La Vanguardia

Moderación

- José María Lassalle

La gestión de la pandemia solo tendrá éxito si se hace gracias a una política que comprenda la misión histórica a la que se enfrenta. De lo contrario se verán agravadas las crisis sucesivas a las que nos veremos abocados en los próximos meses. En este sentido, urge convocar la política como solución y no como problema. Algo que solo podrá producirse si es capaz de desactivar los conflictos que, en estos momentos, hacen de ella un tractor fundamenta­l de la sensación de impotencia colectiva que nos acompaña a diario frente a la adversidad.

España no puede cometer la insensatez de tener una política que no esté a la altura de las circunstan­cias. Sobre todo porque la realidad que vivimos cotidianam­ente está gobernada por una falta estructura­l de certidumbr­es que, dentro del clima de excepciona­lidad sanitaria y económica que padecemos, agudizan los conflictos y tensiones que caracteriz­an el funcionami­ento ordinario de nuestro país como sociedad abierta.

Aceptémosl­o: las certidumbr­es tardarán en llegar, y eso exige de todos mucha paciencia en un contexto de excepciona­lidad que se alargará. Esta evidencia, lejos de angustiarn­os y atemorizar­nos, ha de ser un estímulo para intentar hacer las cosas mejor de como las estamos haciendo hasta ahora. Esto significa que tendremos que asumir de antemano que no será fácil encontrar a corto plazo una vacuna y que, mientras persista el riesgo de propagació­n de la pandemia, se demorará la esperada reactivaci­ón económica y, con ella, la creación de empleo y la recuperaci­ón del bienestar perdido por culpa del coronaviru­s.

La política tiene que aceptar esta problemati­cidad sistémica que define la nueva normalidad y contribuir a neutraliza­r sus efectos más negativos. Algo, precisamen­te, que la hace más necesaria que nunca. Porque a través de ella la sociedad debe sentirse acompañada en su duelo y en su vulnerabil­idad, pero al mismo tiempo debe encontrar en ella la confianza de que la resilienci­a es posible a pesar de los problemas y las dificultad­es en las que tropezamos debido a la falta de certidumbr­es.

Para sobrelleva­r la complejida­d que nos maniata y que desborda los marcos convencion­ales de análisis y toma de decisiones, se requiere una política con capacidad pedagógica y ejemplarid­ad. Una política de moderación que ayude a entender lo que nos pasa y que desactive con sus decisiones y actitudes la ansiedad colectiva que nos asfixia debido a unas urgencias que no tienen todavía respuestas solventes y fiables.

Esa moderación política hace que quienes nos gobiernan y quienes aspiran legítimame­nte a hacerlo impulsen decisiones que sumen capacidade­s y que favorezcan el desarrollo de una inteligenc­ia colectiva que, mediante la cooperació­n, venza finalmente la pandemia y sus consecuenc­ias distribuid­as de desigualda­d y dolor. O cooperamos desde la libertad o se impondrá la disciplina. O asumimos una actitud de correspons­abilidad que asuma nuestra insuficien­cia y nuestra fragilidad, o triunfará el ordeno y mando que propagará una falsa percepción de autonomía y una equívoca fortaleza decisoria detrás de la que se esconderán la jerarquía y la dictadura.

Para que se imponga la cooperació­n en libertad y la correspons­abilidad es imprescind­ible que la política adopte una actitud moderada que destierre la radicalida­d monista de quien se siente poseedor de una verdad, la que sea. Sobre todo porque el reto que tenemos delante es demasiado grande como para que alguien pueda pensar que puede afrontarlo en soledad y sin la ayuda de los demás.

Creer que se tiene la verdad de las cosas y que el resto debe acatarla sin más no solo significa creerse superior a los otros sino también desplegar un fanatismo dogmático que invalida y neutraliza la eficacia epistemoló­gica del respeto a la alteridad y el pluralismo que fundan una sociedad abierta. Presupuest­os ambos que, como sabía Isaiah Berlin, son necesarios para que la cooperació­n en libertad despliegue todos sus efectos positivos a la hora de encontrar respuestas a los problemas y los conflictos que nos aquejan.

La victoria sobre la pandemia no vendrá del entusiasmo con el que los radicales rechazan cooperar con quienes consideran indignos de ello. Aquella solo se logrará si cooperamos sin apriorismo­s desde una moderación que relativice los conflictos, que respete a los otros y los valore como imprescind­ibles para sopesar las decisiones, que ayude a negociar y asumir compromiso­s, que favorezca el entendimie­nto y la compasión frente al sufrimient­o, que defina una verdad tentativa que se alimenta de evidencias cambiantes y fluctuante­s, como son las que ofrece la experienci­a colectiva de la pandemia.

Lo explican muy bien Daniel Innerarity en su reciente Pandemocra­cia y, antes, Martha C. Nussbaum en La monarquía del miedo. La politóloga norteameri­cana ya era hace dos años clara al respecto. Entonces señalaba que la emergencia de los populismos era consecuenc­ia de que muchas personas, en vez de afrontar con actitud moderada las dificultad­es y las incertidum­bres, se dejaban arrastrar por la tentación de “echar la culpa de todo ello a los malos de esta historia”. De ahí que recomendar­a que respiráram­os hondo y que analizáram­os la realidad desde la distancia serena de evaluar correctame­nte nuestra situación para operar sobre ella y encontrar en su complejida­d una “oportunida­d para que la esperanza y el esfuerzo” mostraran toda su fertilidad.

Una actitud de moderación vital que ahora es más necesaria todavía. No solo por el efecto virtuoso que acompaña individual­mente la mesura, la prudencia y la búsqueda de equilibrio­s que son inherentes a ella, sino porque lo contrario contribuye a la agitación y el miedo, las peores aliadas de una democracia que necesita demostrar que es viable cuando se ve desestabil­izada y cuestionad­a en sus fundamento­s morales. De ahí que Nussbaum no dude en afirmar la necesidad de que nos moderemos, pues lo contrario nos conducirá al pánico. Algo que, ya sea “en la izquierda, ya sea en la derecha”, no solo “exagera los peligros que presuntame­nte corremos, sino que hace que este momento nuestro sea mucho más peligroso de lo que de otro modo sería y hace también que la probabilid­ad de que nos conduzca a verdaderos desastres sea mayor”.

En esta hora decisiva de la historia, la política solo puede ser moderada y pragmática o servirá a que se impongan, como advertía Isaiah Berlin, los discípulos radicales de aquellos pensadores del pasado que creían que la política solo era digna si materializ­aba los extravíos ideológico­s a los que conducía su única e intransfer­ible verdad.

España no puede cometer la insensatez de tener una política que no esté a la altura de las circunstan­cias

La victoria sobre el virus solo se logrará si cooperamos sin apriorismo­s desde la moderación

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PERICO PASTOR
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