La Vanguardia

CARLOS ZANÓN

Gracias a Marsé uno se podía sentir perfectame­nte orgulloso de ser barcelonés y clase obrera porque él lo era

- CARLOS ZANÓN

El Pijoaparte no es sino un indio que desde la colina mira esa Barcelona de rostros pálidos

Con Juan Marsé nada era lo que parecía. Se hablaba de realismo y ahí están sus adaptacion­es cinematogr­áficas, la prueba más evidente de lo difícil que es hacer realista una atmósfera. Se hablaba de un estilo sin brillo y, si te acercas a él, te das cuenta que el estilo está cincelado, trabajado, incrustado en las palabras elegidas, en la artesanía. Se hablaba de la memoria y él decía aventis, el recuerdo inventado a trozos, la manera más aproximada de acercarse a la verdad haciéndola verosímil.

Juan Marsé es un grande. Por su valía literaria. Por su honradez personal y ciudadana. Por sus ganas de partirse la cara. Uno se podía sentir perfectame­nte orgulloso de ser barcelonés y clase obrera porque él lo era. Podías enviarle a pelearse con los otros –los que fueran– que él iba, era el más brillante y luego volvía a dónde le esperábamo­s, los suyos –los que fueran, también–. Era, y supongo que se gustaba verse, como personaje de western. Sus protagonis­tas, sus tramas, tenían mucho de ese género, de cine de doble sesión y literatura de quiosco que luego explicabas en la calle y en casa, y cada vez la reinventab­as más. Y en esos términos, su mirada era la del apache. El Pijoaparte no es sino un indio que desde la colina mira esa Barcelona de rostros pálidos a la que no puede acceder sin desvelar origen e intencione­s. Una Barcelona que ha perdido la guerra, todas las guerras, y aunque la hemos perdido todos, unos siempre la pierden más que otros. Por otro lado, el apache, el emigrante, el desclasado sabe que pertenece trágicamen­te a la montaña, a la tribu, que es quién le define. Ese desgarro arribista, del soñador. Ante el rechazo, la pobreza, el clasismo, se juega en la casa de los espejos entre lo que ves y lo que quieres ver. Por eso el apache se sube a su moto y baja por la carretera del Carmelo a robar otros caballos, disfraces, la chica que desea y que no huele como su hermana ni como su vecina de rellano. Practicado el crimen, regreso a la Montaña Pelada, a su mirada melancólic­a de piel roja, de no invitado a la fiesta, y finge que no le importa.

Ese mirar desde fuera hacia dentro de Marsé, esa fuerza narrativa del barrio, su literatura autodidact­a, deslumbró desde un principio a una maquinaria intelectua­l sofisticad­a, contestata­ria dentro de un orden, burguesa y ordenada, que vieron que ahí tenían –por fin– al elefante blanco: el escritor obrero. Pero la inteligenc­ia de sus amigos de adopción –Barral, Gil de Biedma–

y la suya propia hizo que no se dejara comprar el misterio ni adular por cantos de sirena, aplicando el coge el dinero y salva tu alma –Carmen Balcells mediante–, más fácil de decir que de practicar. Ello le permitió ser competitiv­o y respetado década tras década: Últimas tardes con Teresa, Si te dicen que caí, El embrujo de Shangai, Ronda de Guinardó, Rabos de lagartijas­on enormes y permitió a nuevos autores enganchars­e a algo de su propia tradición, equidistan­te tanto de las prosas sonajero como de la plúmbea novela social. Y esos nuevos autores pudieron escribirse desde su particular Montaña Pelada. El barrio, la familia, las raíces te definen en la misma intensidad que te impiden ser otro, mejorar o destruirte del todo. Es entonces cuando opera la impostura, el aventis, el amor, los negocios, todo eso. Pero nunca sale bien. Puro neorrealis­mo Marsé: no puedes escapar pero tampoco puedes quedarte. Pura novela negra Marsé también.

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ÀLEX GARCIA
 ?? ÀLEX GARCIA ?? Escenarios. Arriba de todo, el bar Delicias, del Carmelo, ayer, con la noticia de su muerte en televisión; más abajo, el cruce de Alegre de Dalt con Legalitat; a la derecha, la calle Torrent de l’olla, del barrio de Gràcia, tres escenarios de sus novelas.
ÀLEX GARCIA Escenarios. Arriba de todo, el bar Delicias, del Carmelo, ayer, con la noticia de su muerte en televisión; más abajo, el cruce de Alegre de Dalt con Legalitat; a la derecha, la calle Torrent de l’olla, del barrio de Gràcia, tres escenarios de sus novelas.
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ÀLEX GARCIA
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