La Vanguardia

SERGI PÀMIES

- Sergi Pàmies Escritor

Deberes urgentes: mandar un abrazo telepático y sin mascarilla a amigos y familiares de Joan Marsé (con o), como Joan de Sagarra, Malcom Otero, Enrique Vila-matas, Ana Rodríguez Fisher, Eduardo Mendoza, Carlos Zanón y, por supuesto, Berta Marsé. Recordar las reflexione­s de Marsé sobre la fatalidad indígena de tener que ser gobernados por incompeten­tes de dos gobiernos (el español y el catalán) en vez de uno. Celebrar la influencia de sus novelas en la construcci­ón de un mundo que, para ser coherente, utilizó la ficción para situar el principio de su propia biografía dentro de un taxi. Lamentar que la Generalita­t fuera tan miserable cuando se le concedió el premio Cervantes, a él, que siempre decía que si le hubiera tocado vivir otra época habría escrito en catalán (de hecho es el escritor más catalán de los que escriben en castellano).

Más deberes: preservar la imagen de un Marsé joven, fumador, en París, con gabardina, o la amistad con Josep Maria Carandell y, en la revista Por favor, con Maruja Torres, Manuel Vázquez Montalbán y Jaume Perich. O las embestidas pirotécnic­as contra Baltasar

Porcel. Y un momento memorable, en el sótano de una librería de Toulouse. En compañía de José Carlos Llop, Marsé habla de la literatura de Barcelona ante un grupo de hijos de republican­os españoles con nacionalid­ad francesa. Lo hace con su ademán falsamente gruñón y afectuoso, en un francés catastrófi­camente cómico. Y nos descubre que en los años más mugrientos del franquismo, el cine fue su vía de escape contra el castigo de pertenecer a la tribu de los perdedores (de la guerra en particular y de la vida en general). Un día, a mediados de los cuarenta, Marsé va a ver la película El signo del Zorro, dirigida por Rouben Mamoulian, con Tyrone Power en el papel del Zorro. En una de las escenas, Power y su antagonist­a, el villano interpreta­do por Basil Rathbone, comparten mesa y comida. Rathbone clava el puñal en una naranja con una destreza de virtuoso. Power elogia su gesto y otro comensal dice: “Mi gran Esteban nunca pierde ocasión de batirse con alguien. Por algo fue profesor de esgrima en Barcelona”. Marsé contó que aquella escena le propulsó hacia el rutilante cartón-piedra de Hollywood, de las aventuras, de la ficción y de los aventis, lejos de los racionamie­ntos del franquismo, de la brutalidad de los uniformes, y de la ignorancia represora de las sotanas. Que se hablara de Barcelona en una película del Zorro significab­a que (quizá) no todo estaba perdido. En marzo de 2011, cuando publicó Caligrafía de los sueños, tuvo la gentileza de enviarme un ejemplar con, en catalán, esta dedicatori­a: “con un fuerte abrazo del crío todavía fascinado por aquel profesor de esgrima en Barcelona... (Basil Rathbone, ya conoces la historia)...”. Firmado, Joan Marsé. Con o.

Marsé habló con los hijos de exiliados republican­os de Toulouse en un francés catastrófi­co y con afecto gruñón

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