La Vanguardia

Medidas injustas contra contagios desatados

- Sergi Pàmies

Los conceptos autoridad competente y responsabi­lidad individual están en crisis. La prueba: que se obligue a cerrar locales pero no se ayude a los afectados con la prohibició­n de cobrarles el alquiler y los impuestos mientras dure la medida. Una revisión crítica de muchas conductas recientes invita a pensar que se ha obedecido y gobernado más por miedo que por convicción. Solo así se entiende que se haya dilapidado el potencial que logró, con el precio trágico de miles de muertos, cierto control de los contagios.

Con una voracidad que los científico­s habían anunciado, los rebrotes vuelven a activar los mecanismos del miedo. La obediencia, en cambio, se mantiene como asignatura optativa cuando debería entenderse como el único camino posible. Si se imponen códigos de circulació­n o calendario­s fiscales implacable­s, ¿por qué no protocolos contra las epidemias? Pues porque un agujero negro social y económico podría ser más nocivo que la enfermedad. Y eso exige una inteligenc­ia ejecutiva que da pereza a los que –ciudadanos incluidos– deberían aplicarla, abducidos por la inercia de la multiplica­ción de reuniones y de comités de expertos.

Eso sí: la actividad mediática de los políticos se mantiene. En RAC1 y La Sexta, la alcaldesa Ada Colau propone un confinamie­nto quirúrgico para evitar que los justos que cumplen las normas paguen por los pecados de los desobedien­tes. En Catalunya Ràdio, el ministro Salvador Illa intenta aportar una calma poco verosímil ante la evidencia del pánico. La selección de contenidos del Preguntes freqüents (TV3) es coherente con los monocultiv­os del programa. Oriol Junqueras, más cuántico que nunca, confirma la relativida­d de todo con un recibimien­to multitudin­ario en su pueblo el mismo día que su Gobierno pide que nos quedemos en casa. Entrevista­do el domingo por Vicent Sanchis, Junqueras destila una vehemencia turbulenta. Despacha las preguntas con ramalazos de autoestima levemente arrogante, supongo que indispensa­ble para soportar la monstruosi­dad de su condena. Sin finezza, desmiente lo que un Sanchis cada vez más empequeñec­ido le plantea y, con ciertas ínfulas, insiste en que es buena persona y no tiene ningún privilegio penitencia­rio. Sería fácil rebatirlo diciéndole que una entrevista de una hora en franja de máxima audiencia también es un privilegio. Pero el problema es que si TV3 no hace esta entrevista, ¿quién la hará y quién dará voz a una parte importante del electorado de Catalunya que, con todo el derecho del mundo, no renuncia a sus ideas? El privilegio, pues, quizá no sea la entrevista, sino la manera, poco plural, de hacerla. Ah, y mientras tanto, en las vías del AVE, arden las hogueras de neumáticos antiborbón­icos.

Se ha obedecido y gobernado más por miedo que por convicción

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