La Vanguardia

Aquí no manda ni Torra: menos mal

- Lluís Amiguet

Solo quien renuncia a tenerlo todo puede disfrutar de algo. También el poder solo nos beneficia a todos cuando es limitado y compartido. Me lo explica el neurocient­ífico Stefan Klein, mientras llegan noticias de que una juez impide al president Torra confinar a los leridanos, junto a los resultados de las elecciones gallegas y vascas, que premian a los nacionalis­mos que han sabido centrarse y a la moderación en el ejercicio del gobierno.

Las tres confirman, además, un cambio en el Zeitgeist, el espíritu de nuestra época.

Estamos pasando del ideal populista de la concentrac­ión de poder con una sola ideología a asumir que la gestión pública es más eficiente cuanto mejor distribuid­o esté.

Volvemos así a poner los pies en el suelo. Y es que, en la pirámide de las aspiracion­es humanas de Maslow, el miedo al virus nos ha obligado a dejar de perseguir los sueños de la cúspide para buscar la seguridad de la base. Y así, a renunciar a los delirios de soberanía ilimitada para asumir la posible.

La gestión del virus se ha convertido de ese modo en el primer fracaso de los populismos en este siglo y en la mejor consecuenc­ia de la biopolític­a del miedo: los griegos distinguía­n entre nuestra mera existencia animal, la zoé, y todo aquello que la hace humana, la bíos ,y digna de ser vivida.

Los peores políticos intentan servirse de nuestro miedo a perder la zoé para apoderarse de nuestra bíos. Quieren que renunciemo­s a vivir como personas para poder seguir existiendo como ovejas a sus órdenes.

Pero ya James Hamilton, el más pragmático de los padres fundadores de EE.UU., les corrigió: “Hay que asegurarse de que el gobierno controle a los gobernados; pero lo más difícil y necesario es obligarlo a que se controle a sí mismo”. Y ese check and balance, el equilibrio de poderes en tensión, impide hoy que el presidente Trump acabe por arrasar con sus excesos su propio país.

Del mismo modo, nuestra Constituci­ón, aun perfectibl­e, también debe evitar concentrac­iones de poder y abusos, como el de confinar a toda una ciudad tras ser incapaz de gestionar los rebrotes de un virus. En ese mismo sentido, los escrutinio­s de Galicia y Euskadi también permiten lecturas que deberían corregir excesos en Madrid y enviar mensajes de equilibrio a Bruselas.

Así vamos dándonos cuenta de que lo menos malo es que aquí no mande nadie del todo, porque eso nos permite a todos tener un poquito de poder.

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