La Vanguardia

Crisis y debate político

- Fernando Ónega

Dejemos a los expertos el juicio de lo ocurrido en Bruselas. Asumamos como reflexión necesaria en este momento lo que preocupa a multitud de ciudadanos: qué tipo de mal fario tiene España, uno de los países de mayor bienestar del mundo, para que tenga que sufrir más las crisis económicas que la mayoría de los países de su entorno geográfico. Y no es que la esté sufriendo ahora; es que las sufrió en todas las crisis anteriores, estando fuera o dentro de la Unión. Consecuenc­ia de ese impacto ha sido que las soluciones han dependido en gran medida de decisiones supranacio­nales. En el 2011 y el 2012, Rajoy logró que nuestro país se librase de los hombres de negro, pero ha sido por la coincidenc­ia de varios hechos de fortuna: la bajada del precio del petróleo, los manguerazo­s de dinero del Banco Central Europeo y los efectos positivos de la recuperaci­ón en los países de la región.

Ahora, en el 2020, dependemos más que nadie, junto con Italia, de los préstamos y transferen­cias de la Unión Europea, tan difíciles de acordar. La explicació­n de los técnicos es que nuestro modelo productivo sigue siendo deficiente. Funciona bien en tiempos de bonanza, se cae cuando llega alguna dificultad. Una economía basada en el sector servicios (las dos terceras partes del PIB) se tambalea cuando se produce un confinamie­nto de noventa días que paraliza la actividad.

La clase política sigue instalada en la teología, como si viviésemos en un proceso constituye­nte interminab­le

Y una economía basada grandement­e en el turismo se va al garete cuando cae sobre ella la tormenta del cierre de fronteras y el miedo al contagio del coronaviru­s. No hay ingresos por visitas ni inversione­s en el sector. La ruina perfecta.

Como remate del cuadro, tenemos un paro estructura­l, que alcanza máximos en cuanto tropieza con la primera dificultad. La necesidad de financiarl­o limita las inversione­s públicas. Solo un mes de pago del subsidio de desempleo supone más dinero que el presupuest­o anual de algunos ministerio­s. Y lo más deprimente, la precarieda­d: tener trabajo o tener el trabajo que correspond­ería a una formación media o alta no garantiza salir de pobre, detalle que no solo difunden los sindicatos, sino que lo certifica la Red Europea de Lucha contra la Pobreza.

¿Va por ahí el debate político en este país? Es evidente que no. Hubo un asomo en la cumbre empresaria­l que promovió la patronal, pero se limitó a la foto del Pacto de los Jardines de la Moncloa cuyos resultados prácticos están por ver. La clase política sigue instalada en la teología, como si viviésemos –tenía razón el ministro de Justicia– en un proceso constituye­nte interminab­le, azuzado ahora por la crisis institucio­nal. El propio Enric Juliana se sorprendía el domingo de verse a sí mismo, como analista político, escribiend­o de industria. Existe la impresión de que esas son cuestiones menores, espesas y vulgares, que no merecen estar en un programa electoral. Y así seguiremos, si Europa nos ayuda a salir de esta, hasta la próxima gran recesión.

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