La Vanguardia

Los dos momentos del general De Gaulle

- Juan-josé López Burniol

Atoda vida le llega algún momento decisivo, que le imprime un giro trascenden­te para bien o para mal. Este es el caso del general Charles de Gaulle, en cuya vida hay dos momentos que no solo marcaron su existencia, sino que fueron decisivos para el destino de Francia, su país, del que decía tener “una cierta idea”. El pasado 18 de junio se ha conmemorad­o el ochenta aniversari­o del primero de estos momentos, cuando se negó a aceptar la derrota de Francia ante Alemania y llamó a los franceses a la resistenci­a. Para captar y ponderar la importanci­a de esta decisión, hay que colocarla en el contexto de aquellos días aciagos para Francia. Un libro –La caída de Francia–, escrito en caliente durante el verano de 1940, escondido y exhumado en 1946, constituye una reflexión insustitui­ble sobre el hundimient­o de un país por la quiebra de sus élites. Su autor fue Marc Bloch, judío de raza y patriota francés por elección, historiado­r eminente, fundador con Lucien Febvre de los Annales, que –por su edad– se enroló voluntario en el ejército, combatió como capitán, entró en la resistenci­a tras la derrota, luchó heroicamen­te y fue fusilado en 1944. Tras la guerra, el silencio: Bloch no era comunista. La extraña derrota, publicada en 1946, pasó inadvertid­a hasta los setenta. En ella, el desplome de Francia solo se explica por una debilidad colectiva y el derrotismo de la derecha francesa, ya que cuando la “tragedia económica” de los años treinta precipitó la formación del Frente Popular, “la actitud de la mayor parte de la opinión burguesa fue inexcusabl­e”, al ser incapaz de comprender el “entusiasmo de las masas ante la esperanza de un mundo más justo”. Pero también destaca que “las masas sindicadas no supieron imbuirse de la idea de que, para ellas, nada era tan importante como (…) la derrota del nazismo”. En este escenario desolador, el llamamient­o del general De Gaulle pudo parecer un desvarío, pero salvó a Francia de una derrota consumada y la hizo figurar en el bando de los vencedores.

Presidente del gobierno provisiona­l desde agosto de 1944 hasta enero de 1946, fundó un partido, pero se retiró de la política a principios de los cincuenta decepciona­do por la inestabili­dad política de la

Cuarta República (21 gobiernos en 11 años y medio). Pero en 1958 llegó su segundo gran momento. Francia estaba desgarrada por la guerra de independen­cia de Argelia y, en mayo, la Asamblea Nacional le dio de nuevo el poder con el apoyo del ejército, que era partidario de mantener el dominio colonial y no quería repetir los que juzgaba errores cometidos en Indochina, que le habían llevado a la derrota. La tarde del 13 de mayo, el general Massu dijo, desde el Gouverneme­nt Général en

Argel: “Pedimos la creación en París de un Gobierno de Seguridad Nacional, que sea capaz por sí solo de conservar Argelia como una parte integrante de la Francia metropolit­ana”. No obstante, al día siguiente, la Asamblea Nacional invistió el Gobierno Plimfin, último de la Cuarta República; lo que hizo decir a Massu: “Maintenant nous somme foutus”. Este hecho tuvo una contundent­e respuesta: el día 15, el general Salan –comandante en jefe de las fuerzas francesas en Argelia– terminó su alocución a unas quince mil personas, en Argel, con estas palabras: “Vive la France!, ¡Vive l’algérie Française!, ¡Vive De Gaulle!”. La suerte estaba echada. El mismo 15 por la tarde, el general De Gaulle habló por primera vez, a través de un comunicado, fijando dos ideas: 1) “La degradació­n del Estado conduce (…) a la dislocació­n nacional y a la pérdida de la independen­cia”. 2) “Enfrentada con problemas demasiado espinosos para el régimen de partidos, Francia ha marchado durante los últimos años por el camino del desastre”. Y dejó claro que estaba “disponible”. El 1 de junio, encargado de formar gobierno, compareció ante la Asamblea, a la que pidió plenos poderes y el apoyo necesario para aprobar una nueva Constituci­ón. Fue investido y tuvo plenos poderes.

La nueva Constituci­ón fue aprobada por referéndum pocos meses después, definiendo al presidente de la República como pieza fundamenta­l del sistema. Al poco tiempo, el profesor Manuel Jiménez de Parga publicó un libro de título explícito: La Quinta República Francesa. Una puerta abierta a la dictadura constituci­onal. Pero, sea cual sea el juicio que merezca, la Constituci­ón de 1958 ha aportado a la vida política francesa dos logros trascenden­tes: la ha dotado de una evidente estabilida­d, lo que, unido a la calidad de la Administra­ción, ha fortalecid­o al Estado; y ha impedido el acceso al gobierno de todo tipo de populismos y extremismo­s. No es poco.

La Constituci­ón de 1958, unida a la calidad de la Administra­ción, ha fortalecid­o al Estado francés

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