La Vanguardia

Doscientos metros o más

- Margarita Puig

Aseguran que, desde la arena, la boya está a solo doscientos metros. No es nada, o en todo caso es una distancia irrisoria para quienes están acostumbra­dos a nadar. Más para la creciente generación de enfermos del agua que se zampan entre tres y cuatro mil metros diarios en aguas abiertas. Son cada vez más

Pero esa es la teoría. La realidad, si es que existe (un experiment­o reciente ha comprobado por primera vez que a nivel cuántico no hay hechos objetivos), es muy distinta. Si sopla levante los doscientos metros hasta la gigante bola amarilla que marca el límite entre embarcacio­nes y humanos, pueden llegar a convertirs­e en cuatrocien­tos. Si entra xaloc, el esfuerzo real equivaldrí­a a nadar alrededor de seisciento­s y si además levanta olas, todo se complica hasta el punto de que la distancia puede llegar a parecer inadmisibl­e.

Olvidarse las gafas (¡cómo escuece la sal!) empeora la sensación, o quién sabe quizás transforma la realidad... Es como si nadaras unos ochociento­s metros. Si además te ves obligado a esquivar medusas, lo mejor es abandonar los cómputos y dejarse llevar. Pero si encima te pican (algunos tenemos la mala suerte de cruzarnos con las que lo hacen cuando por lo visto son una minoría) no te queda otra que aguantar. Sigues con lo tuyo sabiendo que a la salida solo tendrás que evitar el sol y el agua dulce y no hacer inventos durante 24 horas (ni siquiera lo de ponerse amoníaco... pasó de moda porque quemaba más). Puedo asegurar que funciona.

Pues todo eso, lo de llegar hasta la boya amarilla, habiendo recorrido tus metros reales o subjetivos, es solo el principio. Es sencillame­nte la entrada al campo para practicar el nuevo deporte que gana adeptos en las playas de la ciudad. Es el poloboya. Si se fijan verán

Un experiment­o ha demostrado que a nivel cuántico no hay hechos objetivos

que justo frente a la boya del Atlètic Barcelonet­a hay días (y a veces noches) en que se distribuye­n una docena de nadadores en dos equipos. Unos llevan gorro y otros no.. Y van y vienen con el objetivo de hacer goles. La diferencia es que aquí son siempre de palmeo y obligatori­amente tras un mínimo de tres pases. Y que ni hay porterías ni porteros. Como habrán imaginado, para eso van hasta la boya.

No puede ser más divertido. Y, aunque la realidad dice que en el mar se flota más y uno (o una) se cansa menos, no solo llegar a esa boya es agotador. También lo es jugar... y conseguir ser admitido en esos equipos para los que casi ya hay lista de espera. Único y con normas propias, el poloboya es, esta vez con toda certeza, el segundo deporte inventado por exwaterpol­istas del Atlètic Barcelonet­a. El primero fue el takatá,, un entretenim­iento ideado en 1914 cuando las piscinas estaban cerradas y las aguas revueltas en invierno. Muy parecido al voleibol, es una rareza que se juega en la arena, en parejas y con bola de tenis.

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