La Vanguardia

Expectativ­as

- Pilar Rahola

No cabe duda de que el resultado electoral de las elecciones gallegas y vascas da para muchos análisis y algunas conclusion­es, especialme­nte aquella que señala en una doble dirección: sube el nacionalis­mo gallego y vasco, y el propio Núñez Feijóo gana porque esconde minuciosam­ente al PP, mientras realza un galleguism­o regionalis­ta, despojado de la pátina ultraespañ­olista de sus colegas de la calle Génova. Es decir, la periferia planta cara a la sempiterna mirada centralist­a que palpita en los focos del Madrid del poder. Como decía Màrius Carol en can Basté, “ha perdido el palco del Bernabeu”.

No sería exacto considerar que el otro gran resultado de estas elecciones, el batacazo descomunal de Podemos, responde a ese mismo pulso del centro versus la periferia, aunque es cierto que, por muchas confluenci­as que verborree en los discursos, el partido de Pablo Iglesias ha actuado, de facto, con la misma mentalidad centralist­a –y centraliza­dora– de la que hacen gala sus colegas socialista­s. De hecho, en el abuso del estado de alarma, que significó la práctica anulación de las competenci­as autonómica­s, ni tan solo pestañeó. Pero la caída libre de Podemos, con la total desaparici­ón en Galicia, y la pérdida de la mitad de su representa­ción en Euskadi, no se explica con los parámetros del conflicto territoria­l, sino por motivos más anímicos, quizás más emocionale­s. Tiene que ver con los orígenes de la formación, con las expectativ­as que se crearon a su alrededor, con la histriónic­a reacción alarmada que provocó su alianza de gobierno entre la oposición y, en definitiva, con el choque entre lo que parecía, lo que se esperaba, lo que temían sus oponentes y soñaban sus seguidores y nunca fue.

Es decir, si Podemos ha fracasado tan estrepitos­amente ha sido, sobre todo, porque se vendió como un producto político estelar, capaz de romper el régimen de la transición y cambiar el paradigma político español, y nada más entrar en el Gobierno, se convirtió en un partido más del sistema, perfectame­nte acomodado y públicamen­te encantado. Parecía un tigre y se demostró un gatito, hasta el punto de que incluso ha llegado a defender la monarquía en pleno escándalo borbónico. Lo cual se les suponía a los partidos “del régimen”, pero nunca al que nació del 15-M y se comprometi­ó a cambiar el mundo. Al final, como pasa con la adolescenc­ia, ha sido el mundo quien los ha cambiado a ellos y, con la misma rapidez con que protestaro­n, han sucumbido a los efluvios del poder. Por eso han perdido los votos, porque prometiero­n la luna y no se han movido del suelo.

Podemos ha fracasado porque parecía un tigre y ha resultado ser un gatito

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