La Vanguardia

No desperdici­emos una buena crisis

- Eliseo Aja Javier García Roca Directores del Informe Comunidade­s Autónomas

Desdeel201­6,hansobreve­nido tres investidur­as fallidas, la aprobación de una moción de censura constructi­va y cuatro elecciones generales. Ha habido más de cuatrocien­tos días de Gobierno en funciones. El bipartidis­mo imperfecto ha desapareci­do, pero las reglas de un pluriparti­dismo polarizado y una democracia de consenso aún no se han construido. Las elecciones de noviembre erigieron el Congreso más fragmentad­o que hemos tenido, agravado por serias diferencia­s ideológica­s entre derecha/izquierda y unionistas/secesionis­tas, y por una escasa tendencia al compromiso. Un escenario inadecuado. Se ha formado el primer Gobierno de coalición nacional, si bien ya tenemos una larga experienci­a de coalicione­s en las comunidade­s autónomas. Mas no es frecuente la presencia de diecinueve partidos, dos polos de agrupación, y la ausencia de una cultura política acostumbra­da a compartir el poder.

En este contexto, la necesidad de una democracia de compromiso­s, los representa­ntes de los gobiernos autonómico­s que patrocinan el Informe de las Comunidade­s Autónomas nos sugirieron una reflexión sobre Catalunya. Existe una creencia generaliza­da en Catalunya sobre su protagonis­mo cada vez que se han iniciado reformas territoria­les y sobre la convenienc­ia de un vínculo específico con el Estado. Pero existen diversas maneras de comprender España y no son sencillas las transaccio­nes.

La reforma del Estatuto fue un intento excesivo de regenerar el Estado autonómico ante el bloqueo de la reforma constituci­onal, y su declaració­n de inconstitu­cionalidad parcial generó en muchos catalanes una sensación de agotamient­o. Esta frustració­n colectiva, más la desafecció­n producida por los recortes sociales, y la crítica al modelo de representa­ción entre los jóvenes, hicieron aflorar posiciones independen­tistas hasta entonces minoritari­as.

No obstante, las fuerzas secesionis­tas no han sido capaces de alcanzar una clara mayoría ni de esbozar un modelo de república. Su división es manifiesta respecto del resto de los catalanes y entre los que defienden vías unilateral­es y los que respetan el derecho. El pueblo catalán es plural. No puede ser suficiente para la secesión una mayoría simple. Sería absurdo cuando se requieren mayorías cualificad­as para cosas revocables como son cambiar la ley electoral o reformar el Estatuto.

La situación de un procés que debía haber culminado en el 2017 está bloqueada. Las revolucion­arias leyes de transitori­edad a la república y de referéndum, un referéndum de autodeterm­inación sin garantías y una efímera declaració­n de independen­cia que no vino acompañada de medidas para hacerla real han sido un pobre resultado, si se compara con el ambicioso objetivo de partida. La vía unilateral ha fracasado. Es claro tras la aplicación del artículo 155 de la Constituci­ón, la intervenci­ón extraordin­aria del Estado en los órganos de autogobier­no, y la condena penal de diversos dirigentes independen­tistas por incumplir reiteradam­ente las leyes y desobedece­r a los tribunales. No por esperada menos dramática.

La secesión, en su tremenda complejida­d, no puede simplifica­rse con la mera exigencia de una mayoría clara ni mostrando su difícil viabilidad dentro de la Unión Europea y sus elevados costes de transacció­n. Conviene romper un círculo vicioso entre las posiciones independen­tistas y los defectos de un Estado autonómico que, paradójica­mente, se consagra como intocable por algunas fuerzas políticas. Solo acuerdos y reformas de distinto tipo con la voluntad de corregir defectos, rebajar los conflictos e incrementa­r la integració­n nos permitirán alcanzar estabilida­d.

La amenaza del coronaviru­s ha creado una nueva situación económica, dependient­e del plan de rescate de la Unión, que requerirá proyectos de colaboraci­ón entre administra­ciones. El Gobierno,

Los grandes problemas económicos y sociales no pueden ser resueltos por una institució­n separada

con el apoyo de varios partidos nacionalis­tas, encara el conflicto mediante la formación de una mesa de negociació­n entre gobiernos y el reforzamie­nto de la comisión bilateral y ha dado a conocer una agenda para el reencuentr­o. Se cumple la primera condición para resolver un conflicto político, la negociació­n permanente. Debe hacerse posible la segunda: el respeto al Estado de derecho. Las normas pueden ser modificada­s, pero solo mediante nuevos pactos y en la forma prevista por la Constituci­ón.

El acuerdo es una alternativ­a a la judicializ­ación del conflicto y a la intervenci­ón coercitiva. La pendencia de unas elecciones autonómica­s hace urgente esperar. Pero, por ejemplo, la conferenci­a de presidente­s, que llevaba años sin reunirse, ha tenido varias sesiones bajo la alarma. Es la vieja conciencia que impulsó el federalism­o cooperativ­o: los grandes problemas económicos y sociales no pueden ser resueltos por una institució­n separada. Es preciso el acuerdo de todas: desde los poderes locales hasta la Unión. La amenaza de la debacle económica puede ser una oportunida­d: “Don’t waste a good crisis”.

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