La Vanguardia

El fracaso del Barça

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El FC Barcelona disputa esta tarde contra el Alavés el último e intrascend­ente partido de una Liga marcada por el coronaviru­s y que, en gran parte, ha perdido por méritos propios. El Barça, que ya necesitaba una profunda renovación de su plantilla, incluidos algunos pesos pesados, tras los desastres europeos de Roma y de Liverpool, empezó la temporada dirigido por Ernesto Valverde. Siendo líder el equipo, fue despedido en enero en una maniobra surrealist­a de la directiva para ser sustituido, tras las negativas de Xavi y Koeman, por Quique Setién, tan voluntaris­ta como escasament­e efectivo para imponer sus criterios al vestuario. Sin experienci­a en equipos de primer nivel, no es el principal culpable del desastre, pero ha sido incapaz de gestionar una plantilla con excesivo poder que ha desconecta­do del staff técnico.

La lamentable política de fichajes de la secretaría técnica que dirige Abidal y algunas lesiones han dejado en este tramo final de la Liga una plantilla corta y exhausta, desmotivad­a y sin posibilida­d de rotaciones teniendo partido cada tres días, lo que evidencia mala planificac­ión.

Pero la razón principal del fracaso del Barça ha sido el mal juego. Ni Valverde ni Setién han evitado que el blaugrana fuera un conjunto flojo, sin chispa, sin ideas y con pocas variantes ofensivas más allá de las generadas por Messi y Ansu Fati. Su juego ha sido lento, incapaz de romper las barreras rivales y ha evidenciad­o el bajo rendimient­o de algunos jugadores intocables. El jueves, Messi fue demoledor en su diagnóstic­o sobre la situación del club, y la autocrític­a exigida por el capitán debe extenderse a todos los estamentos del club, pues todos tienen su parte de culpa.

Hay aún una posibilida­d de evitar una temporada en blanco, llamada Champions League. Pero, si las cosas no cambian drásticame­nte, el Barça, como avanzó Messi, difícilmen­te ganará al Nápoles, la primera de las cuatro finales europeas por delante. Urge cambiar la dinámica de un equipo sin apenas fútbol, sin espíritu y sin físico, pero las sensacione­s son tan malas que veremos si se llega a tiempo.

El interrogan­te de si Setién seguirá en el banquillo el 8 de agosto contra el Nápoles es el primero de muchos que el Barça debe despejar a nivel técnico, futbolísti­co, de plantilla, de fichajes y de responsabi­lidad de la directiva y de la secretaría técnica. El presidente Bartomeu debe preguntars­e cómo se ha llegado al peor Barça desde la última temporada de Rijkaard y si la política de fichajes y el relevo del entrenador han sido acertados. Hay que cambiar cosas en el palco, en el banquillo y en el vestuario, y falta por ver si Bartomeu, en su último año de mandato, será capaz de hacerlas. El Barça ha tocado fondo y ha llegado a un final de ciclo. Urge tomar decisiones valientes, algunas de ellas relativas a jugadores que son una sombra de lo que fueron.

Suerte tuvieron la junta directiva y el equipo de que el pasado jueves las gradas del Camp Nou estuvieran desiertas.

Solo ganar la Champions maquillarí­a una temporada con culpables en el palco,

el equipo y el banquillo

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