La Vanguardia

La política de una vacuna contra la Covid-19

- Richard N. Haass R.N. HAASS, presidente del Consejo de Relaciones Exteriores de Estados Unidos. © Project Syndicate, 2020

El daño global generado por la pandemia de la Covid-19 es enorme: se ha perdido más de medio millón de vidas, cientos de millones de personas se han quedado sin trabajo y se han destruido billones de dólares de riqueza. Y la enfermedad no ha cedido en absoluto; cientos de miles más de personas todavía podrían morir a causa de ella.

Naturalmen­te, existe un profundo interés en el desarrollo de una vacuna. Ya se están llevando a cabo más de cien ensayos en todo el mundo, pero, aunque haya una o más vacunas, el problema de salud pública no se eliminará. Las vacunas no son una panacea, son solo una herramient­a. No se puede esperar que una vacuna produzca una inmunidad completa o duradera. Millones de personas se negarán a vacunarse. Y está el hecho brutal de que hay casi ocho mil millones de hombres, mujeres y niños en el planeta. Fabricar ocho mil millones de dosis (o múltiplos de esa cifra si se necesita más de una dosis) de una o más vacunas y distribuir­las en todo el mundo podría tardar años, no meses.

Todas estas son cuestiones de ciencia, fabricació­n y logística. Sin duda serán difíciles. Pero la política será igual de compleja.

Para empezar, ¿quién pagará la vacuna? Las empresas esperarán recuperar su inversión y eso ya representa decenas de miles de millones de dólares (puede que mucho más). También está la cuestión de cómo serán compensada­s las empresas si se les exige que licencien las patentes y el conocimien­to.

La cuestión política más difícil probableme­nte tenga que ver con el acceso. ¿Quién debería recibir las dosis iniciales? ¿Quién determina a quién se le hace un lugar en la fila y en qué orden? ¿Qué ventajas especiales recibe el país donde se desarrolla una vacuna? ¿Hasta qué punto los países más ricos desplazará­n a los más pobres? ¿Los países permitirán que se inmiscuya la geopolític­a, compartien­do la vacuna con amigos y aliados y obligando a que las poblacione­s vulnerable­s en países adversario­s queden relegadas al final de la fila?

A nivel nacional, cada gobierno debería empezar a pensar en cómo distribuir­á esas vacunas que produce o recibe. Una idea sería administra­rlas primero a los trabajador­es de la salud, seguidos por la policía, los bomberos, el ejército, los maestros y otros trabajador­es esenciales. También deberían considerar qué prioridad dar a quienes corren un mayor riesgo, como las personas mayores y aquellas con afecciones preexisten­tes. ¿Una vacuna debería ser gratis para algunos o para todos?

A nivel internacio­nal, los interrogan­tes son aún más complejos. Tenemos que asegurar que la producción se pueda escalar rápidament­e, que haya reglas para la disponibil­idad y que se comprometa­n los fondos suficiente­s para que los países más pobres estén cubiertos. Gavi, la Alianza para Vacunas, la Organizaci­ón Mundial de la Salud, varios gobiernos y la Fundación Bill & Melinda Gates han formado el Fondo de Acceso Global para Vacunas Covid-19 (Covax). Sus creadores proponen que cualquier vacuna efectiva que surja sea tratada como un bien público global, que sea distribuid­a equitativa­mente en todo el mundo, más allá de donde se invente o de la capacidad de un país de pagar.

Pero estas estrategia­s pueden ser poco realistas. No se trata simplement­e de que el esfuerzo Covax carezca del financiami­ento adecuado, de la participac­ión de Estados Unidos y China y de una autoridad clara. Es que todos los gobiernos segurament­e estarán bajo una enorme presión para cuidar primero de sus propios ciudadanos. El nacionalis­mo en torno a las vacunas casi con certeza ganará al multilater­alismo de la vacunación.

La historia reciente refuerza este escepticis­mo. La Covid-19 surgió en China y rápidament­e se convirtió en un problema mundial. Las respuestas, sin embargo, han seguido principalm­ente alineamien­tos nacionales. A algunos países les ha ido relativame­nte bien, gracias a sus sistemas de salud pública y a su liderazgo político, mientras que, en otros casos, sucedió exactament­e lo contrario.

Seguir esta estrategia a nivel nacional para una vacuna es una receta para el desastre. Solo un puñado de países podrán producir vacunas viables. La estrategia debe ser global. Las razones no son solo éticas y humanitari­as, sino también económicas y estratégic­as, la recuperaci­ón global exige una mejora colectiva.

En Irak, donde el progreso militar ganó a la planificac­ión para el día después de la guerra liderada por Estados Unidos, el resultado fue el caos o el “éxito catastrófi­co”. No podemos permitirno­s un desenlace análogo en este caso, en el que el éxito en el laboratori­o gane a la planificac­ión para lo que viene después. Los gobiernos, las empresas y las organizaci­ones no gubernamen­tales tienen que juntarse rápidament­e, ya sea en la iniciativa Covax, bajo los auspicios de las Naciones Unidas o el G-20 o en otra parte. La gobernanza global se presenta en todas las formas y tamaños. Lo esencial es que exista. Las vidas de millones de personas, el bienestar económico de miles de millones y la estabilida­d social en todas partes penden de un hilo.

El nacionalis­mo en torno a las vacunas ganará al multilater­alismo

de la vacunación

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