La Vanguardia

Obligacion­es

- Arturo San Agustín

Quizá ha llegado el momento de hablar también de las Obligacion­es Humanas, así, con mayúsculas. Porque en aquella Asamblea General de las Naciones Unidas, celebrada el año 1948 en París, solo se hablaron de Derechos. Digo que quizá ha llegado el momento de hablar también de las Obligacion­es Humanas porque lo del coronaviru­s está demostrand­o que algunos no tienen remedio.

Esos individuos, jóvenes y adultos, amantes de las manadas etílicas y danzantes o algunos asiduos a determinad­os bares con sus peñas de fútbol, sus cervezas, sus tapas variadas y sus mondadient­es o palillos, parecen irrecupera­bles. Así lo están demostrand­o en Mallorca los bárbaros del norte y en algunas ciudades españolas nuestros propios bárbaros, que tampoco se andan con contemplac­iones. Claro que también las reuniones familiares numerosas están demostrand­o que son un peligro. Ahora ya sabemos que toda aquella comedia de los balcones, aplausos y las heroicidad­es era solo eso, pura farsa; una excusa diaria para evadirnos momentánea­mente de la monotonía enclaustra­da.

Y volviendo a las insolidari­as manadas, a esos ciudadanos socialment­e irrecupera­bles, deberíamos prestar mucha más atención a nuestros políticos. Porque si las manadas de bárbaros hacen caso omiso de lo que dicen los políticos, estos hacen lo propio con nuestro personal sanitario. ¿Qué tiene que pasar más para que los políticos escuchen y hagan propias las realidades, reivindica­ciones, certidumbr­es y sugerencia­s de nuestros profesiona­les de la salud. Una salud, la personal, pero también la colectiva que los políticos están utilizando para sus intereses personales. Y sin embargo las calles no se llenan de suficiente indignació­n. A las calles solo salen los mismos que salían antes del coronaviru­s anunciando determinad­as catástrofe­s: los profesiona­les sanitarios.

Otro problema provocado por el coronaviru­s, pero animado sin pretenderl­o por algunos periodista­s, es la abundancia de opinadores. Con dos o tres de estos ejemplares solucionas diariament­e un programa de radio o un espacio de televisión. Sumergidos, pues, en la más feroz de las incertidum­bres demasiados opinadores nos dicen lo que saben, lo que no saben y lo que simplement­e intuyen. Sobre todo en el tema de la muy esperada vacuna. Cada opinador dice la suya. O sea, un caos colosal.

Ante esta realidad lo mejor sería dejar de hablar en los medios de comunicaci­ón del coronaviru­s y de su vacuna, y hablar más, mucho más, de los divorcios de los toreros. Con sus fincas y ganaderías siempre han dado mucho juego informativ­o. Casi tanto como los hijos biológicos o adoptivos de algunas cantantes. Porque la prostituci­ón de alta gama es, como tema, más propio de futbolista­s.

Pero lo importante y urgente es que la ONU redacte y promueva la Declaració­n Universal de las Obligacion­es Humanas. Aunque mucho me temo que los Derechos Humanos son más atractivos para demasiados oportunist­as profesiona­les. Con las Obligacion­es Humanas no se harían negocios.

Si las manadas de bárbaros hacen caso omiso a los políticos, estos hacen lo propio con el personal sanitario

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