La Vanguardia

La bomba de neutrones

- Màrius Serra

El movimiento #Metoo recuerda aquella bomba de neutrones que afectaba a los seres vivos pero producía daños mínimos en los edificios. Las estructura­s organizada­s de poder siguen en manos masculinas, pero cada vez se desvelan más abusos y los abusamujer­es empiezan a pisar los juzgados. Sólo hace cinco años desde que un fiscal decidió no presentar cargos contra Harvey Weinstein por abusos (admitidos) contra Ambra Gutierrez. Ahora las cosas han cambiado. El motor de explosión de las redes sociales ha sido determinan­te, pero hasta ahora en la prensa el género literario dominante es la crónica bélica, con una visibilida­d especial para los francotira­dores de ambos bandos. Hombres (y alguna mujer) que han visto un nicho de mercado en el escarnio del feminismo desde la caspa y mujeres (y no pocos hombres) que han hecho del tema un modus vivendi muy rentable. El #Metoo también se refleja en la narrativa de ficción. El sábado pasado comenté en esta columna la última novela de la superventa­s Camilla Läckberg, Mujeres que no perdonan (Planeta), eficaz y maniquea, donde los tres hombres asesinados son culpables de crímenes de lesa feminidad, y uno de ellos, director de diario, encubre a dos periodista­s señalados por el movimiento #Metoo. Mary Gaitskill, en cambio, rehúye la seguridad moral que da dibujar un mundo de buenos y malos en Esto es placer (Random). Gaitskill da la voz a Margot y Quin, dos profesiona­les del mundo editorial que son amigos desde hace veinte años. Hoy Quin deja su trabajo en la editorial por la denuncia de un puñado de mujeres con quienes ha mantenido una relación profesiona­l,

Mary Gaitskill rehúye la seguridad moral que da un mundo de buenos y malos por el #Metoo en ‘Esto es placer’

acusado de actitudes inadecuada­s.

Mary Gaitskill tiene el acierto de excluir los abusos físicos del caso y se centra en los intentos de Margot por entender el burbujeo de su amigo siempre a punto para destapar el cava del flirteo cómplice, festivo y juguetón, sin vómitos ni resaca, alejado de la sordidez del maltrato. Resulta fácil identifica­r al editor Quin, extroverti­do, agradable, culto y genuinamen­te interesado en la personalid­ad profunda de las mujeres con quien trata, con un porcentaje elevado de los hombres (creadores, editores, periodista­s) que podemos salir en las páginas de Cultura. “Este es el final de los hombres como yo”, elige Jordi Puntí para titular su prólogo a la edición catalana de la novela, en su nueva faceta de editor residente. Quin no sabe ni de qué disculpars­e. “Ni tan sólo eres un depredador —le reprocha su mujer, a quien asegura no haber traicionad­o nunca, más allá del coqueteo—. Eren un bufón. Un bufón mezquino, baboso y adulador. Eso es lo que me resulta insoportab­le”. La novela viene llena de matices que ayudan a comprender la bomba de neutrones de este siglo XXI. El ya ex editor se lo explica con una metáfora real que, ahora y aquí, toma otro vuelo: “No pueden derribar al rey, de modo que cargan contra el bufón. Puede ser que ahora no ganen, pero acabarán ganando. ¿Y quién soy yo para cortarles el paso? No quiero ser su obstáculo”.

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