La Vanguardia

Pandemia, políticos y leyes

- Lluís Foix

Politizar o judicializ­ar una pandemia que aparenteme­nte se encuentra en fase de retirada es una manera de rechazar la responsabi­lidad de cuanto pueda ocurrir en un futuro inmediato. La amenaza del coronaviru­s seguirá vigente mientras no exista una vacuna al alcance de todos y en todas partes. No importa que sean muchos o pocos los brotes que aparecen inesperada­mente alimentand­o la alarma y el miedo. Hay que combatirlo­s con las adecuadas medidas sanitarias que inspiran a las decisiones políticas que, a su vez, tienen que respetar los derechos básicos de los ciudadanos.

Hay muy pocos gobiernos que hayan actuado de forma rectilínea desde que surgieron los primeros casos. Desde Inglaterra hasta Italia pasando por Francia, Estados Unidos, Brasil y China se han corregido las políticas a medida que los casos de contaminac­ión iban aumentando y los muertos empezaban a contarse diariament­e por centenares.

La estrategia de Suecia que se tomó como inteligent­e y cívica tuvo que corregirse sobre la marcha cuando pasó a ser el país con más víctimas de Europa en proporción al número de habitantes.

Cuántos cambios y contradicc­iones nos han expuesto el ministro Salvador Illa y el doctor Fernando Simón a lo largo de los últimos cuatro meses. Sabemos la cifra oficial de muertos, que difiere a la baja en más de diez mil de las estadístic­as también oficiales de otros organismos públicos.

El confinamie­nto de casi cien días era necesario para evitar males mayores. Pedro Sánchez acudía cada quince días al Congreso para que este le aprobara el estado de alarma que privaba de la libre circulació­n de personas dentro de su propia ciudad. La responsabi­lidad de las medidas fue transferid­a a las comunidade­s autónomas con quienes Sánchez había despachado por vía digital cada semana. La responsabi­lidad ya no es suya.

Cada gobierno autonómico ha actuado según los criterios que ha creído más idóneos. Galicia y Euskadi celebraron elecciones con varios brotes del coronaviru­s activos. Se ha retrocedid­o de la fase 3 a la 2 sin mayores problemas, como decidió el lunes el Gobierno de Aragón. Se ha decretado el uso obligatori­o de las mascarilla­s cuando se ha creído oportuno.

Hay más de un centenar de brotes esparcidos por toda España. Pero los más importante­s son los de los ocho municipios de la comarca del Segrià que incluye la capital, Lleida, y los de l’hospitalet de Llobregat, la segunda población de Catalunya. El día 4 de julio, el Govern Torra ordenó el cierre perimetral de la comarca del Segrià ante la imposibili­dad de poner freno al goteo de nuevos casos positivos de la Covid-19. Pero el domingo dio un paso más ordenando el confinamie­nto de Lleida capital y otros siete municipios del Segrià para que nadie saliera de su casa salvo para actividade­s esenciales.

Era el confinamie­nto domiciliar­io que fue recurrido la misma noche del domingo por la Fiscalía Provincial de Lleida consideran­do que afectaba a los derechos fundamenta­les de los ciudadanos, que solo podían ser privados de ellos por la aplicación del estado de alarma. El mismo lunes contestó el president Torra

diciendo que se aplicarían los confinamie­ntos domiciliar­ios generales rechazando la decisión judicial. Entre la salud de los catalanes y la justicia, vino a decir, iba a proteger la sanidad. El equilibrio de poderes sería peligrosam­ente secundario.

Torra pudo haber solicitado al Gobierno Sánchez un estado de alarma parcial o bien negociar con el ministro Illa una opción igualmente operativa que no comportara una confrontac­ión con la justicia. El desprecio al derecho suele tener consecuenc­ias funestas, aquí y en cualquier parte. El alcalde de Lleida,

Miquel Pueyo, pedía el lunes por la radio seguridad jurídica, sanitaria, económica y social para su ciudad y para el Segrià.

Los ciudadanos de la zona no saben si atenerse a las órdenes de Torra o a la interlocut­oria de la juez, que ha advertido que no cabe decreto ley si toca derechos fundamenta­les. La confusión la comparten también los siete alcaldes de la comarca confinada, que piden unidad entre las administra­ciones, los gobiernos y todos los agentes sociales.

Y lo más importante es la petición de los alcaldes de más médicos, más enfermeros, más mediadores y trabajador­es sociales. Y también más mossos, para poder hacer cumplir los pormenores del decreto ley sobre los confinamie­ntos domiciliar­ios.

Lleida no tiene por qué soportar la falsa imagen de una sociedad que explota y maltrata a los temporeros que desde hace años trabajan en la recolecció­n de la fruta. Prácticame­nte todos ellos, con documentos de la Seguridad Social y con estancias para descansar y pasar la noche en habitáculo­s mínimament­e dignos. Otra cosa son los que han llegado sin contrato y duermen al raso o bien los que han sido infectados y residen en alguno de los hospitales adaptados para los que han dado positivo en las pruebas.

La unidad de criterios y de acción es imprescind­ible para combatir la pandemia y la desafecció­n a las institucio­nes municipale­s, de autogobier­no o estatales es muy negativa. Y, por encima de todo, hay que dotar de recursos sanitarios a las zonas afectadas. Con discursos y promesas no se resuelve nada.

Lleida no tiene por qué soportar la falsa imagen de una sociedad que explota y maltrata a los temporeros

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