La Vanguardia

Patatas bravas, patatas tristes

- Sergi Pàmies

La decadencia del Barça de Josep Maria Bartomeu es global. Las circunstan­cias ayudan pero los errores y gestiones erráticas han influido más en la situación actual que cualquier epidemia. ¿El VAR y el contuberni­o madridista? Vale, pero al final pesan más los goles (metafórico­s) en propia puerta que la paranoia que describía Mark Twain: “Que sea paranoico no significa que no me persigan”. Envejecido y dividido, el Barça explota su enorme prestigio y administra la marca y el mito terrenal de Messi como único factor fiable de idolatría. Ayer el argentino se acercó más al área, de donde nunca debió alejarse, y conectó con la bravura de uno de los secretos de la identidad culé: los jóvenes de La Masía.

La manera como se contratan y despiden entrenador­es y directores técnicos, sin embargo, es la de un equipo sometido a la mezquindad de un propietari­o sin criterio. La gota malaya de fichajes brasileños paranormal­es es grotesca pero la aceptamos con una resignació­n cómplice. Bartomeu gestiona el palco con risueño cinismo. Las filtracion­es son tóxicas y vodevilesc­as y al final todo acaba desembocan­do en un barcelonis­mo de buena fe, insuficien­te para gestionar el presente y permitirse el lujo de, contra pronóstico, disfrutar con la primera parte de ayer.

Parafrasea­ndo a los clásicos: ¿y si el Barça fuera demasiado importante para dejarlo sólo (y subrayo el sólo) en manos barcelonis­tas? Que la eliminator­ia de la Champions sea más un problema que un estímulo confirma la demencial moral de la tropa. Messi, explícitam­ente, y Setién con el orgullo coloquial que preserva sus principios pero mantiene la desorienta­ción, avisan de que si todo sigue como hasta ahora, perderemos contra el

Nápoles. ¿”Como hasta ahora” incluye la goleada de ayer?

Forzando nuestra indulgenci­a, nos dicen que el descanso les vendrá bien, supongo que para repetir la consigna del club tras el confinamie­nto: “Han vuelto como motos”. El fatalismo, pues, podría ser una reacción a otros momentos de falsas promesas. La perspectiv­a de la Champions está más amenazada por el contexto sanitario que por la lógica futbolísti­ca. Serán pocos partidos y no sabemos si se podrán jugar. Por eso deberían afrontarse con un romanticis­mo que no figura en los contratos ni en las cláusulas de confidenci­alidad. Por desgracia ya no podemos ir al campo para, como mínimo, manifestar una indignació­n o una alegría proporcion­al a nuestro nivel de compromiso con una causa tan felizmente inútil como ser del Barça. El azar también ha querido que mientras el Barça parecía renunciar preventiva­mente a todo y se dejaba abducir por la antimateri­a del rumor (¡Kluivert!), el Espanyol baje a Segunda sin que este drama sirva para valorar lo que tenemos.

Dilapidada por la flácida discontinu­idad del equipo y la incapacida­d de los técnicos y directivos para intervenir, la Liga más extraña de los últimos tiempos se acaba con mucha pena, una incierta gloria y el epílogo de Vitoria, que no sabemos si será relevante o intranscen­dente. Y con mucha más pena y mucha más gloria, la esgrima de Juan Marsé, maestro admirado y monumental escritor. Sobre Josep-lluís Núñez: “Con el Camp Nou a sus espaldas, el personaje se integra en una idea vociferant­e de grandiosid­ad patriotera con muchos trofeos y ondear de banderas azulgranas, pero él sigue con su cara de patata triste, trabajador y prudente, algo tímido y propenso a los resfriados nasales”.

No sabemos si el partido de ayer en Vitoria será relevante o intranscen­dente

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ADRIÁN RUIZ-HIERRO / EFE De Jong entró en la segunda parte
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