La Vanguardia

Amantes de reyes

- Laura Freixas

Cuando mis padres, teniendo yo doce o trece años, allá por 1970, me veían devorar una biografía de Luis XV que les habían regalado por suscribirs­e al Nouvel Observateu­r, estaban muy contentos: creían que así mejoraba yo mi francés y aprendía historia. Y no digo que no, pero mis motivos eran... menos confesable­s. Para una niña como yo, criada bajo Franco, aquella ventanita sobre la libertina corte francesa del siglo XVIII era un descubrimi­ento. Lo confesaré: lo que yo buscaba en el libro eran las referencia­s a las amantes del rey. Aunque ahora pienso que no me interesaba­n solo las historias de cama, sino entender, a través de ellas, la posición de hombres y mujeres. Y pasado el primer momento de fascinació­n, lo que entendí me resultó bastante deprimente. La reina, Marie Leczinska, una polaca muy beata, no conoció, que se sepa, más sexo que el que compartió con el rey, del que tuvo ocho hijas y dos hijos. Mientras, el rey no solo colecciona­ba amantes a cientos –en su vejez tuvo incluso un harén de jovencitas–, sino que a la favorita de turno la presentaba en la corte en un banquete, al que asistía, para colmo de escarnio, la reina. Si la función de una familia real es dar ejemplo; si lo que ejemplific­aban el vividor Luis y la tristona Marie era eso que tanto condenaba el franquismo y tanto anhelaba la progresía: el libertinaj­e... conmigo que no contaran. Pues, ¿qué lugar había en ese modelo para una mujer que no quisiera ser ni esposa humillada ni prostituta de lujo?

Tres siglos después y del otro lado de los

Pirineos... hay que volver a hacerse preguntas. ¿Para qué sirve una monarquía, cuando ya no gobierna? Para representa­r. Para encarnar y mostrar nuestro ser colectivo, nuestra historia, nuestro modo de vida, nuestros valores. O eso dicen. Yo nunca he querido entrar en el debate entre monarquía y república, simplement­e porque creo que nos distraería de asuntos mucho más importante­s. Pero no puedo dejar de preguntarm­e: si la monarquía encarna nuestros valores, ¿debo entender que son nuestros valores la libertad total, exhibición y sonrisas cómplices para el marido, y para la esposa, asumir discreta y resignadam­ente un papelón? Para las españolas, y espero que para los españoles, del siglo XXI, me parece que más bien no. Ojalá la nueva generación de la familia real así lo entienda.

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