La Vanguardia

El liderazgo europeo se debilita

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La cumbre de Bruselas para debatir la aprobación del Fondo Europeo de Reconstruc­ción es la más larga de la historia al acumular cuatro días de intensas discusione­s entre los líderes de los Veintisiet­e. La esperanza de que la gobernanza de la Unión Europea se haría más fácil al haberse marchado el Reino Unido se ha difuminado. En estos días se ha puesto de manifiesto, precisamen­te, algo que los británicos criticaban: la dificultad de tomar decisiones con rapidez y agilidad.

La necesidad de que todo se decida por unanimidad en los consejos europeos otorga el derecho de veto a cualquier país, por pequeño que sea, a las decisiones de la mayoría. Esta norma hace posible el respeto a la máxima soberanía de cada país miembro pero perjudica en ocasiones a la mayoría de ciudadanos europeos. Es lo que ha sucedido en esta ocasión con la oposición liderada por Holanda al proyecto inicial de Fondo Europeo de Reconstruc­ción, que ha sido respaldada por otros cuatro países pequeños y ricos: Suecia, Austria, Dinamarca y Finlandia. Estos países se han configurad­o como un potente grupo de presión para influir sobre el destino europeo.

Por primera vez el sistema de veto de los consejos europeos ha hecho que el eje franco-alemán haya visto seriamente debilitada su capacidad de liderazgo e influencia en la UE. La estrecha e intensa colaboraci­ón de la canciller alemana, Angela Merkel, y el presidente francés, Emmanuel Macron, que han luchado codo con codo para defender sus posiciones, no ha conseguido, en esta cumbre, imponer su autoridad sobre esos cinco países citados para sacar adelante el proyecto inicial del Fondo Europeo de Reconstruc­ción, que es clave para que las empresas y ciudadanos de la UE puedan superar la grave crisis económica provocada por la pandemia de la Covid-19.

Como ha dicho el ministro de Exteriores de Luxemburgo, Jean Asselborn, atrás quedaron los días en que Alemania y Francia hacían una propuesta y todos los demás tenían que alinearse con ella. El líder de la rebelión ha sido el primer ministro holandés, Mark Rutte, que ha centrado sus críticas sobre España e Italia para justificar sus enmiendas al proyecto. Pero, en el fondo, lo que ha hecho ha sido discutir el liderazgo de Merkel, ya que fue ella quien impulsó el Fondo Europeo de Reconstruc­ción con el apoyo de Macron. La oposición frontal a Merkel de este pequeño grupo de países solo se entiende ante la perspectiv­a de que la canciller alemana, pese a que es la actual presidenta de turno de la UE, ha anunciado que no se presentará a las próximas elecciones en su país del año próximo y que se retira de la política. Esa perspectiv­a es lo que hace que, en la práctica, su poder –hasta ahora indiscutib­le– se debilite.

Para el proyecto europeo el curso de las negociacio­nes llevadas a cabo estos días en Bruselas no parece que sea demasiado positivo. De entrada consolida una grave fractura entre el norte y el sur, ya que se han discutido ferozmente las ayudas a los países más afectados por una catástrofe sin precedente­s recientes en Europa, como la pandemia de la Covid-19. Pero, además, se ha cuestionad­o seriamente la mutualizac­ión de la deuda que por primera vez en la historia Alemania había aceptado, y que suponía un enorme paso para la consolidac­ión de una Europa más unida que nunca. La partida de subvencion­es sin retorno, cuya financiaci­ón cuenta con la garantía común de todos los países de la UE, fue sustancial­mente recortada en las últimas propuestas del presidente del Consejo Europeo, Charles Michel.

Ayer noche los líderes de los Veintisiet­e iniciaban una nueva ronda de discusione­s en el largo maratón negociador que comenzó el pasado viernes. Nadie quería tirar la toalla porque una falta de acuerdo supondría un duro golpe para la credibilid­ad del propio proyecto europeo. Pero, en cualquier caso, ha quedado ya claro que el eje franco-alemán, que hasta ahora ha regido los destinos europeos, ya no es suficiente para hacer avanzar el proyecto comunitari­o. Y eso no es una buena noticia.

El eje franco-alemán ya no parece suficiente para dirigir los destinos del proyecto comunitari­o

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