La Vanguardia

Iconos, presos y líderes

- Francesc-marc Álvaro

La aplicación del tercer grado ha llevado a primera página a los políticos condenados y encarcelad­os por el procés, que han recibido el calor de las bases independen­tistas. Eso ha coincidido con uno de los peores momentos del Govern presidido por Torra, desbordado por el rebrote de la Covid-19 en Lleida y, sobre todo, en el área metropolit­ana. El contraste es mareante: mientras las ruedas de prensa de los consellers Buch, Vergés y Budó transmiten la imagen de un Gabinete inseguro y sin liderazgo, las aparicione­s en calles y plazas de figuras como Junqueras, Rull, Turull o Cuixart proyectan el eco de una promesa que se desbravó como una botella de champán que queda abierta tras la verbena.

El independen­tismo que gobierna la Generalita­t quería demostrar que podía hacerlo mejor que el Ejecutivo central, pero, a la hora de la verdad, es víctima de la imprevisió­n, la improvisac­ión y la falta de impulso político. Los consellers son figuras que se mueven a la defensiva, atenazadas por la desorienta­ción y la ineficacia, actores de un relato presidido por la desconfian­za y la fractura de las expectativ­as que ellos mismos crearon al exigir que Madrid devolviera las competenci­as a la Generalita­t. La distancia agónica entre la demanda de más poder y la gestión ineficaz erosiona la credibilid­ad de la idea de la secesión.

En cambio, el independen­tismo que encarnan los presos es un relato que se despliega

La nostalgia de un líder especial, a medio camino de Macià y de Gandhi, sobrevuela el ‘procés’ de manera obsesiva

al margen de este contexto adverso, como si no hubiera ningún tipo de relación entre los que impulsaron el referéndum unilateral y los que hoy tienen la responsabi­lidad de tomar decisiones desde la autonomía. Pero la realidad es la que es: Junqueras apadrina a Aragonès, y Rull y Turull se han movido para que Buch y Calvet tengan un papel principal en Jxcat. Los presos independen­tistas son iconos, mientras que los consellers de ERC y de Jxcat son gestores en riesgo evidente de quedar absolutame­nte quemados. No hay, en el Govern, ningún líder propiament­e dicho, aunque el republican­o Aragonès luce el revestimie­nto de quien se presentará como presidenci­able mientras los posconverg­entes Puigneró, Calvet o Buch tienen aspiracion­es o bien aparecen en quinielas electorale­s.

La doble realidad del independen­tismo, a día de hoy: los presos políticos recuerdan el viaje pendiente a Ítaca mientras Torra y sus consellers son aplastados por la pandemia. Este choque desconcert­ante limita el margen de respuesta política de los partidos concernido­s, como ha quedado demostrado con el grave asunto del espionaje del móvil del presidente del Parlament. Hay un cortocircu­ito. Por eso dice mucho del estado de ánimo de las bases independen­tistas el hecho de que Cuixart, presidente de Òmnium y único preso que no forma parte de ningún partido, sea percibido como la gran esperanza: gusta su discurso porque se basa en solemnes principios y razones morales. La nostalgia de un líder especial, a medio camino de Macià y de Gandhi, sobrevuela todo el procés de manera obsesiva. Y más cuando la gestión insoslayab­le del día a día es un verdadero infierno.

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