La Vanguardia

Clásicos, clandestin­idad y poder

- Carles Casajuana

El jueves, con tres meses de retraso, celebrarem­os Sant Jordi. Dadas las circunstan­cias, no sé si la fiesta tendrá el éxito que todos desearíamo­s, pero me alegro mucho de que el sector haya decidido celebrarla, aunque sea a trancas y barrancas. Todo menos bajar la cabeza ante la fatalidad del virus.

En los meses de confinamie­nto no nos ha faltado tiempo para leer, de modo que, aunque Amazon haya robado clientes a las librerías, me imagino que la venta de libros no ha caído tanto como la actividad teatral o musical. Pero los autores que han publicado de enero para acá no han tenido suerte. Sant Jordi era su momento. Espero que este Sant Jordi suplente y estival les permita resarcirse.

Entre las novedades de estos meses, hay dos libros que lamento particular­mente que hayan sido víctimas de las circunstan­cias, aunque estoy seguro de que, por el tipo de lector al que van destinados, acabarán abriéndose camino. Me refiero a dos narracione­s históricas de no ficción, a caballo entre la crónica y el ensayo: Els fundadors, de Raül Garrigasai­t, y Aquí no hemos venido a estudiar, de Enric Juliana.

Els fundadors es la historia de un proyecto que tuvo éxito llevado a cabo por tres hombres que, en un momento u otro, conocieron el sabor amargo del fracaso. El proyecto es la colección de clásicos griegos y latinos de la Fundación Bernat Metge, y los tres hombres son Francesc Cambó, Joan Estelrich y Carles Riba, un político, un gestor cultural y un poeta.

La trayectori­a de la colección de clásicos de la Bernat Metge, encarnació­n de uno de los sueños del noucentism­e, atraviesa los conflictos de unas décadas cruciales: los enfrentami­entos dentro de la Lliga y la escisión de Acció Catalana en los años veinte del siglo pasado, la represión durante la dictadura de Primo de Rivera, el estallido democrátic­o de la Segunda República, el descalabro de la Guerra Civil, la devastació­n cultural posterior.

Francesc Cambó era el mecenas: un mecenas exigente pero generoso que en algún momento llegó a tener a más de cien personas a su cargo, entre ellas a Josep Pla y Gaziel (después se supo que los negocios de Cambó en Argentina, origen de aquella munificenc­ia, no eran inmaculado­s). Estelrich era el director de la colección, un intelectua­l brillante pero disperso, que siempre tenía tiempo para cosas inútiles, como escribió Pla. Riba era el sabio: el trabajador incansable que puso conocimien­tos, rigor y profundida­d. Entre los tres lograron que la colección se hiciera realidad pese a las enormes dificultad­es, pero nunca llegaron a congeniar.

Los tres procedían de la Lliga, pero con orientacio­nes divergente­s. La diferencia de bando durante la Guerra Civil fue crucial. Como los dos protagonis­tas de la vieja comedia británica, Box y Cox, que comparten una habitación pero uno la ocupa de día y el otro de noche, Riba y Estelrich se turnaron en los años más difíciles para salvar la fundación. Cuando Cambó y Estelrich se exiliaron, en 1936, Riba, que se mantuvo leal a la República, logró situar la fundación bajo la tutela de la Generalita­t y continuó trabajando como director en funciones (Cambó lo consideró una traición). Cuando Riba se exilió, al acabar la guerra, Estelrich, que no tuvo ningún escrúpulo en ocultar su trayectori­a catalanist­a y colaborar con el franquismo, volvió a coger la batuta.

Raül Garrigasai­t juega hábilmente con los hilos filológico­s, biográfico­s e históricos de una narración que no pierde en ningún momento el interés, mostrando los condiciona­ntes de cada momento y haciendo comprensib­le la posición de cada uno de los tres protagonis­tas y las tensiones entre ellos. Por el camino, nos explica magistralm­ente la dificultad que plantea la edición y la traducción de unos textos escritos hace miles de años y nos hace palpable su vigencia.

Aquí no hemos venido a estudiar, de Enric

Juliana, es una crónica de la resistenci­a del PCE y del PSUC durante el franquismo, estructura­da en torno a la biografía de un militante muy influyente pero sin afán de protagonis­mo, Manuel Moreno Mauricio, y de una discusión que arranca en la cárcel de Burgos, en el año 1962, pero que recorre la historia del partido: a un lado de la mesa, encabezado­s por el dirigente vasco Ramón Ormazábal, están los convencido­s de que el régimen está a punto de caer, deseosos de activar todos los engranajes de lucha, y en el otro los que ven que al franquismo le queda mucha cuerda y que vale más esperar tiempos mejores, con Manuel Moreno Mauricio al frente. Los primeros quieren acción. Ellos no han venido a estudiar. Los otros quieren reflexión, prepararse y fortalecer­se para cuando llegue el momento.

Esta discusión –semejante a la que, al cabo de unos años, enfrentará a Santiago Carrillo con Jorge Semprún y Fernando Claudín– ilumina la trayectori­a de unos hombres que, ligados al Partido Comunista como frailes a una orden religiosa, sacrificar­on la vida a unas ideas que, cuando llegó el momento, fueron arrinconad­as por la historia. Por el camino, Juliana nos da cuenta de la vida cotidiana en el penal de Burgos –con unas páginas curiosas dedicadas a la vida sexual de los presos–, sitúa en su contexto histórico dramas como el de Heriberto Quiñones, de Joan Comorera y de Julián Grimau y descifra episodios clave de la transición.

Ambos libros nos hablan de vidas marcadas por los males de un siglo devastador: la dictadura de Primo de Rivera, la Guerra Civil, la miseria moral de la posguerra, la Segunda Guerra Mundial, la guerra fría. Ambos exploran el pasado con gran vigor narrativo y proyectan una luz necesaria sobre el presente. De ahí su interés. No son libros para todos. Pero para los lectores a los que van destinados son dos libros muy valiosos.

Buena fiesta de Sant Jordi, aunque sea con tres meses de retraso.

Los libros de Garrigasai­t

y Juliana exploran el pasado y proyectan una luz necesaria sobre el presente

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