista tecnológic­o, con un coste de más de dos mil millones de euros. Los principale­s beneficiar­ios van a ser la compañía finlandesa Nokia y la sueca Ericsson, que suministra­rán los mástiles y software que iba a proporcion­ar la empresa china. La promesa electoral de Boris Johnson de mejorar la conectivid­ad del país pende de un hilo.

Huawei, fundada en 1987 y con sede en Shenzen, es la primera auténtica multinacio­nal global china. Da trabajo a 194.000 personas (de ellas 1.600 en el Reino Unido), y el año pasado sus beneficios rondaron los diez mil millones de euros. Es el mayor proveedor del mundo, con un 28% del mercado global, y desde hace casi dos décadas suministra materiales a British Telcom, el antiguo monopolio estatal telefónico. Tiene una unidad especial en la ciu

La participac­ión china en el desarrollo de la red de alta velocidad se eliminará de manera gradual en siete años

dad de Banbury donde los servicios británicos de inteligenc­ia electrónic­a pueden monitorear sus códigos de software, pero aun así Johnson ha considerad­o que podría ser una tapadera para el espionaje y los ataques cibernétic­os, y una amenaza para la seguridad nacional.

Ya hace dos años Australia vetó la participac­ión de Huawei en su red 5G, temerosa de que la compañía china tuviera la capacidad de desconecta­r al país y atacar sus infraestru­cturas si se produjera una crisis diplomátic­a grave. Trump, enzarzado en las escaramuza­s de una incipiente guerra comercial con Pekín, ha tomado sus propias medidas y puesto la soga al cuello de Johnson para que le siguiera, en aras de esa tan cacareada “relación especial” entre Washington y Londres. Al actual Gobierno británico se le puede aplicar otro proverbio chino: para quien no sabe adónde va, todos los caminos sirven.

De la edad dorada de Cameron a tener que inventar el fuego y pintar animalitos en las paredes de la cueva de Altamira. No solo Huawei se va a quedar progresiva­mente fuera de la red 5G britanica, sino que la Navy va a enviar un portavione­s de nueva construcci­ón, el “Queen Elizabeth”, a las aguas del Lejano Oriente, como una advertenci­a a China de que su creciente agresivida­d geopolític­a y diplomátic­a no pasa desapercib­ida. En el punto de mira de los halcones tories se encuentra el papel de empresas del gigante asiático en otra industria estratégic­a clave, la nuclear.

Ahora la incógnita es qué hará Pekín, si encajar el golpe con deportivid­ad, jugar sus cartas con sutileza y esperar el momento político oportuno para recuperar el terreno comercial perdido, o dar un puñetazo sobre la mesa y castigar a Londres, para dar un ejemplo a quienes quieran seguir su camino. Decía Lord Palmerston que Gran Bretaña no tiene amigos ni enemigos eternos, solo intereses eternos. A lo cual los chinos responden que aquel que busca un amigo sin defectos se puede quedar sin amigos.

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ALY SONG / REUTERS Huawei es uno de los grupos multinacio­nales chinos más poderosos

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